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Estatuas de Marx y Engels en Berlín

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Los 175 años de 'El Manifiesto Comunista', el panfleto que se convirtió en la palabra de la religión del odio

Karl Marx y Friedrich Engels escribieron a dúo esta crítica al orden capitalista que quiso exponer un «socialismo científico»

Este 21 de febrero el diario Granma de Cuba titula en su portada: El Manifiesto Comunista, la fe que no muere. Sobre el comunismo, y al contrario, ya dijo Jacinto Benavente hace un siglo que era la religión del odio, y Pío Baroja que era «una doctrina de sumisión, hecha para un cuartel o para un convento. ¿Qué libertad puede ser la que dé el comunismo?».

El Manifiesto atrajo en buena medida por su prosa atractiva, heroica, «profética, movilizadora y profunda», como dicen aún en el Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba a este respecto:

«La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario. Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas...».

Hablan de la burguesía como clase dominante, pero cualquiera diría que habla del demonio, en el fondo y la forma de un inquisidor del medievo. Es el atractivo de la manipulación, el intelectualismo del populismo: «Un espectro se cierne sobre Europa, el espectro del comunismo», comienza hamletiano, y ya se sabe como se soliviantaba el pueblo con los dramas de Shakespeare. Lo cierto es que este teatro sacado al mundo trajo el totalitarismo del que acusaba a su diablo: la burguesía.

Portada de la primera edición alemana de 'El Manifiesto Comunista' (1848)

Portada de la primera edición alemana de 'El Manifiesto Comunista' (1848)

Contra ella fabricó la pócima del «socialismo científico» con varias mechas que terminaron prendiendo más allá de la palabra del profeta que anunció la revolución proletaria. Una utopía que apuntaba a sus líderes a convertirse en «jefes de una nueva intolerancia», como le dijo Proudhon a Marx.

El extravío que trajo la restricción de las libertades que Cuba en 2023, casi dos siglos después, aún celebra, enrocada sin solución: «El anhelo marxista de construir la nueva sociedad comunista, la seguridad de que el proletariado vencerá al capitalismo, aun en las condiciones actuales de su existencia, es una realidad a la que no podemos renunciar», proclama Granma.

«No es esto, no es esto...»

La lucha de clases que construyó el telón de acero, el muro de Berlín, la URSS, la de las sangrientas Brigadas Rojas italianas de los 70, la del Frente Popular, el anticlericalismo salvaje y asesino..., bajo el lema final «Proletarios del mundo, uníos». Dijo Ortega y Gasset que sin la amenaza de la revolución la burguesía no habría aceptado las reformas obreras, pero de los derechos de los hombres a lo que el comunismo terminó siendo se podría citar al mismo filósofo a propósito de la República que también apoyó en sus orígenes: «No es esto, no es esto...».

Muchas de las ideas del texto, de lo profético de su contenido, nunca se cumplieron. Y no eran baladíes. La bajada de la productividad que se achacaba al régimen burgués fue la característica de las economías comunistas. El obrero siempre tuvo patria, al contrario de lo que afirmó Marx. El capitalismo no sucumbió a su crisis y la justicia y la libertad siguen siendo una lucha en todos los lugares del mundo y bajo todos sus sistemas, en algunos más que en otros, como bajo los regímenes comunistas que se inspiraron en el panfleto que fue devorado y sus restos desperdigados por algunos de los mayores dictadores de la historia.

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