Del antiguo Blas de Lezo al moderno Rafael Nadal: ¿quién es el mayor héroe español de la historia?
Una lista heterogénea desde el pasado hasta el presente, cinco paladines guerreros (y no tanto) de otras épocas y pacíficos contemporáneos
Cinco siglos de historia de España condensados en una pequeña y dispar selección de héroes que han representado su esencia. Héroes manifiestos dejando a un lado a los anónimos o a los menos famosos en beneficio de los más mediáticos. Desde la guerra como terreno de juego hasta las artes y el deporte que han conformado el lugar de la épica o la popularidad cambiando sus formas, pero manteniendo el espíritu genérico del héroe clásico.
Lope de Vega (s. XVII)
El Fénix de los Ingenios, alabado y vituperado por Cervantes. Niño prodigio. Universitario a los quince. Aventurero, poeta y amante mítico. Autor famoso en su tiempo, una celebridad popular absoluta, comediante y conquistador.
Escribidor de más de doscientas obras, también padre prolijo y amante de sus hijos, se ordenó sacerdote por si faltaba algo en una vida plena con la pasión como protagonista, capaz de escribir estas palabras al último gran amor: «No quedó sin llorar pájaro en nido, / pez en el agua ni en el monte fiera, /y es la locura de mi amor tan fuerte, / que pienso que lloró también la muerte».
Lope lo vivió todo, la muerte del amor y la de los hijos, el desprecio de los amigos y los parabienes, el éxito y el fracaso de un coloso al que se conoció más popularmente como Monstruo de la Naturaleza en todas sus extraordinarias acepciones.
Blas de Lezo (S. XVIII)
Si se piensa en un héroe histórico español, a la memoria de no pocos suele acudir Blas de Lezo. Sin pierna, sin ojo y casi sin brazo defendió Cartagena de Indias hasta volver a echar al mar al Imperio Británico. Todo eso y otras gestas las hizo cojo, tuerto y manco. Contra la flota inglesa (y holandesa) sufrió la herida causada por una bala de cañón que obligó a amputarle una pierna.
Era 1704 y tenía 15 años. Dos años después perdió el ojo derecho tras alcanzarle una esquirla en la fortaleza de Santa Catalina. No cumplía aún los 17 y ya no tenía ni ojo, ni pierna, pero era la pesadilla estratégica de los británicos. Un balazo acabó con la movilidad de su brazo derecho en 1712 y con esas condiciones físicas de verdadero lisiado comenzó la leyenda de sus hazañas en el mar.
Vencedor de gigantes y de flotas y ejércitos en todos los lugares del mundo, desde el Pacífico hasta el Mediterráneo, contra los ingleses, holandeses o argelinos, Blas de Lezo es, sin duda, uno de los grandes héroes españoles de la historia.
Agustina de Aragón (S. XIX)
Heroína protagonista de novelas y películas, Goya la pintó en su serie Los Desastres de la Guerra. También Augusto Ferrer-Dalmau. Su gran hazaña ocurrió durante el primer sitio de Zaragoza en 1808, cuando, en el asalto de los franceses al Portillo de San Agustín, quitó de las manos de un artillero herido la mecha de un cañón cuyo disparo repelió el asalto.
En soledad después de que su marido se marchara a la guerra tras apoderarse los franceses de la fortaleza de Montjuic, llegó a Zaragoza en plena ofensiva y se puso a ayudar a los soldados y artilleros. Famosa es la frase: «Ánimo artilleros, que aquí hay mujeres cuando no podáis más».
Dicen que contó la propia Agustina, a propósito de su hazaña: «Ya se acercaba una columna enemiga, cuando tomando la exponente un botafuego pasa por entre muertos y heridos, descarga un cañón de a 24 con bala y metralla aprovechada de tal suerte, que levantándose los pocos artilleros de la sorpresa en que yacían a vista de tan repentino azar, sostiene con ellos el fuego hasta que llega un refuerzo de otra batería, y obligan al enemigo a una vergonzosa y precipitada retirada».
Fue el supuesto amor por el artillero caído al que tomó el relevo, referido en los distintos relatos, lo que precipitó el mito de un nombre bravo español.
Adolfo Suárez (s. XX)
Prototipo de hombre recto, atractivo y familiar. Político bregado en distintas y variadas responsabilidades. De gran diligencia y reconocimiento, en el ascenso imparable hacia un destino difícil pronunció unas palabras que calaron en el pueblo y lo presentaron a él: «Elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es simplemente normal». Un programa político que parecía un programa vital.
Pronunció ante el Parlamento del anterior régimen, del que fue joven figura final, su ideario moderno para España: «Un cambio sin riesgo, una reforma profunda y ordenada, el pluralismo político, una Cámara elegida por sufragio universal, las libertades públicas de expresión, reunión y manifestación», durante la proclamación como Rey de Juan Carlos I.
Abridor de la democracia en España, fue también «soldado» contra ejércitos que nunca dejaron de apuntarle. Ganó elecciones, superó mociones de censura y se mantuvo firme, sentado y recto, como era, en la presencia de los fusiles y las pistolas del golpe de Estado, asistiendo a la audacia furiosa de Gutiérrez Mellado, a quien hombres más jóvenes no lograron doblegar. Solo ellos dos se mantuvieron firmes en la hora señalada, desde la que se fue extinguiendo poco a poco su protagonismo, no así la hombrada que le caracterizaría para siempre.
Rafael Nadal (s. XXI)
Si de hombradas se habla, Rafael Nadal es el hombre en un terreno concreto: el de la pista de tenis y el de las sensaciones. Lo más parecido a un héroe homérico en plena modernidad. El máximo ganador de Grand Slams de la historia del tenis, más que por los números de una prodigiosa carrera deportiva, es el carácter en la victoria y la derrota lo que ha quedado de sus gestas tenísticas y humanas.
La soledad de la pista de tenis trasladada a la soledad de los espectadores que contemplan el milagro de cientos de resurrecciones (mil veces cojo y manco como Blas de Lezo) como si fueran suyas, queriendo que fueran suyas, imaginándolas propias como niños, niños y mayores. La contestación de todos los críticos. La mejora, el espíritu, la transformación constante. Rafael Nadal es el último gran héroe español que ha llenado la memoria de sus compatriotas de emocionantes recuerdos imborrables.
Hace tiempo que los títulos de Nadal ya se irisaron, como si hubiera alcanzado la estratosfera, aunque sigamos contándolos camino de veinte años casi como Tom Wolfe nos contaba la historia de los elegidos para la gloria.