Los 120 años de Luis Cernuda, el apicultor poeta «intransigente» y «pudorosísimo»
El escritor sevillano salió de España durante la Guerra Civil, en 1938, y ya no regresó tras su paso por Francia, Reino Unido, Estados Unidos y México
Luis Cernuda tenía en su madurez un aire al joven Cela, casi la misma forma de la cabeza, el peinado, pegado y hacia atrás. El poeta le escribió al ya famoso novelista en 1958 una carta desde México. Era una petición para que publicara «unas cuartillas» en recuerdo de Adolfo Salazar en la revista literaria que el gallego publicaba en Madrid y Mallorca, Papeles de Son Armadans. Firmaba como «un admirador».
Como «un admirador» firmaba el primerizo autor de Perfil del Aire todas sus cartas escritas a máquina y con frecuentes correcciones y adiciones a lápiz. Le hablaba al futuro Nobel de Octavio Paz, «el poeta y escritor joven más interesante de México», quien decía que encontraba mejores los poemas antiguos con cierto acento de rebeldía que Cernuda no le había enviado para su publicación en esta ocasión a Cela.
El «peligro de lo provinciano»
Fueron siete las colaboraciones del sevillano en la revista del padronés, de la que fue secretario José Manuel Caballero Bonald, cuyos versos encantaron a Cernuda, quien le escribió desde Coyoacán: «Muchas gracias, aunque sea un poco tarde, por el envío de su Anteo. Me ha gustado mucho leer sus versos tan hermosos, a veces sobrecogedores y trágicos, a veces apacibles y serenos. Me figuro que es usted andaluz, como sus versos indican, o andaluz por gusto».
Andaluz no ejerciente (de su Sevilla natal escribió después tan curioso recuerdo y apreciación: «Una constante de mi vida ha sido actuar por reacción contra el medio donde me hallaba. Eso me ayudó a escapar al peligro de lo provinciano, habiendo pasado la niñez y juventud primera en Sevilla, donde la gente pretendía vivir no en una capital de provincias más o menos agradable, sino en el ombligo del mundo, con la falta consiguiente de curiosidad hacia el resto de él») en el exilio fue Luis Cernuda, primero en Francia, luego en el Reino Unido, después en Estados Unidos y finalmente en México, donde murió en 1963. Estudió Derecho y publicó sus primeros poemas en la Revista de Occidente cuando conoció a Juan Ramón Jiménez. Aun no había pasado el primer cuarto del siglo XX, pero el hijo del coronel Bernardo Cernuda ya tenía dos cosas claras desde mucho antes: que era poeta y homosexual y no se ocultaba de ninguna de las dos condiciones.
Pedro Salinas fue su mentor primero. La novedosa visión poética, tan influida por la cinematografía y por Paul Éluard o André Gidé, fue ampliamente criticada en sus inicios como un impresionista más varias décadas después. Amigo de Lorca y Aleixandre, antes de salir de España en 1938 combatió por los republicanos en la sierra de Guadarrama.
Luego fue lector y profesor de español en Oxford, Glasgow, Cambridge y Londres. Antes de México pasó por Vermont y Massachussetts. Octavio Paz, a quien conoció en Madrid y luego trató en el país azteca, habló así de su amigo: «Lo encontré siempre tolerante y cortés; amigo leal y buen consejero, tanto en la vida como en la literatura. Era tímido, pero no cobarde; era reservado, pero también franco. La moderación de su lenguaje daba firmeza a su rechazo de los valores de nuestro mundo. Respetaba los gustos y opiniones ajenos y pedía respeto para los suyos. Su intransigencia era de orden moral e intelectual. Odiaba la inautenticidad, mentira e hipocresía, y no soportaba a los necios ni a los indiscretos. Era un ser libre y amaba la libertad en los otros. Cierto, a veces sus reacciones eran exageradas y sus juicios no eran siempre justos ni piadosos».
De la 'Generación del 25'
Una opinión que no distaba de la de su preceptor Salinas: «Difícil de conocer. Delicado, pudorosísimo, guardándose su intimidad para él solo, y para las abejas de su poesía que van y vienen trajinando allí dentro –sin querer más jardín– haciendo su miel». La poesía que no solo fue poesía, aunque sí lo mejor, lo tirante. También escribió artículos y ensayos, narraciones de todo tipo. Su particularidad le llevó a decir que la suya era la Generación del 25 (en vez de la del 27) y notorios fueron en él y en su poesía los amores (Los Placeres Prohibidos), la poesía que pasó por el surrealismo y la lírica (la de Keats o T.S Eliot de sus lecturas inglesas en Como quien espera al alba) a una madurez concisa, casi abrupta.
De Garcilaso y Bécquer a Juan Ramón en una pérdida del ritmo como en una pérdida de la inocencia, la vida dura: la soledad, la búsqueda de la belleza y sus conflictos. Esa pérdida que observaba Paz, al que le gustaban más los poemas musicales y rebeldes que Cernuda le advertía, casi arrepentido, a Cela que no eran los que le había enviado, como suplicándole que lo hiciera, que se los pidiera, como si eso fuera recuperar la juventud perdida en aquellos últimos años: «Soy español sin ganas/ que vive como puede bien lejos de su tierra/ Sin pesar ni nostalgia».