Erik Harley o entender la arquitectura con sentido del humor (crítico)
Experto en Estudios Urbanos y creador del término «pormishuevismo», un falso movimiento artístico que investiga la arquitectura especulativa y corrupta, Harley realiza doce rutas por «la España del ladrillo» en un libro editado por Anaya Touring: Pormishuevismo. Rutas por la España del ladrillo
Madrid es para muchos la cimera política, económica y cultural de España. Para otros tantos es un lugar donde todo es posible, la tierra de las oportunidades o, como se ha repetido en los últimos años, la ciudad de la libertad. «Para mí, personalmente, fue la ciudad en la que nació el Pormishuevismo. No porque en Madrid haya más casos que en ninguna otra parte, sino porque fue aquí donde en 2019 empecé a hablar de este ismo constructivo y, tras el confinamiento de la Covid-19, en primavera de 2020, esta fue la primera ruta que me aventuré a organizar», explica Erik Harley.
Este joven licenciado en Bellas Artes y especializado en Estudios Urbanos ha creado este concepto del Pormishuevismo, un movimiento constructivo que permite hablar de dos disciplinas creativas que han arrasado en nuestro país, «la especulación urbana y el salchicherismo inmobiliario», según lo define el autor. Acaba de lanzar el resultado de sus amplias (y sarcásticas) investigaciones en un libro imprescindible: Pormishuevismo. Rutas por la España del ladrillo (Anaya Touring).
Coincidiendo con el Día Mundial de la Arquitectura, recorremos con él el Paseo de la Castellana, la arteria urbana madrileña, caminando dos kilómetros y medio en línea recta empezando en Nuevos Ministerios y terminando en Plaza de Castilla. «Se trata de una zona especialmente primermundista, plagada de oficinas, restaurantes de postín y mucho tráfico», afirma Harley, que recomienda hacer la ruta por la acera de la izquierda.
Una ciudad pensada para trabajar
Armado con su casco de obra, humor, desparpajo y datos
demoledores, Erik desvela algunos de los secretos que se esconden detrás de estos proyectos constructivos, permitiéndonos comprender mejor la historia reciente de nuestro país a través de su arquitectura, sus monumentos y los debates que han suscitado tanto despilfarro.
Desvela Erik Harley que el Paseo de la Castellana coincide con el trazado del antiguo cauce del arroyo de la Fuente Castellana. Un pequeño arroyo que se nutría del acuífero madrileño y nacía en la Fuente de la Castellana, también conocida como Fuente del Obelisco. «Esta fuente, junto a la de los Galápagos (actualmente en el Parque del Retiro pero en su origen en la Gran Vía), eran las dos que el Rey Fernando VII mandó construir para festejar en 1830 el nacimiento de Isabel II. Ese arroyo histórico, hoy desaparecido, ha dado lugar a otro río mucho más caudaloso y rebosante. Pero no de agua, sino de coches. Lo que hoy conocemos como los paseos de la Castellana: el de Recoletos y el Prado», afirma el guía.
Nuevos Ministerios era antes conocido como el Quinto Pino (literalmente), donde se encontraban los pinos que el Rey Felipe V mandó plantar empezando donde ahora está la Estación de Atocha. Relata Erik Harley que en 1878 se inauguró aquí el Hipódromo de la Castellana, lugar de encuentro de la aristocracia madrileña, que se derruyó en 1933 para construir los Nuevos Ministerios.
«El complejo fue promovido por el Ministerio de Obras Públicas y diseñado por el arquitecto y urbanista Secundino Zuazo, quien se inspiró en El Escorial. También en 1933 Zuazo fue cofundador de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. De hecho, nos encontramos ante una de las mayores apologías del comunismo de todo el mundo, porque si lo observamos desde el aire podremos comprobar que la forma de la planta de este gran edificio recuerda a una hoz y un martillo unidos por la base», desvela el escritor.
Tras dejar atrás el edificio BBVA, que ya no alberga las oficinas del BBVA y cuya arquitectura evita que colapse sobre el túnel del tren que va justo por debajo, llegamos a la manzana AZCA, acrónimo reducido de Asociación mixta de la Zona Comercial de la Avenida del Generalísimo. Esta manzana de 19 hectáreas es una amalgama de edificios residenciales y comerciales y de oficinas, pasarelas, aparcamientos y plazas a diferentes alturas que se encuentra entre las calles Raimundo Fernández Villaverde, Orense, General Perón y Paseo de la Castellana.
«Fue diseñada entre 1954 y 1964 por el arquitecto Antonio Perpiñá inspirándose en el Rockefeller Center de Nueva York. Ojo cuidado: inspirándose. Que no quiere decir ni que le saliera igual ni que le saliera bien. Pero no es todo culpa del arquitecto. Él se limitó a la definición de los volúmenes y los espacios públicos; además de incluir equipaciones como una biblioteca, un teatro de la ópera y un jardín botánico que hoy brillan por su ausencia», explica con ironía Erik Harley.
Según el escritor, la constructora realizó el primer edificio y después esperó 17 años para que subiese el precio del terreno y poder sacar un mejor partido económico en una práctica especulativa muy común en la España del ladrillo. «Una de las consecuencias es que los edificios que finalmente se construyeron no guardan la coherencia visual que hubiese deseado Antonio Perpiñá para el conjunto de la manzana», afirma el autor del libro.
De centro financiero a «los bajos»
En la ruta, explica Harley que entre semana AZCA era un hervidero de oficinistas y trabajadores, pero que los fines de semana la actividad disminuye, convirtiéndose la zona en el escenario perfecto para otro tipo de actividades. «Justo esto fue lo que empezó a suceder de forma más evidente durante los años noventa. Botellones, peleas, violaciones, tráfico de drogas, cruising... Un tipo de actividad que le valió a esta manzana el sobrenombre de 'los bajos de AZCA'. Tras años de conflictividad y varias muertes, el Ayuntamiento de Madrid redujo el número de licencias de bares y discotecas, eliminó jardineras para evitar recovecos e instaló pantallas gigantes iluminadas y cámaras de videovigilancia».
En el centro de AZCA se alza imponente y blanco el que fue el edificio más alto de España, actual propiedad de una de las mayores fortunas del país y obra del mismo arquitecto que diseñó las desaparecidas Torres Gemelas de Nueva York, Minoru Yamasaki: la Torre Picasso. «Este famoso rascacielos madrileño es la sede de importantes empresas como PayPal, Deloitte o Google, por ejemplo, que alquila tres plantas, una de ellas para YouTube. Pero mi favorita es la planta ocupada por Pontegadea, la inmobiliaria del hombre más rico de España: Amancio Ortega. Y es que el magnate del grupo Inditex es el propietario de esta torrecita desde 2011, cuando se la compró a la empresaria, filántropa, aristócrata y Leo Esther Koplowitz por 400 millones de euros».
Además de otros edificios, como el Palacio de Congresos, el edificio Windsor (analizando el incendio de 2005) o el estadio Santiago Bernabéu, llegamos a Plaza Castilla, con las Torres Kio y el Obelisco de Calatrava. Erik Harley es claro llegados a este punto: «Tal vez Plaza de Castilla sea uno de los lugares de Madrid con mejores vistas al Pormishuevismo. Como sabes, este movimiento constructivo tiene ejemplos aparte y las Torres Kio de Madrid son uno de ellos, y fantástico, además. Están firmadas por los famosos arquitectos Philip Johnson y John Burgee».
Afirma el escritor, con razón, que no se trata de una plaza, sino de una enorme rotonda. «Estas torres presentan un retranqueo de 14,3º sobre el centro del Paseo de la Castellana, lo que contribuye a dar la impresión de que se miran la una a la otra. De hecho, conceptualmente se diseñaron para actuar como arco de entrada a la ciudad desde el norte. Por eso se las conoce como 'Puerta Europa'».
La última parada es, cómo no, para el Obelisco de Calatrava, artista polifacético que tiene el honor de protagonizar la única ruta monográfica que hay: la de Valencia. «Fue un regalo de Caja Madrid a la ciudad en conmemoración del trigésimo centenario de la entidad en 2002 y fue diseñada para alcanzar los 120 metros de altura. Algo inviable debido a que por debajo de esa rotonda hay una compleja red de túneles y el peso de semejante monumento en superficie los haría colapsar. Aun así, se trata de un obelisco de cobre y 50 toneladas de peso con una altura de ¿92? metros. Aunque si nos ponemos tiquismiquis, hay que decir que en realidad no es técnicamente un obelisco, sino una columna serpentina o salomónica que está inspirada en la Columna del Infinito, una obra de apenas 30 metros de alto levantada en 1938 en Rumanía y diseñada por el famoso escultor Constantin Brâncusi», explica Erik Harley.
En un principio el obelisco, con forma helicoidal, debía girar en un movimiento basculante, dando la sensación de la espiral de la columna se mueve de forma ascendente, como un gran taladro. Pese a costar 14 millones de euros, pocas semanas después de su inauguración dejó de girar por «un problema de diseño».
Concluye Erik Harley, siempre irónico, su análisis del eje de la Castellana: «Sea como fuere, más de una década después el obelisco sigue sin moverse, y pese a que una vez costó 14 millones de euros, no hace mucho el consistorio tasó el bendito obelisco en cerca de 100.000 euros. Lo que evidencia que el arte, al igual que el ladrillo, no es siempre un valor en alza. Le pese a quien le pese».