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El historiador Roberto Villa

El historiador Roberto Villa

Centenario del golpe de estado

Roberto Villa: «Miguel Primo de Rivera propuso intercambiar Ceuta por Gibraltar»

«En 1923 los españoles no estaban cansados de la democracia en sí, pero sí estaban muy cansados del bajísimo rendimiento institucional...», dice el historiador en su nuevo libro 1923: El golpe de Estado que cambió la Historia de España

Se cumplen ahora cien años del golpe de Estado que llevó al capitán general Miguel Primo de Rivera a gobernar España entre 1923 y finales de enero de 1930 –falleció en París unas siete semanas después de abandonar el poder–. Como en tiempos muy próximos a nuestros días, su alzamiento para interrumpir el orden constitucional se produjo desde Cataluña. Sobre este momento y esos años de dictadura hay muchos temas que comentar: huelgas, nacionalismo, construcción de pantanos, fundación de empresas públicas como Telefónica y Paradores de Turismo, el desembarco en Alhucemas, geoestrategia… Charlando con el profesor Roberto Villa García (Universidad Rey Juan Carlos), que acaba de publicar 1923: El golpe de Estado que cambió la Historia de España (Espasa), intentamos hacernos cargo de aquel contexto.

–Este libro no se centra tanto en los siete años de gobierno de Miguel Primo de Rivera, sino en su acceso al poder. ¿Cómo se llega a ese golpe?

–Me interesaba entender, a través del golpe de Estado de Primo de Rivera, cómo un régimen liberal constitucional, que parece consolidado, cae con esa enorme facilidad. Y he entendido algo de primeras sorprendente, y que causa espanto pensando en las democracias actuales. Pensaba comparar el caso español con otros casos en el contexto de la caída de los regímenes constitucionales de la época de entreguerras –como Portugal, Italia, Grecia, Bulgaria, Polonia–, pero pude observar que España no se parece a ninguno de esos países, pues no entró en la Gran Guerra. Y, por ello, la España de los años 20 no se enfrenta a un enorme problema económico o social, o a una crisis de legitimidad del sistema, ni a una amenaza existencial grave por movimientos políticos como el bolchevismo ruso o el fascismo en Italia, aunque la CNT pusiera en jaque a veces a los Gobiernos. El problema estriba en una crisis de eficacia que equipara nuestra quiebra del constitucionalismo a crisis como la francesa de 1958. Se diferencian en los resultados, pero el proceso previo es semejante. De Gaulle y Primo de Rivera; Marruecos y Argelia; fragmentación del sistema de partidos, gobiernos muy débiles, elecciones repetidas, un parlamentarismo que discute mucho, decide poco y desestabiliza al Poder ejecutivo.

El golpe de Estado no tiene nada que ver con el desastre de Annual

–Por otro lado, el gobierno de Primo de Rivera ¿es una dictadura en el sentido estricto y clásico del término, al contrario que el franquismo, que es un régimen propiamente dicho? Aparte, en Europa, la dictadura en el sentido clásico, parece que es lo que funciona en esa época en Europa, en América, como el Brasil de Getúlio Vargas, y, en general, a lo largo y ancho del mundo. Incluso la propia Francia pudo caer en una dictadura

–Toca usted una idea que es fundamental para entender qué tenía en mente Primo de Rivera cuando da el golpe de Estado en 1923. Si en ese año le preguntamos a la gente qué es una dictadura, no contestaría como nosotros, diciendo que es un régimen autoritario. No: dirían que una dictadura es un gobierno de excepción. Un paréntesis para restaurar un orden previo que se ha perdido. Una vez que esos problemas se resuelven mediante un gobierno con poderes extraordinarios, se retorna al régimen constitucional. Los españoles no eran desafectos a los grandes principios del constitucionalismo y la democracia –la libertad civil y la división de poderes no estaban en entredicho–, pero sí estaban cansados del bajísimo rendimiento institucional que arrastraba el sistema desde la crisis de 1917. Eso explica también por qué Alfonso XIII, que podía haber abdicado y haberse expatriado tras el golpe, se mantiene reinando, pues piensa igualmente en un paréntesis corto. O las declaraciones de Primo de Rivera, la famosa «letra a 90 días».

Las fuerzas republicanas (salvo Lerroux) y socialistas se oponen a la guerra y plantean el abandono completo del territorio, que suponía abandonar también Ceuta y Melilla

–¿El desastre de Annual y Monte Arruit provocan el pronunciamiento de Primo de Rivera?

–El golpe no tiene que ver con Annual y Monte Arruit. Aquello sucede dos años antes. De hecho, no hay ningún país europeo que no tuviera desastres militares en África y Asia. Reino Unido en Afganistán, Sudán, o con los boers y los zulúes. Y, sin embargo, el régimen constitucional británico no está en peligro en ningún momento. Pese a lo que suele decirse habitualmente, la reacción al desastre de Annual en España no es contraria la guerra o al sistema político. En realidad, Marruecos se convierte en un problema por la política de la guerra posterior al desastre y, específicamente, por la de la Concentración Liberal. España no tiene a principios del siglo XX una gran vocación expansionista o colonial. De hecho, lo ideal para España habría sido que el sultanato de Marruecos se hubiera mantenido como un país independiente. Pero, a raíz de una guerra civil interna, pierde su independencia con respecto a Francia. Y eso para España es un peligro, pues supone que en nuestra frontera sur tenemos a una gran potencia con la que además limitamos por el norte. España consigue el apoyo de Reino Unido para que Francia no ocupe el extremo septentrional de Marruecos y se asome al Estrecho de Gibraltar, que pondría en riesgo nuestra frontera sur y las plazas de soberanía españolas: Ceuta, Melilla y los peñones.

No obstante, eso supone que España debe ocupar el territorio y comienza una guerra de muy baja intensidad a partir de 1919. Las fuerzas republicanas (salvo Lerroux) y socialistas se oponen a ella y plantean el abandono completo del territorio, que era un imposible político porque ello suponía desproteger y, por tanto, abandonar también Ceuta y Melilla. En 1923, la Concentración Liberal otea una alternativa para evitar la guerra a fondo: mantenerse a la defensiva en el territorio ya ocupado y buscar una paz negociada. El problema es que Abd-el-Krim no la quería y, muy consciente de que el Gobierno la buscaba a cualquier precio, inició una serie de ataques para generar bajas y provocar que los españoles se replegaran y acabaran abandonando el territorio. Esa política condujo a un impasse en el que el Ejército acumulaba bajas sin esperanza alguna de ganar la guerra. El miedo a una derrota militar tras el ataque de Tifaruin (en agosto de 1923) explica que los militares se acabaran cohesionando en torno a Primo de Rivera y se mostraran dispuestos a derrocar al Gobierno.

'1923: el Golpe

'1923: el golpe de Estado que cambió la Historia de España'

–Pero España ya está presente en Marruecos desde la conferencia de Algeciras (1906) y la guerra 1859 a 1860, cuyo testimonio es el bronce de los leones del Congreso

–Cierto, pero también hay que apuntar que no pocos españoles no llegaban a entender muy bien qué hacíamos en el norte de Marruecos. A ello contribuyó el tratamiento demagógico de una cuestión inseparable de la seguridad nacional de España. La gran bandera de los socialistas y de los republicanos para oponerse al sistema era precisamente la guerra de Marruecos, aunque el suyo era un abandonismo más propagandístico que racional, pues no se atrevían a confesar que el abandono implicaba también a Ceuta y Melilla. En esto, Primo de Rivera era mucho más coherente, pues él planteaba el abandono total; es decir, traspasar el protectorado a Reino Unido, e intercambiar principalmente Ceuta por Gibraltar.

–¿Primo de Rivera llegó a proponer en serio el intercambio Ceuta o Melilla por Gibraltar?

–Lo llegó a proponer abiertamente junto con el abandono de Marruecos, y eso le costó dos destituciones: en 1917 se le destituyó como gobernador militar del Campo de Gibraltar y en 1921 como capitán general de Madrid. El rey Alfonso XIII estimaba a Primo de Rivera y lo consideraba un militar leal. Estaba de acuerdo con la política de orden público de Primo de Rivera en Valencia y Barcelona contra la amenaza revolucionaria de la CNT. Pero había una distancia insalvable entre ellos precisamente por su desacuerdo fundamental en la cuestión de Marruecos.

Los reyes también se desgastan si se convierten en irrelevantes

–¿La dictadura de Primo de Rivera se llevó por delante la monarquía de Alfonso XIII, como también sucederá en Italia y en otros países?

–Sí, pero no tanto porque el Rey se identifique con ella, sino más bien porque la dictadura lo convierte en una figura decorativa. El rey dejó de contar como un factor político relevante en ese septenio, comparado desde luego con el papel que había tenido antes de 1923. Y, como muestra el caso de Portugal, los reyes no sólo se desgastan si gobiernan, sino si también se les percibe como algo inservible o irrelevante.

–No hemos hablado de nacionalismo catalán y Primo de Rivera. ¿Macià hoy se llama Carles Puigdemont?

– Jugando a las comparaciones, en las semanas previas a la dictadura, discursivamente se parece más a Josep Puig i Cadafalch, el presidente de la Mancomunidad de Cataluña. Si alguien lee su discurso de toma de posesión, el 29 de agosto, puede encontrarse expresiones como: «Vivimos rodeados de enemigos. Estamos en 1640, el Conde-Duque de Olivares vive, y Alfonso XIII es Felipe IV». Terminó advirtiendo de que, si no se le otorgaba la «libertad a Cataluña», los catalanes se convertirían en enemigos de España, imitando la conducta de Finlandia con Rusia. Tanto la Lliga como Acció Catalana y Estat Catalá de Maciá contribuyeron notablemente a crear el caldo de cultivo que permitió el triunfo del golpe de Primo de Rivera y, de hecho, la «Diada» de 1923 se convertiría en su precipitante.

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