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La escritora chilena Isabel Allende

La escritora Isabel Allende en la presentación de su nuevo libro, El viento conoce mi nombreLori Barra

Isabel Allende: «No habría refugiados si no hubiera violencia en el origen. La solución es humanizar el proceso»

La escritora estrena su nueva novela, El viento conoce mi nombre, que aborda el drama de la migración forzada, el desarraigo y la orfandad

Escribe sencillo, sin grandes florituras, a pesar de ser heredera, si no continuadora, del boom latinoamericano. Pero sus historias se te agarran en el pecho. «Me he jubilado de todo lo que no me gusta, ¿para qué me voy a jubilar de lo que me gusta, que es la escritura?», suelta entre risotadas vivaces. A sus 80 años, Isabel Allende (Perú, 1942) ha vuelto a lograrlo: ha narrado el sufrimiento, pero también la esperanza humanas, en un libro luminoso y lacerante a un tiempo.

La escritora viva más leída y traducida en español regresa con una conmovedora novela que trata temas universales, pero tristemente igual de vigentes ahora que en la Noche de los cristales rotos de 1938 con la que da comienzo su novela: la inmigración y la violencia, pero también la búsqueda, la solidaridad y el amor.

Con El viento conoce mi nombre pasado y presente se entrelazan para relatar una historia sobre el sacrificio que hay tras la decisión de los padres de poner a salvo a sus hijos, sobre la sorprendente capacidad de algunos niños para sobrevivir a la violencia sin dejar de soñar y sobre la tenacidad de la esperanza, que puede brillar incluso en los momentos más oscuros.

«Esta novela cuenta una historia trágica, pero la he narrado con alegría, porque es también una historia de coraje y bondad. Fue inspirada por las maravillosas personas que trabajan por aliviar el dolor de los menos afortunados», explica la escritora, que puso en marcha una fundación con su nombre en 1996, también en memoria de su fallecida hija Paula. Su retrato, así como el de su madre, se vislumbran tras el escritorio desde el que atiende, vía conferencia, a la prensa en español.

'El viento conoce mi nombre' es la nueva novela de Isabel Allende

'El viento conoce mi nombre' es la nueva novela de Isabel Allende

De la Alemania nazi a las guerrillas de Centroamérica

En 1938, una furia incontenible se desató en la ciudad de Viena. Como hordas de un ejército cruel, gentes de todas las clases salieron a las calles para acabar con la comunidad judía. Aquella noche, el padre de Samuel Adler desapareció y, aunque su madre intentó por todos los medios ponerse a salvo junto a su hijo, no lo consiguió. La única opción, desesperada, fue conseguir plaza para su pequeño de cinco años en un Kindertransport, uno de los trenes que consiguieron salvar a niños judíos de los nazis llevándolos a Gran Bretaña.

Ocho décadas más tarde, en Arizona, Anita Díaz sube con su madre a bordo de un tren para escapar de un inminente peligro en El Salvador y exiliarse en Estados Unidos, como antes hicieron otros que lograron escapar de una de las matanzas más crueles que aún hoy se recuerda: La Masacre de El Mozote, en 1981. La llegada de Anita y su madre a la frontera mexicana coincide con una nueva política gubernamental que las separa, y Anita queda sola en un mundo lejano que no comprende.

Desde esos conflictos mundialmente conocidos y señalados, que aún hoy cubren nuestros ojos con un velo de horror, la escritora nos conduce, con una fina inteligencia, a otros conflictos más cercanos temporalmente, pero con menos proyección. Algunos de ellos tan terriblemente olvidados, para vergüenza de un mundo que solo reconoce las heridas cuando le duelen. Pero Isabel Allende no olvida mientras contesta las preguntas de los periodistas: ella misma tuvo que exiliarse de Chile tras el golpe contra Salvador Allende, refugiarse en Venezuela y acabar viviendo en California, desde donde vive, escribe y atesora la memoria.

–¿De dónde nació la idea de escribir esta novela?

–La mecha que la provocó fue la política de Trump de 2018 de separar a los niños de sus familias en la frontera. Algunos eran bebés todavía lactantes. Metían a los niños en jaulas, donde permanecían llorando en pésimas condiciones, y nadie pensaba en la reunificación con sus familias. Cuando el clamor público acabó con esta política, se siguió haciendo de noche, aunque ya no era oficial. Hoy todavía hay mil niños que no se han reencontrado con sus padres...

–La novela comienza con un relato de 1938. ¿Fue un reto para usted escribir sobre la Alemania nazi, la Noche de los cristales rotos, aunque la conociera por el cine y los libros?

–Me acordé de una obra de teatro que vi en Nueva York, Kindertransport, que es precisamente la historia de una niña judía que tiene que dejar a su familia gracias al esfuerzo por el que miles de niños judíos fueron refugiados desde la Alemania nazi a Gran Bretaña. Más del 90 % nunca volvieron a ver a sus familias, que fueron exterminadas en campos de concentración.

–Anita se sumerge en un mundo imaginario cuando se ve atrapada en esta problemática migratoria. ¿Se identifica con ella por lo que ha narrado que fue su niñez?

–Sí, yo también viví en mundo imaginario que construía desde el sótano de casa de mi abuelo. Ahí tenía mi propio universo, libros, velas para leer… Y creía que mi abuela muerta me acompañaba. Entiendo muy bien la mentalidad de Anita (inspirada por una niña llamada Juliana, que también es ciega) porque la he visto en los niños traumatizados de la frontera: dejan de hablar y se sumergen en el silencio, y ahí crean un mundo en el que se sienten más seguros. Es trágico, un trauma que les va a acompañar toda su vida.

–¿Cuándo sabe que una historia va bien encarrilada y que terminará convirtiéndose en una novela?

–En general, las novelas son como semillas que tengo en el vientre más que en la cabeza, que van creciendo hasta que me ahogan, y entonces sé que es tiempo de escribirlas. Después, la investigación aporta mucho material, y en este caso es fácil porque está sucediendo hoy y conozco a la gente que está trabajando para aliviar el problema, porque en eso trabaja mi fundación.

La escritora peruana Isabel Allende en su casa de Sausalito, en California

La escritora peruana Isabel Allende en su casa de Sausalito, en CaliforniaLori Barra

–Siempre dice que hay que disfrutar el proceso...

–Es como hacer el amor: no es el final lo que importa, sino el camino. Disfruto más escribiendo que investigando. Investigar es la base, pero lo que me gusta es contar la historia, narrar los personajes. Son como piezas de un puzle desparramadas que tengo que poner de forma que tengan sentido, armoniosa. Eso es lo que me encanta.

–Siempre escribe novelas de personajes, pero en esta hay muchos y muy especiales. ¿Cuáles atesora especialmente?

–Samuel, Leticia y Anita son para mí los tres protagonistas. Samuel acompaña la novela desde la primera hasta la última página, es la columna vertebral. Leticia está inspirada en una amiga mía de El Salvador, que salió escapando de la violencia del país, como el personaje, y me ayudó mucho con la investigación. Y Anita, inspirada en Juliana.

–¿Hay esperanza para niñas y mujeres que sufren la violencia de frontera y del exilio?

–Tengo 80 años, y en la trayectoria de mi vida he visto cambios. Cuando yo nací nadie hablaba de feminismo (ser feminista era un insulto), y ahora es parte de la sociedad, bastante aceptado por las generaciones jóvenes. Vamos avanzando lentamente, pero a veces hay retrocesos, como con los talibán en Afganistán. Hay que estar vigilantes. En Estados Unidos ahora hay un gran retroceso.

–¿Cómo siente que ha cambiado en su escritura desde La casa de los espíritus?

–Tengo más experiencia. Antes pensaba que los libros eran un regalo del cielo y que tal vez la próxima vez no iba a suceder. Ahora sé que es mi oficio y que si me doy tiempo para investigar y escribir puedo escribir casi cualquier historia. Pero la mayor diferencia mayor es la computadora: antes escribía con una pequeña máquina de escribir portátil. Ese es el salto mayor, y ahora espero que sea la inteligencia artificial.

Ahora sé que este es mi oficio y que si me doy tiempo puedo escribir casi cualquier historia

–Desarrollas temas como la migración y el sacrificio, pero también la bondad, el amor o la esperanza. ¿Cómo encuentra un equilibrio entre estas temáticas a la hora de escribir?

–Porque he visto las dos. Si lees las noticias solo ves el horror, nadie habla de lo bueno, de la gente que trata de ayudar. Pero yo trabajo con esa gente, y es fácil hacer balance de lo bueno y lo malo. Quienes aceptan esa labor son mujeres, porque no hay ni dinero, ni gloria, ni fama en ellas. Hay 40.000 abogadas que trabajan pro bono para representar a esos niños; hay trabajadoras sociales, psicólogas… Este libro es un homenaje a ellas.

–¿Cómo valora la situación actual de los refugiados en la frontera de México?

–Es una crisis humanitaria. Es muy difícil explicar hasta qué punto es trágico. Hay lugares totalmente controlados por los narcos, donde raptan a la gente o directamente la matan. Para poder acercarse al puerto de entrada, los migrantes tiene que pagar a los criminales 500 dólares, que por supuesto no tienen. La gente no tiene agua, ni letrinas; las muchachas piden pañales porque no pueden salir de noche a orinar porque las violan, las raptan o las matan. Los gobiernos lo saben y no le ponen fin. Es una situación muy dramática. ¿Cuál es la solución? Humanizar el proceso. No habría refugiados si no hubiera violencia en el origen. Nadie quiere abandonar su tierra, su casa, a su familia. No había refugiados en Ucrania hasta que Rusia la invadió, tampoco en Siria, ni en Centroamérica. Son tragedias insostenibles las que hacen que la gente salga de su país. Se necesita una solución global, que no es separar a la gente con una muralla.

En la frontera, las muchachas piden pañales porque no pueden salir a orinar porque las violan, las raptan o las matan

–¿Qué valor tienen la amistad y la solidaridad humana en la adversidad?

–Te salvan. Y no es necesario llegar al extremo de la guerra o de la crisis de refugiados; también en una crisis personal, ante una enfermedad o la muerte, son la solidaridad y la amistad lo que te salva. Yo recibo cientos de cartas de gente que me consulta, como si yo fuera psicóloga, sobre el dolor, sobre cómo sobrevivir. Siempre les digo: «No se encierren, salgan afuera, cuenten lo que les está pasando y les van a ayudar». Esa es mi experiencia en la vida.

–¿El arte, la literatura, el cine, el teatro... salvan?

–Cuando oímos que hay millones de refugiados, es un número abstracto, que no podemos ni imaginar. El arte acerca esa cifra, te pone en contacto con una historia, una cara, un nombre, que podrías ser tú. Eso tiene el arte: conecta a los seres humanos de una manera íntima.

–¿En la conciencia del escritor está ese objetivo?

–No, yo no pienso nunca en que hay un mensaje que quiero transmitir. No estoy tratando de predicar, sino de contar algo que a mí me importa mucho. Supongo que lo que me importa a mí le importa a otro, pero lo que busco es el placer de contar una historia.

–Es una autora exitosa, que rompe límites. ¿Siente que con el éxito ha cambiado también la forma en que la tratan?

–Cuando escribí La casa de los espíritus había dos problemas: era mujer y nadie sabía nada de mí, porque era mi primera novela. Pero sí sabían de Chile y de Salvador Allende, y eso produjo curiosidad. Tuvo un éxito inmediato y eso pavimentó el camino para todos los libros que he escrito después, y también para muchas mujeres escritoras. Las escritoras iberoamericanas habían sido silenciadas o ignoradas, y la industria del libro se dio cuenta de que había un mercado de mujeres lectoras que querían leer libros escritos por mujeres. En lo personal he tenido muchos reconocimientos, y más de 60 premios, pero donde más dificultad tuve para ser respetada fue en Chile: hasta que no me dieron el Premio Nacional no fui respetada. Es el «chaqueteo»: te cogen de la chaqueta y te tiran para abajo. Los únicos que pueden elevarse sobre la mediocridad son los futbolistas.

Donde más dificultad tuve para ser respetada fue en Chile, por el «chaqueteo»: te cogen de la chaqueta y te tiran para abajo

–¿Qué es lo que más le ha costado expresar y proyectar, el dolor, la nostalgia, la superación...?

–La crueldad. La crueldad sistemática, organizada, que no es la crueldad espontánea que suele haber en el mundo. Es también lo que más me cuesta entender.

–¿Qué opina de la oleada de censura que vivimos?

–Hay que defender la libertad de expresión. De Cien años de soledad o de cualquier libro de los que conocemos y forman parte de nuestra cultura habría que eliminar la mitad… Aquí en Estados Unidos todo es ofensivo, tenemos el problema de los pronombres; hay que tener cuidado. No hay sentido del humor. Además, hay esta idea de castigar a los autores del pasado, como con Pablo Neruda, que confiesa en sus memorias que violó a una mujer. Los movimientos feministas han denunciado esto, pero no pueden eliminar la obra del poeta, ¡porque entonces habría que revisar a todos! Y si su vida no es perfecta, ¿habría que eliminar su obra? Hay que separar la obra del autor.

Hay que defender la libertad de expresión. En Estados Unidos todo es ofensivo, y hay esta idea de castigar a los autores del pasado, como con Pablo Neruda

–Según el PEN América, en la primera mitad de este curso escolar se registraron 1.477 intentos de prohibir libros por todo el país, incluyendo La casa de los espíritus.

–La censura es el riesgo más grande. Al suprimir la literatura se suprime la historia. En Estados Unidos hay un intento sistemático de ignorar todo lo que sucedió con la esclavitud, los movimiento por los derechos civiles en los 60, las derrotas militares que sufrió en Irak y Vietnam... Si se censura la realidad, se borra la historia de un país. Pero que censuren mi libro es estupendo, por eso hay tantos muchachos que quieren leerla.

–¿Cómo es su día a día, qué herramientas atesora después de vivir 80 años?

–Me daría para un libro. Mi día a día no ha cambiado nada. Me levanto al amanecer, aunque hago más ejercicio, porque si no me voy a morir tiesa. Paseo a los perros y estoy horas y horas frente a la mesa o al ordenador. Trato de terminar mi día más temprano que antes. Tengo un marido nuevo y tengo que cuidarlo... Pero para una buena vejez se necesita muy buena salud, y la tengo; una comunidad, no estar sola, y también lo tengo; tener cubiertas las necesidades básicas, no estar angustiado por no llegar a fin de mes, y también lo tengo; y un propósito: salir de uno mismo, sin hacer inventario de todo lo que te duele.

Para tener una buena vejez se necesita salud, una comunidad, tener cubiertas las necesidades y un propósito

–Se va a rodar una nueva versión de La casa de los espíritus en Chile, con Eva Longoria como protagonista. ¿Qué opina?

–Me parece fantástico. Que la miniserie esté escrita por mujeres, con un elenco latino, en español... Porque cuando se hizo la película, en 1995, no podía haber un proyecto comercial que no fuera en inglés y con estrellas de Hollywood. Por eso esa película no tiene nada latinoamericano, con Jeremy Irons, Meryl Streep, un director danés, ¡hasta el dinero era alemán! Es una buena película pero no es real.

–¿Puedes contar algo del nuevo libro en el que está trabajando?

–Nunca hablo de lo que no he terminado. Es una superstición. Se diluye si lo digo, pienso que no lo voy a poder escribir con la misma intensidad. Lo tengo que tener dentro apretadamente para que me duela y tenerlo que contar.

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