André Aciman: «Vivimos en la nostalgia del pasado o en la anticipación del futuro: somos incapaces de vivir en el presente»
Cuando en 2017 se estrenó Call me by your name, la historia de amor ubicada en un tórrido verano en Italia fue un gran éxito de taquilla, ganó un Oscar y un Bafta... y el libro, que había pasado desapercibido desde 2007, se convirtió en superventas. Su autor, André Aciman, no ha dejado de escribir desde entonces: presenta ahora Homo irrealis, una reflexión personal sobre el paso del tiempo y la nostalgia
Lo mejor de la vida es la intimidad. Esa es la tesis principal de la escritura de André Aciman (Alejandría, 1951). El autor del superventas mundial Llámame por tu nombre (Call me by your name en su título original), convertido en una película ganadora de un Oscar gracias a la dirección magistral de Luca Guadagnino y a las actuaciones de Timothée Chalamet y Armie Hammer, ha seguido triunfando con Encuéntrame o Variaciones Enigma (Alfaguara). «Esto es amor: la incertidumbre es amor, el miedo es amor, hasta el desprecio es amor. Algunos lo conseguimos a contramano. Unos lo encuentran enseguida, a otros les lleva años y para otros, llega solo en retrospectiva».
Pero Aciman, nacido en Alejandría de una familia judía sefardí de origen turco y emigrado a Francia en su juventud, se formó en Harvard, ha sido profesor de Literatura Comparada y de Escritura Creativa en algunas de las mejores universidades estadounidenses y es un gran ensayista y estudioso de la obra de Marcel Proust. En 1996 publicó Lejos de Egipto, un libro de memorias sobre su infancia y adolescencia que le llevó a ganar el Whiting Award, al que le siguieron la recopilación de ensayos False papers: essays on exile and memory, Letters of transit y The Proust project.
En Homo irrealis (Alfaguara) nos invita a acompañarlo, en unas memorias en forma de ensayo, por un viaje a sus lugares –Alejandría, Roma, París, San Petersburgo o Nueva York– de la mano de sus escritores y artistas predilectos: Proust, Freud, Rohmer, Sebald o Pessoa, con cuya cita comienza el libro: «Soy el intervalo entre lo que soy y lo que no soy». «La vida que no podemos vivir lo trasciende y lo sobrevive todo, porque es en parte algo que se anhela, en parte algo que se recuerda, en parte algo que se imagina y no muere o no desaparece porque nunca jamás existió en realidad». Así trata Aciman de entender la veta nostálgica que se cierne sobre su persona.
–¿Qué es el «Homo Irrealis»?
–Significa, evoca el significado del condicional, del subjuntivo, del imperativo y por supuesto del «optativo», con el que me topé por primera vez cuando empecé a estudiar griego antiguo. Son modos que no existen en la realidad; es decir, invocan algo que no ha pasado, no va a pasar, no podría pasar ni debería pasar. Creo que todos somos homo irrealis; somos personas que no sabemos, a pesar de que lo pretendamos, cómo vivir en el tiempo presente. Nos deslizamos hacia el pasado, también hacia un pasado imaginado, y hacia el futuro. Vivimos en la nostalgia del pasado o en la anticipación del futuro.
–¿Nadie vive en el presente? ¿Vivimos siempre en esa vida imaginada?
–Exacto. La mayoría de las decisiones que tomamos se basan no en hechos reales, en la realidad, sino en lo que suponemos que está realmente ahí, en lo que nos guía y nos lleva a seleccionar algo quizá por miedo, quizá por inseguridad, quizá por esperanza. Creo que nadie vive en la «dimensión real»
–¿Tenemos recuerdos que nunca han sucedido, pero se han convertido en igual de reales? ¿El pensamiento, la memoria, construyen la vida más que lo real?
–Yo creo que sí. Es algo que no sé a ciencia cierta, pero creo que es lo que pasa en la vida cotidiana. Los hechos, la realidad, son tangenciales respecto a nuestra experiencia de la vida. Imagínate si no tuviéramos psicólogos en el mundo de hoy... ¿Qué haríamos para descubrir esta dimensión de lo irreal, de lo posible, que siempre es más deseable que lo que ya tenemos? Yo no creo que la gente sea feliz con lo que tiene. Y escapa de la realidad precisamente invocando el pasado, pero sobre todo el futuro.
–¿Es imposible entonces vivir en el presente, es una ilusión?
–Tal vez sea descorazonador. Hay quien tiene religión, y en ella encuentra un sentido, una promesa de significado. Yo no dispongo de religión, ni siquiera tengo nacionalidad. No creo en ninguna de las dos cosas. Como como hechos reales posibles, aluden a una narrativa. Creo que el patriotismo y la nacionalidad son una ficción que nos damos para aferrarnos a la realidad. Pero no es real. Al darnos cuenta de esto, eliminamos ciertas mentiras que nos contamos para descubrir qué somos en realidad. Si nos quitaran el apellido y la nacionalidad y la religión y nuestra profesión, entonces tendríamos una identidad, pero nadie quiere prescindir de estas armaduras, porque sin ellas nos vemos obligados a enfrentarnos a nosotros mismos. Preferimos ir a ver a un psicoanalista para que nos ayude a identificar quiénes somos, para intentar acceder a nuestra identidad.
–Este libro es una meditación sobre tu vida: una vida marcada por el desplazamiento y por diferentes lugares, y una meditación sobre las personas y las ciudades que han hecho interesante el camino. ¿Cómo los has seleccionado?
–En parte fue una selección intuitiva, pero quería investigar sobre este homo irrealis: en francés el pretérito imperfecto y el presente condicional tienen las mismas desinencias, por lo que están relacionados de una forma sutil. Me apetecía ahondar en esto, y descubrí, con los libros y poetas que leía y estudiando sobre Freud y Beethoven, que todos accedían a su manera peculiar a la misma dimensión. No tenía claro si les interesaba el irrealis de verdad, pero había una forma de atemporalidad en su obra. Y pensé que tal vez no los estuviera leyendo o escuchando correctamente. Ese error por mi parte me dio un sentido, y conseguí acceder a algo de mí mismo. Me permitieron leerme mejor.
–Un cuadro de Sloan, un cuadro de Monet, citas a Hopper, Beethoven… Pero tres capítulos para Éric Rohmer. ¿Qué ha significado para ti, o para tu 'yo irrealis', este cineasta?
–Me pareció que Rohmer me presentaba algo que yo sospechaba que era cierto de mí mismo, porque yo deseaba a mucha gente de unas formas muy deliberadas y evidentes. No quería poseer a esas personas por completo, solo quería una parte de ellos, ya fuera su mente, su cuerpo o su piel. En Rohmer encontré un aspecto del deseo que era fugaz en lugar de asentado. Para mí el amor, el deseo, no significaba lo mismo que para otras personas; me interesaba más la naturaleza irresoluta del deseo, cómo cambia de opinión de un momento a otro. Y eso es lo que muestra Rohmer: situaciones con las que yo estaba muy familiarizado como hombre joven en las postrimerías de la adolescencia. Rohmer me liberó de las explicaciones que tomaba prestadas de mucha otra gente para explicarme a mí mismo.
Para mí el amor no significaba lo mismo que para otras personas; me interesaba más la naturaleza irresoluta del deseo, cómo cambia de opinión de un momento a otro
–De hecho, esta naturaleza cambiante del deseo es uno de los grandes temas de tu literatura.
–Tiene que ver con la definición del 'irrealis': siempre sentimos ese impulso, esa compulsión por los podría haber sido, debería haber sido... pero no pasó. Y esperamos que sí, aunque nunca pasó, y nunca pasará. Esa frase recorre toda mi vida. El deseo está presente siempre, pero siempre es fluido, hasta el punto que ni siquiera sabes si es real.
–«Esta pesada realidad contrafactual es el reflujo mismo del tiempo». ¿Aún no sabemos cómo pensar el tiempo?
–Exactamente. Habla de este «arreglo contractual» que tenemos con el tiempo, sabiendo que hay cosas que son ciertas hoy y que tal vez no lo sean mañana, pero pasado mañana tal vez sí vuelvan a ser ciertas. Y yo esto lo llamo fluidez. Yo creo que todos somos no solo fluidos, sino que somos un número infinito de personas. Hay gente que viene, que se va, que se queda para siempre y gente que ni siquiera ha nacido y que tal vez llegue dentro de unos pocos años. Realmente yo no conozco a nadie que viva en el presente, ¡ni siquiera que quiera vivir en el presente! Sólo fingimos que lo hacemos. El trabajo de un escritor es interpretar esa incapacidad.
–«Lo que intentamos aprehender, lo que estamos buscando, no está ahí, pero buscarlo nos hace acercarnos al arte». ¿Es esta la clave de la vida? ¿esta búsqueda?
–Sería un necio si dijera que recurrimos al arte porque no sabemos qué otra cosa hacer con la vida. Creo que es una falsedad. Pero el arte nos permite afirmar cosas que seríamos incapaces de afirmar: es exactamente la dimensión en la que entramos cuando queremos explorar, excavar, lo que es la vida: es el intento de encontrar significado en una obra que nos lo diga todo de nuestra vida. Es el deseo de averiguar algo que de otra manera sería imposible saber.
El arte es la dimensión en la que entramos cuando queremos explorar lo que es la vida: es el intento de encontrar significado
–En cambio, más adelante hay destellos de esperanza: «Hay momentos en los que de repente percibimos una inteligencia omnisciente que despliega (organiza, dice Proust) los acontecimientos de nuestra vida». ¿Has hecho experiencia de esto?
–Sí, aunque por desgracia, no puedo decir que sea algo que haya mantenido, porque no sé cómo hacerlo. Pero ha habido momentos en los que lees un libro, un poema sobre todo, y descubres algo sobre ti. ¿La totalidad de lo que eres? No, no necesariamente. Pero sí algo atemporal. Y eso es lo que debe hacer el arte: dar respuestas que nunca son específicas al presente, sino que son atemporales. Esa diferencia me encanta, porque el arte no trata de información ni de periodismo, sino que consiste en acceder a una zona que está más allá del tiempo.
–Cuando miras la foto y te ves en tu última fotografía en Egipto, te preguntas: «¿Qué he hecho con mi vida?». ¿Te has contestado?
–Qué va. ¡Claro que no! Y lo digo con total sinceridad. Esta pregunta te puede llevar a respuestas desoladoras, porque la vida que tenías que vivir no la has vivido para nada, ni siquiera has empezado a vivirla. Sólo has fingido vivir. En mi caso, yo he vivido en muchos lugares del mundo, tengo una familia a la que quiero y, al mismo tiempo, ¿desearía vivir la vida que podría haber tenido? No lo sé, nunca lo sabré.
–En el diálogo con la estatua del Sauróctono, te dice: «Has encontrado la belleza, pero no la verdad». ¿Qué le responderías hoy?
–He encontrado la belleza en muchísimos lugares, en libros, en estatuas, en cuadros, en música. Y en algunas personas, aunque no en todas. ¿Pero he encontrado la verdad? ¿ He profundizado lo bastante para encontrar el sentido de la vida? Eso no lo creo. El poema de Rilke que cito habla de que es el momento de cambiar tu relato, de cambiar tu vida antes de que sea tarde. Y vivimos con esa esperanza constantemente a lo largo de nuestra vida. Así vivo yo: esperando vivir una vida coherente.