Gregorio Luri: «La cultura de la cancelación es un vicio protestante»
Tertulia entre Gregorio Luri y Fernando Savater en la Fundación Tatiana (Madrid), con humor y mucha «filosofía andante». Dice Savater: «No conozco a nadie más cercano a la inteligencia artificial que Yolanda Díaz»
Filosofía de academia y erudición, o filosofía callejera y mundana. Inteligencia artificial y límites del ser humano. Cultura de la cancelación e idealización del pasado. De eso, y de más temas, han charlado Gregorio Luri y Fernando Savater invitados por la Fundación Tatiana y la Asociación Cultural Navarra. Dos filósofos, dos maestros, pero, sobre todo, dos amigos que se han divertido y han sacado bastantes risas de un auditorio donde se reconocían rostros célebres: desde José María Marco y Álvaro Petit Zarzalejos hasta María Blanco, Aurora Nacarino–Brabo, Juan Claudio de Ramón y Diego Garrocho. Tras unas palabras de bienvenida por parte de Marta Fernández Munárriz, vicepresidenta de la Asociación Cultural Navarra, y una sucinta introducción a cargo de Álvaro Matud, director académico y de Relaciones Institucionales de la Fundación Tatiana, Gregorio Luri ha agradecido al público la asistencia destacando con emoción: «Esto sería impensable en Barcelona», pues él reside en El Masnou. Ha comentado, viendo a tantos amigos y conocidos, que «uno vale lo que tiene de trozos del alma repartidos por el mundo».
Matud define a Luri como un «maestro de filosofía andante» y subraya su «fe en la naturaleza humana» y su «optimismo realista». Por su parte, Luri ha asegurado que Savater «es una institución española», y, tras los parabienes que le ha dedicado el vasco, ha dicho: «Nunca hay que poner en duda la inteligencia de quien te elogia», con un tono jocoso que simulaba solemnidad. Ha cogido el guante Savater con este otro ejemplo de humor: «Lo que no me gusta de los aduladores es que siempre se quedan cortos». En ambas ocasiones, el público ha reído con satisfacción. Así, y aunque el coloquio ha versado sobre el libro de Luri En busca del tiempo en el que vivimos, los temas han recorrido casi dos horas de conversación y preguntas como aquel que visita con gozo un mercado y va olisqueando cada fruta y echando un buen vistazo a cada carne y pescado.
Luri ha lamentado el aparente declinar del optimismo en el pensamiento, tras la victoria dialéctica –a la postre– de Martin Heidegger sobre Ernst Cassirer hace casi un siglo en Davos (Suiza). Frente al modelo de filosofía como consuelo, se impuso la concepción de la filosofía como confrontación del hombre ante su angustia existencial; según Luri, Heidegger no tiene «ningún contrincante en su búsqueda de la miseria humana». Por su parte, Savater ha afirmado: «yo ya no me dedico a la filosofía; recuerdo una época en que sí me dedicaba, pero la filosofía es una cosa de jóvenes». Ha explicado esta suave ironía indicando que «la única filosofía es la mundana», y no las teorías sobre la ciencia o las preguntas en torno a qué es el tiempo. Él entiende que la filosofía se plantea otras preguntas. «Lo importante es qué hago yo con mi tiempo», apostilla. Por eso, Savater cree que el libro de Luri es «filosofía de verdad» y «está escrito para la gente normal».
Yo ya no me dedico a la filosofía; la filosofía es una cosa de jóvenes
Matud ha preguntado sobre el transhumanismo. ¿Es un antihumanismo? Luri ha evitado, como de costumbre, resultar cenizo. Para responder, ha aclarado que el tema de debate actual es la noción de límite, lo cual se evidencia en que «hoy todo el mundo quiere ser anfibio». Que es tanto como no ser nada, no estar dentro de ningún límite o definición, a pesar de la «función terapéutica de los límites». En nuestro tiempo, los límites se ponen en cuestión. En parte, debido a que el ser humano se define por preguntarse acerca de los límites y, de cuando en cuando, procurar superarlos. Y llega a esta conclusión que dirige a los transhumanistas: «Huyendo del humanismo, lo estáis reformulando». En su opinión, el ser humano es un ser distinto al mundo; para comprenderlo, hace falta asumir que no es una parte más del mundo. Y advierte a los pesimistas: «¿Cambia el mundo, o más bien tu imagen del mundo?». Añade: «Nunca lo sabes».
Fernando Savater ha descrito una paradoja. Hoy parece que hay que «enorgullecerse de lo que se es grupalmente» —por ser parte de una etnia, una orientación sexual, etc. Sin embargo, «nadie se enorgullece de su humanidad». Se asume que el ser humano es vergonzoso, sobra, es peor que un animal. Ante esta situación, Savater reivindica el lugar el hombre: «Sólo el ser humano tiene mundo y se hace cargo del mundo; los animales no, y por eso no están al alcance de la ética». Una actitud clásica que hoy se desdeña con el pretexto de «salvar el planeta».
Lo que no me gusta de los aduladores es que siempre se quedan cortos
En su defensa del humanismo llano y callejero, Luri invita a «reconciliarse con las propias trivialidades», porque esa es la manera de «salvaguardar la humanidad». ¿Ejemplos? Muy próximos a nuestro día a día, como unos «huevos fritos con patatas» en vez de vivir instalados en la nouvelle cuisine. Una idea que ha repetido varias veces. En vez de tanta deconstrucción y tanto «amor fluido», al final todos necesitamos un amor sólido y bien construido. Pero insiste el navarro en huir de los extremos: «cuando se intenta implantar un mundo planificado, el resultado es desastroso». Acude a uno de sus conceptos más característicos: el hombre es «un ser de entrambos», ni bestia ni ángel. Aunque hoy hemos eliminado esa aspiración de altura que suponía el ángel. La moderación y el sentido común son sus pautas, por eso describe la inútil tensión científica que conlleva el nihilismo contemporáneo, que confunde el dolor con el mal, y que busca un «analgésico contra el mal». Según Luri, hoy se concibe el cosmos de una manera que no admite al ser humano.
Cuando Álvaro Matud les pregunta sobre la irrupción de la inteligencia artificial, el navarro Luri se muestra prudente y risueño. «Me instalé el chat de inteligencia artificial y juego con mis nietos», dice. Propone al software ejercicios diversos, y acertijos que sólo un humano –al menos, hoy– es capaz de entender. «¿De qué modo hay que tratar a la mujer de un viudo?», plantea. Y la máquina le responde con una sarta de lugares comunes repletos de «perfecta corrección política», sin advertir la chanza. Luri no cree que todo esté en Internet: «mi experiencia de lectura de El Quijote no está en Internet». La tecnología nunca suplirá a la experiencia humana. En consecuencia, «hay ser humano para rato». En este punto, Savater ha optado por una franqueza confiada y divertida, coincidiendo con Luri en interpretar la inteligencia artificial como cacharrería verbal fútil, colección de clichés y cascarones sintácticos vacíos: «No conozco a nadie más cercano a la inteligencia artificial que Yolanda Díaz». Inteligencia artificial, valga el oxímoron.
La zapatilla de mi madre era un instrumento pedagógico que nos convalidó horas psicomotricidad
Durante el turno de intervenciones del público –con más dudas que reflexiones compartidas–, Luri y Savater han querido evitar la idealización del pasado. El navarro asegura que estar seis horas delante de una pantalla no es menos saludable que estar seis horas en el campo como antes: doblando el espinazo de sol a sol para recoger hortalizas. Luri ha recordado la dureza de la vida rústica y los tremendos efectos perniciosos de un artilugio de su época: la azada con que los labriegos respondían a los chavales que les hurtaban las peras. Y ha relatado una anécdota de su Azagra natal: llegaron un día unos forasteros, y los paisanos se quedaron sorprendidos de que una mujer condujera un coche. «¡Adónde iremos a parar!». Y les parecía un delirio siquiera imaginar que un día las mujeres fumaran o llevaran pantalones.
Savater ha ido más allá. Las generaciones anteriores no se pasaban las veladas con recitales de violín y melodías exquisitas; «como mucho, rezando el rosario». Ha comentado las advertencias catastrofistas de antaño, de cuando se pensaba que la velocidad de un tren a 30 km/h era «suicida», o bien cuando apareció el teléfono o la olla exprés. Según Savater, «lo natural para el ser humano es lo artificial», el hombre se relaciona con el mundo por medio de «artilugios», y no se diluye en el mundo, al contrario que los demás seres, que son como «agua dentro del agua».
La tertulia ha hecho brotar muchas frases magistrales a base de humor. Savater, por ejemplo, cuando describe que hoy «el objetivo de la vida consiste en ser víctima»; la fruición por sentirnos incomprendidos, marginados, discriminados. O cuando expresa su desconfianza hacia la empatía por ser una «cualidad de estafadores».
La prueba irrefutable de la decadencia de Occidente son las rodillas impolutas de los niños
Por su parte, Luri dice: «La cultura de la cancelación es una recuperación grosera del pecado, sin redención, con condena de por vida, es un vicio protestante». Se ha animado: «La zapatilla de mi madre, con su puntería, era un instrumento pedagógico que nos convalidó horas psicomotricidad, huyendo de ella». La principal virtud de la zapatilla: «Cuando te alcanzaba, aquello era borrón y cuenta nueva». Ahora, con los «rincones para pensar» de los colegios, no hay penitencias, no se purgan las culpas. Otro «vicio protestante». Ha dado un paso más en su sátira a ciertas modas hodiernas, al lamentar las ludotecas, pues «la prueba irrefutable de la decadencia de Occidente son las rodillas impolutas de los niños». Los niños ya no se magullan, no se arriesgan, «no viven aventuras infantiles» lejos de la supervisión de los adultos. Al mismo tiempo, reivindica los contenidos y la memoria en la educación, para que los niños puedan henchir sus mentes con riqueza léxica que les permita entenderse, entender sus emociones y entender el mundo con todos sus matices.