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El escritor italiano Cesare Pavese

El escritor italiano Cesare Pavese

Cinco poemas de Pavese, el desgraciado enamoradizo al que Mussolini confinó por prendarse de una comunista

El 28 de agosto de 1950 se quitó la vida el delicado autor de El Bello Verano, abrumado por la soledad de su indefinición política y de los desengaños amorosos

Cesare Pavese nació en el pueblo de campesinos donde su familia veraneaba. Quién sabe si de este hecho inconsciente surgió su obra más famosa, la novela corta El Bello Verano, la añoranza de la luz y la paz del alumbramiento y la niñez frente a la dureza de la madurez que su extrema sensibilidad nunca pudo soportar. El verano siempre fue el débil (y bello) refugio del poeta, un tiempo efímero, aun cíclico, del que siempre sintió nostalgia, asustado por el invierno de la edad adulta.

La muerte de su padre cuando tenía seis años excavó la primera e imborrable profundidad de su naturaleza afligida que nunca pudo rellenar. Asistió al colegio en Turín durante los primeros tiempos del fascismo que la mayoría de sus profesores rechazaban en secreto. Esa oposición intelectual circunstancial le llegó de diferente modo que sus primeras y espontáneas experiencias amorosas fallidas.

Siendo un adolescente cogió una pulmonía esperando en la calle bajo la lluvia a una artista de variedades que no le correspondía, y por ello estuvo lejos de las aulas durante meses. Estudió Filología moderna y se interesó por América y su literatura, mientras los fracasos sentimentales iban jalonando su periplo vital, casi calcados de aquella primera experiencia juvenil.

Whitman, Sinclair Lewis, Melville o Sherwood Anderson impulsaron académica y vitalmente el decaído espíritu de Pavese, que deambulaba entre las traducciones de sus ídolos literarios y su apasionamiento por las mujeres siempre equivocadas. Casi la definitiva, o la esencial, fue una activista comunista (la protagonista del poema La Voz) que le pidió que recibiera las cartas que le enviaba un compañero en la cárcel. Pavese solo tenía que recibirlas y entregárselas, pero se enamoró de la destinataria.

Un día la policía registró su casa y encontró las cartas. Cesare fue detenido y condenado a tres años de destierro en el sur, de los que solo cumplió uno. Pero al volver supo que la mujer por la que había sufrido todo aquello se iba a casar con otro. Se rebeló radicalmente contra sus impulsos y sentimientos y se encerró en sí mismo y en su prosa para evitar unas heridas del alma que solo consiguió abrir más.

De la misma forma consustancial que se enamoraba erráticamente, no le interesaba la política. Fue un apolítico condenado por comunista y un enamoradizo condenado por falta de puntería. Trabajó en la editorial Einaudi como lector y tuvo una intensa actividad intelectual, relacionándose con Thomas Mann, leyendo a Freud y Jung, publicando sus traducciones sobre autores americanos como Dos Passos y escribiendo relatos y novelas cortas como El Bello Verano.

Era la década de 1940 y no pudo evitar volver a enamorarse de una antigua alumna que solo le tenía por un buen amigo. En 1943 Turín es ocupada por los nazis, pero Cesare consigue escapar refugiándose en un pueblo piamontés donde entabla amistad con los religiosos que dirigían el colegio, acercándose mínimamente al catolicismo. Al término de la guerra regresó a Turín, donde descubrió que muchos de sus antiguos amigos habían muerto luchando o por sus inclinaciones políticas.

La melancolía imposible del escritor le llevó a la fijación del remordimiento porque él no se había manifestado ideológicamente y se había mantenido al margen del conflicto debido a que le declararon inútil para el ejército por el asma que le produjo aquella pulmonía fatalmente obsesiva de su juventud. En un arrebato se afilió al partido comunista y comenzó a escribir artículos en su periódico que se rebelaron esencialmente filosóficos y vanamente políticos.

Fue el principio del fin. Volvió a enamorarse sin tino y cayó en una depresión nerviosa. Sus libros empezaron a tener reconocimiento en forma de premios, aunque se sentía insatisfecho por la acogida del público. Es la insatisfacción existencial insuperable. El Bello Verano recibe el prestigioso premio Strega en 1950, imponiéndose a Curzio Malaparte, su completo antagonista en casi todos los sentidos.

Todo parecía ir mejor, pero en realidad Pavese era el cuadro podrido de Dorian Gray por la tristeza en lugar de por la maldad. Ese mismo año, el 28 de agosto, se encerró en una habitación de un hotel de Turín para entregarse definitivamente a la idea que siempre le había acompañado en forma y pensamiento. Dicen que, desde aquel hotel, antes de morir, llamó por última vez a una mujer, que le rechazó de modo fulminante.

Cinco poemas de cesare pavese

  • La casa

    El solitario escucha la voz calma
    con la vista entornada, como si una respiración
    alentara en su rostro, una respiración amiga
    que remonta, increíble, del tiempo lejano.
    El hombre solo escucha la voz antigua
    que sus padres oyeron en otros tiempos, clara,
    cosechada; una voz que como el verde
    de los pantanos y colinas oscurece la tarde.
    El hombre solo conoce una voz de sombra,
    acariciante, que brota en los tonos tranquilos
    de un oculto venero: la bebe atento,
    a ojos cerrados, como si no estuviera a su lado.
    Es la voz que un día detuvo al padre
    de su padre y a todos los de su sangre muerta.
    Una voz de mujer que suena secreta
    en el umbral de la casa al caer la oscuridad.
  • Disciplina

    Los trabajos comienzan al alba. Pero nosotros comenzamos
    un poco antes del alba a encontrarnos a nosotros mismos
    en la gente que va por la calle. Cada uno recuerda
    que está solo y tiene sueño, descubriendo los raros
    transeúntes – cada cual fantaseando a solas,
    porque sabe que al alba abrirá bien los ojos.
    Cuando llega la mañana nos encuentra estupefactos
    mirando el trabajo que ahora comienza.
    Pero no estamos más solos y nadie tiene sueño
    y pensamos con calma los pensamientos del día
    hasta sonreír. En el sol que regresa
    estamos todos convencidos. Pero a veces un pensamiento
    menos claro –una sonrisa burlona– nos toma de improviso
    y volvemos a mirar como antes de que saliera el sol.
    La ciudad clara asiste a los trabajos y a las sonrisas burlonas.
    Nada puede temer la mañana. Todo
    puede suceder y basta alzar la cabeza
    del trabajo y mirar. Muchachos fugitivos
    que no hacen todavía nada caminan por la calle
    y alguno hasta corre. Las hojas de las avenidas
    arrojan sombra sobre la calle y solo falta la hierba
    entre las casas que asisten inmóviles. Muchos
    en la orilla del río se desvisten al sol.
    La ciudad nos permite alzar la cabeza
    para pensarlo, y sabe bien que después la inclinamos.
  • Last Blues, To Be Read Some Day

    Era un sólo galanteo,
    seguramente lo sabías-
    alguien fue herido
    hace mucho tiempo.

    Todo está igual,
    el tiempo ha pasado-
    un día llegaste,
    un día morirás.

    Alguien murió
    hace mucho tiempo-
    alguien que intentó,
    pero no supo.
  • El amigo que duerme

    ¿Qué le diremos esta noche al amigo que
    duerme?
    La palabra más tenue nos sube a los labios
    desde la pena más atroz. Miraremos al amigo,
    sus inútiles labios que no dicen nada,
    quedamente hablaremos.
    La noche tendrá el rostro
    del antiguo dolor que cada tarde resurge,
    impasible y vivo. El silencio remoto
    sufrirá como un alma, mudo, en la oscuridad.
    Le hablaremos a la noche, que levemente
    respira.
    Oiremos los instantes goteando en lo oscuro,
    más allá de las cosas, en la ansiedad del alba
    que vendrá de improviso esculpiendo las cosas
    contra el silencio muerto. La luz inútil
    develará la faz absorta del día. Los instantes
    callarán. Y hablarán quedamente las cosas.
  • La voz

    Cada día el silencio del cuarto solitario
    se cierra sobre el leve derroche de cada gesto
    como el aire. Cada día la breve ventana
    se abre inmóvil al aire que calla. La voz
    ronca y dulce no vuelve en el fresco silencio.

    Se abre como el respiro de quien esté por hablar
    el aire inmóvil, y calla. Cada día es el mismo.
    Y la voz es la misma, no rompe el silencio,
    ronca e igual por siempre en la inmovilidad
    del recuerdo. La clara ventana acompaña
    con su latido breve la calma de entonces.

    Cada gesto percute la calma de entonces.
    Si sonase la voz, volvería el dolor.
    Volverían los gestos en el aire asombrado
    y palabras, palabras a la voz sumisa.
    Si sonase la voz aun el latido breve
    del silencio que dura, se haría dolor.

    Volverían los gestos del vano dolor,
    percutiendo las cosas en el zumbido del tiempo.
    Pero la voz no vuelve, y el susurro remoto
    no encrespa el recuerdo. La inmóvil luz
    da su latido fresco. Para siempre el silencio
    calla ronco y sumiso en el recuerdo de entonces.
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