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El psicólogo José Antonio Marina acaba de publicar 'El deseo interminable'

El filósofo José Antonio Marina habla sobre su libro 'El deseo interminable'Alfonso Úcar

José Antonio Marina: «Apelar al concepto de derecho para los animales devalúa la noción de derecho»

¿Podemos ser felices? ¿En qué consiste la felicidad? ¿Por qué la satisfacción de deseos no parece suficiente? ¿Son felices los animales? ¿Somos felices de manera individual o en sociedad? Preguntas que surgen al hilo de la lectura de El deseo interminable, de José Antonio Marina

El filósofo José Antonio Marina (1939) está ahora escribiendo un nuevo libro: Historia universal de las soluciones. En cierto modo, en él continúa con varias de las grandes líneas que desarrolla en el título más reciente: El deseo interminable. En este último ensayo diserta sobre la búsqueda de la felicidad a lo largo de la historia. Para los antiguos y medievales, la dicha tenía bastante que ver con la morigeración en los deseos, con una cierta resignación que nos pusiera en armonía con un orden natural mayor que nosotros y previo a nosotros. Pero Marina añade otra perspectiva, la de la Modernidad y la Ilustración, y enfatiza la necesidad de una felicidad política, un asentamiento de derechos humanos y justicia que permita la consecución de la felicidad personal.

'El deseo interminable', de José Antonio Marina

'El deseo interminable', de José Antonio Marina

–En su libro se da cuenta de que, a lo largo de la historia, hay un anhelo humano por ser feliz. Pero ¿en qué consiste ser feliz?

–La felicidad es un concepto que se inventa para designar la necesidad de cumplir unos deseos, satisfacer unas expectativas. Lograr cada uno de esos deseos y expectativas produce alegría o placer, pero al mismo tiempo deja un poso de insatisfacción, porque no se agota nuestra capacidad de desear. Es una especie de carrera hacia el horizonte que nunca alcanzamos. Pero la insatisfacción conlleva un aspecto positivo: nos incita a seguir navegando, seguir actuando. De manera que la felicidad es la misma tensión de la acción hacia sus fines. Pero ¿no habrá alguna situación en que por fin nos digamos: «¡Hemos llegado!»? Aristóteles define la felicidad como el fin último, pero ese fin último nadie sabe exactamente dónde está. Es una utopía que nos lleva a la acción, es el hilo dorado del que hablaba Platón y que nos va haciendo buscar mejores soluciones, progresando o equivocándonos. Es una utopía irrealizable, pero de la que no podemos prescindir, porque está en la misma esencia de nuestra acción.

–En el mundo antiguo y medieval no existía ese concepto de utopía, de modo que se asumía que el Cielo estaba en la otra vida. Era una proyección que, por un lado, quitaba el exceso de tensión en esta vida, pero, por otro lado, generaba cierta resignación. La Modernidad, por el contrario, ¿se ha ocupado de buscar la utopía aquí, en esta vida?

–Eran épocas en que había un claro sentimiento religioso que explicaba cómo era la realidad, daba esperanza y ofrecía algún sentido a los sufrimientos de esta vida. En este mundo se proyectaba la Felicidad, con mayúscula, la felicidad total después de esta vida. Pero cuando las religiones pierden vigencia vital, la gente empieza a pensar que postergar todo para la otra vida deja sin alicientes esta vida. Es una especie de psicologización de la felicidad, lo que yo llamo felicidad con minúscula: lograr una vida lo más agradable posible, el mayor bienestar, satisfacer la mayor cantidad de deseos. El mundo hindú y budista había considerado que el paraíso consistía en disolverse en la conciencia trascendental y prescindir de los deseos. Pero nuestra cultura occidental insistía en la satisfacción de los deseos, y como un componente psicológico. Hoy abunda una especie de felicidad de libros de autoayuda. Al romperse con la Felicidad con mayúscula, se pierde una parte importante de nuestra historia que consiste en enlazar la búsqueda privada de felicidad con la búsqueda social de la felicidad a través de la justicia. Al psicologizarse demasiado el concepto de felicidad, se corta ese lazo y nos encontramos con que pierde sentido la idea fundamental de felicidad pública dentro de nuestra estructura política. Surge un individualismo muy egocéntrico: pasarlo lo mejor posible y que el Estado del bienestar sirva únicamente para favorecerme.

Cuando las religiones pierden vigencia vital se empieza a pensar que postergar todo para la otra vida deja sin alicientes esta vida

–¿Estamos hoy muy condicionados por las comodidades de vida de que disfrutamos? Desde los avances en la medicina hasta la disponibilidad de alimentos en un supermercado.

–Ahora proliferan los índices de felicidad. Pero sus resultados pueden ser muy contradictorios. Hoy objetivamente vivo mejor que un campesino de hace cincuenta años. Vivimos con mejor salud, mueren menos niños al nacer, fallecen menos mujeres al dar a luz. Sin embargo, la gran esperanza para un campesino hace cincuenta años era que su cosecha le durase hasta el año siguiente, y esa expectativa era mucho más fácil de satisfacer que las expectativas que tenemos ahora. Hoy, como las expectativas son mayores, la posibilidad de quedar decepcionado es mayor también. Hace unos años, en una portada del Newsweek, se leía: «¿Por qué, si estamos tan bien, nos sentimos tan mal?». No reconocer las cosas buenas que tenemos hace que prolifere la insatisfacción, el malestar, la envidia. Para los clásicos griegos, la felicidad era la vida buena, la vida en que usted va a realizar su mejor yo; no se trata de bienestar, se trata de que usted está cumpliendo sus mejores metas, sus mejores fines, está siendo mejor persona, su mejor figura. Había un componente ético fortísimo que se ha perdido por completo. Ahora la idea de la felicidad consiste en pasarlo bien. La felicidad se ha trivializado. Hay una intoxicación por una idea de felicidad muy poco definida, muy pequeñita. La gran creación de la Ilustración era construir la felicidad pública, asegurar que cada persona va a poder tener el campo de juego suficiente para buscar su felicidad. La mayor conquista para la felicidad ha sido el sistema de derechos. Porque un sistema de derechos, un sistema de protección social, de seguridad social, son componentes de la felicidad absolutamente fundamentales. Aristóteles decía que uno de los problemas de la felicidad es que depende de la suerte, y todo el sistema de derechos que estamos construyendo es para intentar que la suerte tenga la menor influencia posible en la vida de las personas.

No reconocer las cosas buenas que tenemos hace que prolifere la insatisfacción, el malestar, la envidia

–Los estoicos invitaban a disfrutar con lo que se tiene, a estar centrado en el momento presente. La utopía nos lleva a estar inquietos porque no tenemos lo que anhelamos. ¿Es el agradecimiento la asignatura pendiente de nuestra época?

–Cuando escribí Escuela de parejas, me llamó la atención que los especialistas en conflictos de pareja insistían en recuperar la gratitud: usted tiene como tarea, antes de irse a dormir por la noche, buscar al menos tres cosas que su pareja haya hecho por usted a lo largo del día. Hace falta reconocer las cosas buenas que recibimos. En la dialéctica política nunca nadie reconoce lo bueno que ha hecho el otro. Y eso hace que sea una vida muy bronca, muy a la defensiva, muy agresiva. La gratitud no es sólo virtud personal, sino una virtud política. El sistema político está para solucionar los conflictos, pero todos los partidos políticos lo que quisieran es que el partido político contrario desapareciera. El único partido que lo dijo con absoluta claridad fue Podemos. Esa política nos lleva a una confrontación permanente de vencedores y vencidos. Sin embargo, la política no debiera ser eso, debería significar que tú y yo tenemos un problema, y que el enemigo de los dos es el problema, no el adversario, y por eso vamos a intentar resolver el problema. Vamos a ver si mejoramos el ejercicio del poder para que las normas sean lo más justas posibles, lo más eficientes para resolver el problema.

Ahora la idea de la felicidad consiste en pasarlo bien. La felicidad se ha trivializado

–Ahora la política se interesa por la felicidad de los animales; ahí la Ley de Bienestar Animal. ¿Qué opinión le merece?

–El concepto del bienestar animal es una reacción al hecho de que los seres humanos han sido muy insensibles respecto al dolor animal. Hay que tener en cuenta que nosotros al cabo del año matamos cientos de millones de animales. Este concepto empezó procurando que fuésemos compasivos con los animales. Pero escogió un mal camino: querer reconocer derechos a los animales. Y los derechos forman parte de la creación humana. Se puede proteger a los animales, pero no porque ellos tengan derechos como propiedad intrínseca, porque es una propiedad intrínseca creada por la inteligencia humana. Si los protegemos con un derecho, no es porque los tengan, es porque de esa manera podemos asegurar mejor que no vamos a cometer atrocidades con los animales. Yo creo que el bienestar animal es un fruto evolutivo interesante, pero apelar al concepto de derecho para los animales me parece que está equivocado y que devalúa la noción de derecho.

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