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Gustavo Dudamel en la Ópera de París

Gustavo Dudamel, en la Ópera de ParísPhilarmonie de Paris

Nueva York consagra a Gustavo Dudamel como su nuevo rey

El conocido director venezolano abandonará Los Ángeles para convertirse en el titular de la Filarmónica neoyorquina, un cargo que antes ocuparon Gustav Mahler y Leonard Bernstein

Solo en dos ocasiones recuerdo haber vivido una experiencia parecida con músicos de los llamados «clásicos». En 2010, cuando me tocó organizar un recital del pianista chino Lang Lang, en Santiago. Y dos años más tarde, al llevar por primera vez a Gustavo Dudamel a Galicia, junto con la Orquesta de Gotemburgo, de la que por entonces era director titular. En ambos casos hubo que planificar, casi sobre la marcha, la salida del auditorio de los artistas por un lugar ajeno al habitual para evitar así la avalancha de seguidores que pretendían acercarse hasta ellos, como si de estrellas del pop se tratase.

Una atracción inevitable

Al dar por finalizada la actuación de Lang Lang, el público asistente al Palacio de Congresos compostelano invadió el escenario con parejo ímpetu al de la hinchada que salta al césped tras la victoria para celebrar el triunfo junto al equipo favorito en una gran final de fútbol. Ante el acoso de aquellos enardecidos aficionados, hubo que sacarlo a escondidas por la cocina. A Dudamel se le permitió abandonar la sala por la puerta del escenario destinada a los vehículos pesados. De ese modo, logró esquivar a aquellos que lo perseguían al final de su concierto, luego de haberlo aclamado, poco antes, con todo tipo de ruidosas manifestaciones, silbidos incluidos, y hasta corear rítmicamente su nombre como si se tratara del mismísimo Rafa Nadal después de ganar su enésimo Roland Garros.

He podido conocer a buena parte de los últimos considerados grandes, incluido uno que para mí recordaré toda la vida por ese aura mística que poseía como de santo, su distinción, su bondad y exquisita cortesía, Carlo Maria Giulini. Pero jamás experimenté momentos de una explosión colectiva, de ebullición y entusiasmo ante un concierto de música clásica como los relatados acerca de estos dos jóvenes genios. Algo que seguramente tuvo mucho que ver con la promoción, con su consabido tirón mediático, con la identificación generacional de esa parte más joven de los aficionados que pocas veces acude en masa a este tipo de manifestaciones artísticas, con su poderoso carisma, el inapelable magnetismo que ambos irradian y, por supuesto, su contrastado talento.

Valga este mero apunte personal para señalar que el anuncio esta semana, a través de una alerta del New York Times, sobre el nombramiento de Gustavo Adolfo Dudamel Ramírez (Barquisimeto, 1981) como nuevo titular de la filarmónica de esa ciudad a partir de la temporada 2026/27, no ha resultado ninguna sorpresa. La capital del mundo no atraviesa estos días sus momentos más felices, lastrada aún como parece por los indeseados efectos del Covid. Pese a la progresiva recuperación del turismo, la actividad cultural no ha logrado superar aún el lento, pero inexorable, declive que ya estaba experimentando allí desde antes incluso del estallido pandémico.

Hace tiempo que es posible encontrar localidades, el día que uno desee, para cualquiera de las óperas que se ofrecen en el Metropolitan, hoy más cerca de esos números rojos que logra maquillar tibiamente tirando de sus ahorros como cualquier familia ante el impulso devastador de la inflación. Los tiempos alegres de los sold out parecen ya muy lejanos. Y esa no es una buena señal, sobre todo para un modelo como el norteamericano que deja el sostenimiento de las Artes a la libre elección de la ciudadanía a través de la compra de entradas o a la volubilidad de unos patrocinios que dependen de las deducciones fiscales. Al contrario de nuestro sistema europeo, donde el acceso a la cultura está consagrado en las diferentes constituciones como un derecho de los ciudadanos que el Estado debe garantizar, de modo parecido a lo que ocurre con la Educación o la Sanidad.

Después de haber tenido como directores responsables de sus programaciones a personalidades tan determinantes como Gustav Mahler, Arturo Toscanini o Leonard Bernstein, la Filarmónica de Nueva York ha vivido unos muy grises años recientes. Al mediocre Alan Gilbert le siguió, en esta última época, como titular, Jaap van Zweden, incapaz de ilusionar a nadie (y hasta de poder recordar su nombre). La primera orquesta fundada sobre suelo norteamericano hace tiempo que había perdido su liderazgo ante la favorita de la otra costa, la Filarmónica de Los Ángeles: la que más dinero recauda hoy, cuenta con un moderno auditorio firmado por el arquitecto pop Frank Gehry (los rivales neoyorquinos también estrenan uno nuevo) y más parece haber conectado con el público joven, y latino, de su ciudad. Todo ello al mismo tiempo que los angelinos ascendían rápidamente en el ranking artístico hasta llegar a disputarle su primacía a los otros principales conjuntos norteamericanos, las estupendas agrupaciones de Filadelfia, Pittsburgh, Boston y Chicago, ciudades con reconocida tradición sinfónica.

Ese cambio de tendencia vino propiciado por el nombramiento en la temporada 2008-2009, cuando apenas contaba con veintisiete años, de Gustavo Dudamel al frente de la Filarmónica de Los Ángeles en un movimiento casi idéntico al que en su día protagonizó Zubin Mehta (quien años más tarde seguiría el mismo camino cambiando el encanto cinematográfico del lejano Oeste por la más cosmopolita Nueva York). Si el otrora glamouroso maestro indio, más alejado del actual que gasta una imagen de último gurú de la manada, se entendió a las mil maravillas con el mundo de las estrellas del séptimo Arte e incluso del baloncesto (es un seguidor apasionado de la NBA), el venezolano, casado con la actriz española María Valverde, no los encandiló menos.

La atracción del público joven y latino

El otrora adolescente prodigioso forjado bajo los auspicios de un Hugo Chávez que supo vender las orquestas juveniles, formadas por niños y chicos sin recursos, como uno de los grandes logros de su revolución bolivariana, empleó parte de lo aprendido en sus primeros años para ampliar la base de los aficionados de su nueva agrupación. Gracias al trabajo desplegado en su propio país con el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles, que propició su lanzamiento internacional bajo el oportuno padrinazgo de Claudio Abbado, Dudamel logró atraer al público joven y latino, al tiempo que sembraba para el futuro promoviendo las actividades formativas con la participación de la orquesta y sacándola de su ámbito elitista para llevar la música hasta los arrabales de la ciudad.

En ese camino, el director tuvo a una leal y extraordinaria colaboradora en Deborah Borda, la directora general de la orquesta, que apostó por él desde el principio, tanto que desde que volvió a ese mismo puesto, pero esta vez en su antiguo trabajo, la filarmónica neoyorquina, ha estado conspirando en la sombra hasta llevárselo otra vez con ella, justo lo que acaba de conseguir. El éxito de las principales instituciones musicales depende sobre todo de personas como Borda, capaces de atraer siempre a los mejores: la excelencia artística se sustenta en decisiones audaces, pero debidamente calculadas y perseguidas con tenacidad.

Un nuevo reto personal

Logrado su objetivo, Borda y los músicos neoyorquinos aguardan que con su presencia Dudamel logre revitalizar la alicaída actividad, atrayendo a nuevos y más generosos mecenas; conectando más con esa parte de la población latina que ya constituye un tercio de la urbe, y ampliando la base del repertorio, uno de los puntos fuertes de un director que intenta buscar siempre establecer conexiones con compositores del siglo XX en adelante y, en buena medida, hispanoamericanos: su interesante concierto de la semana pasada en la Ópera de París, de la que sigue siendo responsable musical, le dio carta blanca para elaborar un programa que reunió a autores como Granados, Codina, Guastavino, Ginastera y Piazzola (y para el que, por cierto, contó con cantantes de la Academia de la propia institución parisina entre los que se encontraba el único español seleccionado allí, el bajo gallego Alejandro Baliñas, magnífico en su desempeño).

Ese encanto espontáneo, algo agreste, forjado a golpes de melena rizada que sirvieron de inspiración para el protagonista de la serie de Amazon, Mozart in the jungle, podrá serle útil para competir con las venerables orquestas, las mejores del orbe, que desfilan periódicamente por Carnegie Hall, una competencia que antes no tenía en Los Ángeles, donde la Filarmónica era un oasis exclusivo. En su nuevo destino tendrá que calibrar al máximo unas interpretaciones que a menudo han sido tildadas de una brillantez exterior, algo superficial, más centradas en provocar el efecto inmediato que en el mensaje sustancioso y duradero, aunque en estos últimos tiempos haya sabido dotarlas de una intención más honda y reflexiva.

Tachado por la historia de su país

A Dudamel, el reto de desembarcar en Nueva York le hace seguramente especial ilusión por la posibilidad de vincular su trayectoria artística con una institución de tan noble raigambre histórica, unida durante su periodo más fértil a la exuberante personalidad de uno de los músicos esenciales de todo el siglo XX, Leonard Bernstein. El pasado vinculado al chavismo del director venezolano, algo que otros músicos compatriotas suyos, como la pianista Gabriela Montero, le han afeado públicamente en varias ocasiones, supone sin duda un atractivo extra para esa intelligentsia neoyorquina de extrema izquierda que ya se identificaba en su momento con el Bernstein más agitador que invitaba a las fiestas en su elegante apartamento de Park Avenue a reconocidos miembros de los Black Panthers.

En ese sentido, el centroamericano se ha mostrado siempre bastante reacio y esquivo al eludir cualquier referencia negativa que pudiera poner en peligro la continuidad o los proyectos de la Orquesta Simón Bolívar, de la que aún hoy es máximo responsable. Después de actuar en el entierro de Chávez, con Maduro le costó romper hasta que un joven músico falleció masacrado en una de las protestas contra el régimen del sátrapa caribeño. Ese día publicó una carta de repudio, primera condena en firme de las tropelías sin fin perpetradas en su país bajo el amparo del gobierno que sofoca cualquier discrepancia.

Igualar o tan siquiera recordar al sin par Lenny no le va a resultar tan fácil. En primer lugar, no es compositor: su inexistente obra no podrá traspasar las relucientes marquesinas de Broadway como hizo West Side Story (Dudamel dirigió la banda sonora de la nueva versión del filme que realizó Steven Spielberg). Ni tampoco posee la cultura, la capacidad dialéctica ni comunicadora de aquel Bernstein que podía desmenuzar con desparpajo la complejidad de Mahler en televisión, hasta lograr cautivar a una audiencia hecha de niños (con otra educación, todo sea dicho). Quizá el modelo del nuevo titular de la New York Philharmonic pueda ser más bien Lydia Tàr, la directora de ficción que cambió a esta orquesta por los laureles de la Filarmónica de Berlín, algo que nadie ha logrado aún. ¿Será acaso Dudamel el primero?

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