El Juli se fue entre lágrimas del público en la casi Puerta del Príncipe de Daniel Luque
El torero madrileño cortó una oreja en su última tarde y el sevillano Luque toreó maravillosamente para «el maestro». Sin brillo, aunque sí con detalles de Castella, que salió a hombros la tarde anterior
Salió el de Garcigrande bien gordote. De cabeza pequeña y empuje mínimos. Se fue suelto las dos veces en varas. El Juli de Madrid a Sevilla para decir adiós. Brindó a México, donde le dejaron torear de niño como a Dominguín. La soltura del inicio se convirtió en peligro. Se iba sin embestir hacia las tablas luego de no encontrar cuerpo, al que esperaba aún sin hacer caso al movimiento de la tela. Pinchó a la primera, dejó casi media estocada trasera y luego sufrió con el descabello.
Castella había salido el día antes por la Puerta del Príncipe (por primera vez en su vida) y repetía en la despedida de El Juli (sustituyendo a Morante, lesionado sine die) como repetía un toro al que capoteó de rodillas con temple. Cuando se levantó, parecía altísimo el francés, y después se llevó al toro para dejarlo en un cambio de mano de capote caballeroso. Lo cuidó en el quite Daniel Luque, muy estirado, preciso, sin casi vuelo, y replicó Castella rehaciéndose al enganchón con el donaire de la capa al vuelo.
Brindó a El Juli y Sebastián empezó como siempre: como una estatua por delante y por detrás. Embistió dos tandas con codicia, una y otra vez, que el torero aprovechó con ligazón de esperanza, pero sin brillo. Quizá por eso mandó parar el francés a la orquesta. El mismo cese al que se acogió el toro, que de bravo presunto pasó en un plis a manso de categoría. Le hizo rodar Castella con un estoconazo trasero y definitivo que premió el público haciéndole salir al tercio.
No atendía a Daniel Luque el tercero de Garcigrande por el pitón izquierdo. Con él se metía por dentro de modo imposible. El tercer par lo cortó, pero el banderillero no se arredró, jugándoselo en el segundo intento. Torero que corrió que se las pelaba para ganarle al castaño por un pelo que fue la distancia a la que estuvo el pitón derecho de la taleguilla. Brindó Luque a El Juli, y el comienzo fue de maravilla, pegado a las tablas, a trincherazos preciosos, pero para precioso fue cómo se trajo al toro ido para el pase de pecho, doblando la cintura para llamarle estirado de lejos y llevárselo a la cintura.
Sereno y poderoso siguió pasándose el toro por una mano y otra, mezcladas, sin sentido y con todo el sentido, la muñeca inversa, lenta, la tela imantada, los pies en el suelo, el cuerpo sin peso, la mano voladora, la cabeza fría y soñadora. Lo mató desprendido, pero fulminante para cortar dos orejas rotundas.
Era el último toro de su vida y allá fue El Juli a portagayola como los toreros hambrientos. Qué locura. Lo lanceó inclinándose tras la larga cambiada, como asomándose como un duque a ver pasar al toro desde su balcón. Luego le hizo una tijerilla como la del sábado en Madrid que vistió de gala a las chicuelinas. No se dejaba poner los palos y así lucían colgándole malamente por los costados.
Suspiros de España para El Juli en su plaza. Llevaba el torero a media altura a su oponente, para levantarle y bajarle más tarde, casi al final de cada tanda. Lo cuidaba y luego se plantó casi de frente, toreando de una en una, más bonito al natural. Era el final. Lloraban los toreros y la gente en los tendidos. Fue una buena muerte, la del toro, y El Juli gritó de rabia y de alivio en medio del ruido de torero, torero y los rostros descompuestos de emoción.
A toriles se fue también Castella en el quinto. Más pegado, más cerca. Relajado el francés recibía al animal que seguía el patrón manso y huidizo de la tarde, evaporados al final, ajenos al asunto. Quiso el triunfador del día anterior, pero no quería el toro y no hubo tutía. Había que ir a buscarle tras cada muletazo, hasta que lo que fue a buscar Castella fue la espada, al fin, y, aunque tardó en colocarlo, cuando lo estoqueó fue como si llevara una guía en la mano por la que entró el acero igual que en un agujero de gusano.
Le faltaba a Luque una oreja para abrir la Puerta del Príncipe, pero el toro fue horrendo hasta la muleta, cuando brindó a Paco Ojeda para dejar entrever una esperanza que se hizo cuerpo en la primera tanda y en la mirada del sevillano, que buscaba terrenos propicios con mirada serena. Y los encontraba. Iba despacio, entendiendo al toro, alargándole al salir, haciendo faena, provocando olés con muletazos auténticos.
Se fue a los medios para cortarle la oreja, pero cayó la estocada desprendida, como desprendido estuvo el sevillano solo para estar al lado de «el maestro» en su última tarde, la última tarde histórica del mejor torero del último cuarto de siglo, que se marchó caminando con la sonrisa de un hombre feliz.
Ficha del festejo
- Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Última de la Feria de San Miguel. Corrida de toros. No hay billetes. Toros de Garcigrande.
- El Juli (sangre de toro y oro): silencio y oreja.
- Sebastián Castella (marino y oro): ovación y silencio.
- Daniel Luque (verde oliva y oro): dos orejas y fuerte petición.