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El príncipe de Orange Guillermo I de Nassau "el Taciturno"

El príncipe de Orange Guillermo I de Nassau «el Taciturno»GTRES

Guillermo el Taciturno: el primer gobernante muerto de un tiro

Se utilizó una pistola de rueda, inventada por alemanes o italianos –no hay acuerdo entre los estudiosos– unos 40 años antes

El 10 de julio de 1584 caía asesinado Guillermo de Nassau, Príncipe de Orange y padre espiritual de los rebeldes holandeses.

Tres balas, entonces unos simples proyectiles cilíndricos, que habían salido expulsadas por el cañón de una pistola de rueda, segaron la vida del mandatario en cuestión de milésimas de segundo después de que el asesino le hubiera disparado a quemarropa. Así acabó la vida de quien había encabezado la revuelta en los Países Bajos contra Felipe II, tras haber sido uno de los más fieles cortesanos de Carlos V.

Este magnicidio fue el primero cometido con un arma de fuego, exactamente una pistola de rueda, inventada por alemanes o italianos –no hay acuerdo entre los estudiosos– unos 40 años antes. De tamaño variable, desde largos pistolones a pequeñas pistolas fáciles de ocultar, eran accionadas por un complejo sistema mecánico que provocaba la ignición de la pólvora y el posterior disparo de la canica metálica a gran velocidad.

Gracias al sistema de rueda ya no era necesario tener encendida una mecha para encender el fulminante. Estas armas se hicieron populares con extremada rapidez, en el caso de las más grandes porque las pudo adaptar la caballería.

Así aparecieron sobre los campos de batalla los llamados herreruelos o reitres, un tipo de caballería ligera alemana reconocible por sus armaduras pintadas de negro. Tenían la costumbre antes del combate de empapar sus camisas en vinagre para evitar que las heridas que recibían se infectaran e iban armados con 4 o 6 pistolones.

Las armas más cortas, sin embargo, se hicieron muy populares entre la nobleza, que las adoptó como una seña de identidad, siendo casi el único estamento que se podía permitir el coste de dichos artefactos; los cuales eran muy sofisticados en su funcionamiento –similar a los relojes mecánicos que también empezaban a extenderse por Europa– y tenían mucha riqueza en su decoración.

Pero lo más importante era lo mortíferos que resultaban a distancias cortas y, además, los proyectiles, al tener forma esférica, podían cargarse varios en un cañón, lo que aseguraba la muerte del objetivo al recibir un impacto múltiple.

El asesinato del líder rebelde se consiguió tras un primer fracaso. Dos años antes, el 18 de marzo de 1582, un vizcaíno llamado Juan Jauregui, con la excusa de entregarle unos papeles y pedirle un favor, se le acercó en su propia residencia y le descerrajó un tiro.

Pero el español había cargado con demasiada pólvora la pistola, razón por la que explotó el cañón de esta, arrancándole el dedo pulgar. Todo hizo que la bala saliera despedida, con tan mala suerte para el agredido que le entró por debajo de la mandíbula y salió por la mejilla sin romperle un hueso ni arrancarle diente alguno. Aun así, la herida fue de consideración, por lo que Orange no pudo comunicarse verbalmente con su entorno durante meses.

Esta intentona provocó que el entorno de Orange empezara a estar más preocupado por su seguridad. Felipe II había dado su beneplácito en público al asesinato del rebelde, y siempre habría celotes católicos dispuestos a ganarse un sitio en el Cielo.

La decisión regia ha sido muy criticada por los historiadores protestantes y anglosajones, que aún hoy se echan las manos a la cabeza y rasgan las vestiduras, pero, curiosamente, olvidan que, desde el lado reformado, se planificaron varios intentos de asesinato del Habsburgo, y si no tuvieron éxito fue gracias a los excelentes servicios de espionaje e inteligencia que tenía Felipe a su servicio.

En 1584, aunque la vigilancia sobre Guillermo era mucho mayor, un joven borgoñón, Balthasar Gérard, logró entrar al servicio del rebelde.

Nadie sospechó que era un agente doble que había trabajado muy bien su papel de protestante perseguido cuando, en realidad, era un católico convencido y fiel vasallo del Monarca español.

Por una carambola del destino –fue portador de la noticia de la muerte del Duque de Anjou, aliado coyuntural del Taciturno– consiguió que se le aceptase en el entorno del Príncipe.

Sólo tuvo que esperar con paciencia a tener una oportunidad, la cual no desaprovechó cuando un día, después de comer, se dio cuenta de que Orange se quedaba solo camino de sus habitaciones.

Despacio, para no levantar sospechas, se fue acercando a su objetivo hasta que estuvo tan cerca que pudo matarlo a quemarropa. Así, una pistola acabó por primera vez con la vida de un gobernante. Desgraciadamente, no sería el último.

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