La diferencia entre el estilo sobrio y el estilo plano e «indigno» de la Nobel Annie Ernaux
Según la teoría del iceberg de Hemingway, la escritura «descarnada» de la Nobel francesa carece de valor al no omitir nada que refuerce la narración
A Virginia Woolf le desagradaban profundamente los libros y el estilo de Hemingway. Decía que estaban llenos de cosas horribles, como coches. Podría pensarse que lo que en realidad le desagradaba a Woolf era todo Hemingway por ser precisamente lo opuesto, salvo en tres cosas fundamentales: la vocación, que ambos desarrollaban de pie, y la muerte.
De Hemingway dijo también Norman Mailer que bastaba con leerse todos sus libros para aprender a escribir. No opinaba lo mismo Faulkner, contemporáneo y «rival» del autor de Fiesta, a quien a pesar de situar en la lista de los mejores escritores de su época en tercer lugar, por detrás de Thomas Wolfe y de sí mismo, añadió que «jamás ha utilizado una sola palabra que pudiese mandar al lector en busca de un diccionario».
La «dignidad del iceberg»
Cuando se lo contaron, Hemingway dijo años más tarde: «Pobre Faulkner. ¿De veras cree que las grandes emociones surgen de las grandes palabras? ¿Cree que no conozco las palabras altisonantes? Las conozco de sobras. Pero hay palabras más viejas y simples, y esas son las que uso. ¿Has leído su último libro? Es todo escritura de borracho, claro, pero antes era bueno. Antes de la botella, o cuando aún la tenía bajo control».
Hemingway tenía una teoría, la del iceberg: «Si un escritor en prosa conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede silenciar cosas que conoce, y el lector, si el escritor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas una sensación tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado. La dignidad de movimientos de un iceberg se debe a que solamente un octavo de su masa aparece sobre el agua. Un escritor que omite ciertas cosas porque no las conoce, no hace más que dejar lagunas en lo que describe».
El estilo de la Nobel francesa Annie Ernaux es generalmente descrito como sobrio, aunque ella misma lo llama «escritura plana». No hay nada de altisonancia o de «faulknerianismo diccionarial» en las frases de Ernaux. Quizá la única altisonancia, de otra clase, es la de la crudeza del lenguaje, su ausencia de edición, también emocional. Un flujo de la conciencia y sus similitudes con la prosa espontánea de Kerouac, de la que Truman Capote dijo: «Eso no es escribir, es mecanografiar». No es sobrio el estilo de Ernaux, como el de Hemingway, sino plano, como describe la propia escritora francesa.
La sobriedad incluye siete octavos de volumen bajo las palabras, lo que no existe en la planicie de Ernaux, donde no hay nada por debajo, acaso un llano como el de Rulfo «donde no hay nada. A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas». Ya hay mucho más bajo el desierto inventado del mexicano que en la vida real de la francesa que suspende en la imaginaria asignatura, en el canon, impartida por Hemingway.
El páramo de Ernaux
Annie Ernaux conoce toda su vida y la cuenta sin omitir nada. Tampoco los momentos más duros, difíciles o escabrosos, que acaban por definir toda su obra. «La dignidad de los movimientos del iceberg» de los que carece el páramo de Ernaux.
No sabemos qué habría dicho Hemingway del estilo de la última Nobel, pero quizá sí algo se puede imaginar al recordar lo que dijo de Katherine Mansfield: «Había escrito buenos cuentos, había incluso escrito grandes cuentos, pero cuando quise leerla después de conocer a Chéjov me parecía oír los relatos pulcros y artificiales de una solterona joven, comparados con lo que puede contar un médico de mucha inteligencia y experiencia, que además era un escritor bueno y sencillo».