Alejandro Simón Partal: «La alegría es un trabajo, necesita dedicación; no es un sentimiento efímero, sino una decisión»
El poeta y escritor malagueño presenta una antología poética, Ese de anoche, una declaración de amor a la vida y a la alegría como destino: «La alegría, como la esperanza, hay que trabajarlas»
Quiere creer, quiere encontrar un sentido. Y lo destila en palabras, en versos, en oraciones. Alejandro Simón Partal dice que «el agua gana siempre», como ganan siempre lo bueno, lo bello y lo verdadero, como se aprecia en sus poemas, reunidos ahora en una antología poética deliciosa y fecunda.
Ese de anoche (Aguilar) reúne poemas escritos en muy diferentes estados vitales, pero siempre con una certeza de fondo: «Tengo la certeza de que este es mi camino, y aunque sé que se agotará, estoy contento: es un camino de servicio, de servidumbre, de atención a los demás, de atención a la vida, de intentar vivir humanamente».
En esta entrevista con El Debate se ve que la alegría que proclama el poeta de Estepona no es ni vociferante ni estridente, ni postiza ni forzada: «Es una alegría natural, aunque trabajada, una alegría silenciosa, contemplativa, compasiva, interior, atenta, verdadera», como dice Juan Marqués en el prólogo. Una alegría que bien puede contener la tristeza para aceptarla, para asumirla, para agradecerla y así, en buena medida, neutralizarla. Porque eso hace Simón Partal para sí mismo y para el mundo: neutralizar la tristeza y ofrecer una hipótesis de sentido. A él... y a nosotros.
–¿Quién es «ese de anoche»?
–Recoger bajo un título una antología de poesía siempre es una tarea complicada. Me sonaba a eso que hacían los antepasados, cuando cifraban su vida en un emblema, en una especia de epitafio moral que recogía el recorrido de su existencia. La noche tiene esa parte de efímero, de renuncia y de sugerencia que a mí me interesan en la poesía y en la vida. No quería un título pirotécnico, y es bastante «bajo», porque creo que la poesía, y la vida en general, tiene que ser así. Me gustaba que al recoger una trayectoria, unos años de trabajo, no fuera altiva y tuviera ese componente de algo efímero, de algo que va a desaparecer. Y también escogí el título porque sonaba bien, directamente.
La poesía no solo escribir poemas, sino una forma de estar en el mundo
–¿Es importante para ti no ser «altivo»?
–Me gustan los títulos que no tienen esa carga rimbombante. No me gustan los títulos muy ruidosos, sobre todo porque, insisto, si fuera una novela precisa o un proyecto distinto, quizá tendría más sentido, pero al ser una mirada hacia atrás, tenías que reconocerme en qué han sido para mí esos años de vida. Porque para mí la poesía no es solamente el escribir poemas, que son momentos puntuales, sino una forma de estar en el mundo, de relacionarnos, de vivir. Me interesaba reflejar esa vida, que ha estado basada en esa posibilidad de estar, pero también de no pasar de puntillas, aunque sin imponerme a los demás, sino proponiéndome a lo que ocurra, al acontecimiento.
La poesía está orientada al futuro, está orientada a lo que viene: siempre mira hacia delante
–Hay una superación de la noche en el propio título...
–Me encanta lo de «la superación de la noche», me recuerda a Lorca; sobre todo pensar esta noche entendiendo la posibilidad de la mañana. Si dices «anoche» es que estás recordando algo que es pasado, pero que se proyecta al futuro. Y la poesía está orientada al futuro, está orientada a lo que viene. No es como la narrativa, la novela, que siempre mira hacia atrás; la poesía siempre mira hacia adelante. Ese juego de de la noche superada, la noche ampliada, me parecía muy interesante.
–También se ve en los versos escogidos una apuesta clara por la alegría. ¿Es esta la sangre de la poesía?
–La alegría es el destino; hay que trabajarla, como la esperanza. Lo bueno de la alegría, lo bueno de la esperanza, es que siempre intentan superarse a pesar de las calamidades de nuestro tiempo. La alegría es un trabajo, necesita dedicación, no es un sentimiento efímero, sino que es una decisión. La alegría y la esperanza son decisiones para que el futuro sea necesariamente bueno, a pesar de todas las estafas y todas las calamidades que nos rodean.
La alegría es el destino; hay que trabajarla, como la esperanza
–Dices que la poesía es una forma de estar en el mundo, pero tu escritura es un relato sobre la intimidad, los estatus sociales, el amor, el sexo, la vida en los márgenes… ¿Qué temas te interesan? ¿Nada de lo humano te es ajeno?
–Desde luego. Escribo porque intento comprenderme y crear un diálogo. Me gustan mucho las personas, por eso también doy clases, y creo que escribir es mantener, alargar el encuentro con los demás, el asombro del mundo: alargarlo y darle una amplitud distinta. Me interesan esos temas, pero no son temas preconcebidos, sino confío y creo de verdad que la poesía es intuición. Y en ese dejarse llevar creo que hay que escuchar la voz interior, la urgencia interna que uno tiene, y mi voz interior, mi urgencia interna en estos años ha sido esto: la relaciones paterno filiales, la angustia, la espera, la alegría y también el sexo, el amor, el deseo. Pero no como formas de cosificarme yo o de limitarme, sino de entender las posibilidades y todas las grietas de la vida por las que podemos fluir. Esos temas han surgido porque los tenía dentro y quería sanarlos y exponerlos. Pero es muy difícil, porque cuando escribes, desapareces: la creación es una forma de renuncia, de desaparecer para que eso que está ausente en ti tome presencia. El arte, como la vida, vive, depende, de lo ausente: el deseo, el amor, la angustia, la esperanza... No dependemos del BMW o de la hipoteca del piso, sino que lo que realmente nos ensancha, amplía y fundamenta como seres humanos es lo ausente. Por eso la poesía se dedica a ello.
Escribir es mantener, alargar el encuentro con los demás, el asombro del mundo: alargarlo y darle una amplitud distinta
–Tú dices que cuando escribes desapareces, pero tú eres un autor muy presente en tu escritura.
–Está bien que a veces la poesía que sale en un libro hable de la utilidad de la belleza. La literatura no tiene que limitarse a una serie de descripciones de las vivencias propias (aunque mucha literatura se basa en lo autobiográfico; y eso que yo pienso que lo biográfico y lo ficcional conviven siempre y se necesitan), pero sí me parece bien estar presente. La literatura tiene que ser honesta y verdadera, y esa presencia es un síntoma de que lo que hay detrás no es simplemente una forma, una receta para hacer un poema eficaz o para escribir un libro; yo de verdad creo que lo hago porque necesito expresarme de esa manera. Cuando deje de necesitarlo, que será a lo mejor pronto, dejaré de escribir y de hacer otras cosas. No me aferro ni a una profesión ni a nada en la vida. Y aunque todos estamos sometidos al trabajo, es bueno saber que no siempre vamos a hacer lo que nos gusta, pero hay que intentar vivir honestamente e intentando no hacer daño a los demás. Es fundamental para tener una vida buena, una vida noble.
Escribir es desaparecer: es una forma de renuncia para que eso que está ausente en ti tome presencia
–Le decías a Coco Dávez en su podcast que eres «radicalmente inseguro y esperanzado». ¿Es posible sentirse inseguro publicando una antología poética? ¿O es más bien una consecuencia natural?
–Acabo de cumplir 40 años, que no son muchos pero tampoco son pocos, y la editorial me propuso recuperar textos que estaban olvidados. Al principio me abrumó, porque es pronto, pero al final es un libro nuevo para mí, porque es el libro de poemas que habría querido hacer. Ha sido bonito seleccionar los textos en los que yo me siento más presente, y creo que representa bien mi manera de estar, mi literatura. Pero me sigo sintiendo inseguro, como que no pertenezco a ninguna parte, que voy en un camino que me dirige a mí, en lugar de dirigirlo yo. La inseguridad no es desconfianza, no es que no sepa lo que estoy haciendo, pero no tengo certeza en mi camino. Creo que este oficio está lleno de incertidumbre, así como mi vida, por desgracia: me gustaría vivir una vida más tranquila, tener una pareja estable... pero está llena de vaivenes y de idas y venidas. Parece que todo está siempre a punto de reventar. Pero por otro lado tengo la certeza (dentro de esta inseguridad) de que este es mi camino, y aunque sé que se agotará, estoy contento: es un camino de servicio, de servidumbre, de atención a los demás, de atención a la vida, de intentar vivir humanamente, que es al final lo que me interesa. Reinaldo Arenas dice que es una forma de vivir manifestándose.
Tengo la certeza de que mi camino es un camino de servicio, de servidumbre, de atención a los demás y a la vida
–¿Qué es para ti la esperanza? Hablas de la oposición entre espera y esperanza.
–Hay dos tendencias: la esperanza busca un objetivo, y la espera es más estática, tiene algo de renuncia. Ha habido una vertiente hacia lo espiritual, porque nuestra búsqueda ansiosa del trascender nos ha llevado a mucha insatisfacción, y ahora hay un giro en el que no importa tanto 'el más allá', sino qué hay en 'el más acá'. Se habla mucho de la espera, de los ritmos lentos, pero en el fondo es difícil llegar a una verdad en la vida cuando tenemos tantos sometimientos. Pascal decía que muchos problemas se evitarían si pudiéramos estar dos horas sin hacer nada en nuestra habitación, pero eso no corresponde con nuestro tiempo exacerbado, de consumo y de prisas. Tenemos que dar un paso atrás, estar un poco por debajo del mundo, aceptar que tenemos más de lo que merecemos. La aceptación de lo que nos rodea es una de las primeras recetas para llegar a estar en paz y para reducir el consumo de ansiolíticos actual. Hay un exceso de personalidad, y el exceso de identidad, cuando viene desde el privilegio o desde una búsqueda no completa, genera una convivencia complicada.
La esperanza busca un objetivo, y la espera es más estática, tiene algo de renuncia
–¿A qué te refieres con el «exceso de identidad»?
–De una imposición de nuestro yo, de la angustia del yo, por encima del todo. Creo que la identidad se confunde con el yoísmo, con una reivindicación de uno persona que intenta romper las fronteras para que su posición en el mundo se acepte. El problema de la identidad entendida desde el privilegio es que nos lleva a reivindicarnos continuamente.
–«Iluminar, dar sentido. Iluminar, ofrecer desapego. Estoy en esa espera», escribes.
–Hay que intentar atender todo, pero no dejar que se lleve nuestra paz. Que sepamos que está ahí. Iluminar y dar sentido es muy bonito: iluminar no es deslumbrar; vivimos obsesionados por el deslumbramiento (tenemos que ser cineastas, periodista, escritores, grandes empresarios...), pero cuando aceptamos que no hay nada que demostrar, que ese ha sido mi gran problema, intentar demostrar a mi padre que podía ser alguien y reivindicarme todo el tiempo... Cuando nos damos cuenta de que nadie nos está exigiendo nada, entonces nos aceptamos. Y entonces iluminamos, damos sentido, alumbramos.
–Haces lírica de lo cotidiano, pones el foco en lo pequeño, en lo de todos los días: el tomate que crece, tu madre cortándote el pelo, el mar... Sin grandes fogonazos, sin pirotecnia. ¿Es lo pequeño el centro de la vida?
–Me gusta mucho algo que dice Sánchez Rosillo: «No tengo teorías, tengo poemas». Yo no sé si tengo poemas, pero teorías tengo muy pocas. A veces escucho visiones sobre lo pequeño y creo que esconden una falsa humildad, y eso también es peligroso. Lo pequeño es siempre un proyecto íntimo, pero que en el fondo aspira a lo universal. No se trata de regodearse en la propia intimidad o detalles autobiográficos para crear una narrativa: el objetivo de escribir un poema es crear un diálogo con los demás. Y para crear ese diálogo la herramienta que yo tengo es lo cercano; sí creo que esa experiencia propia puede crear una comunicación que se expande y que conecta a dos personas, dos universos. La poesía es comunicación, es entendimiento; la escribimos para comprendernos a nosotros y darnos sentido y para resonar con el otro.
La poesía es comunicación, es entendimiento
–No todo el que escribe lo hace con esa visión comunicativa, con ese deseo de encontrarse con otro. Puede ser un simple «volcamiento del yo»...
–Yo soy una persona social. Y cuando hago algo en la creación, no como una cosa mayúscula, sino como una forma de buscar esa forma de entender el mundo, necesito saber que alguien está al otro lado. No escribo pensando en gustar, sino que estoy pidiendo que me comprendan, que me tranquilicen, que me escuchen, que me quieran. La literatura es un pataleo para pedir esa forma de amor, y es legítimo.
La literatura es un pataleo para pedir amor, y es legítimo
–Otro verso tuyo habla de esta comunión: «Cualquier palabra será rezo, victoria contra la finitud, promesa nuestra de todos». ¿Lo que es promesa para mí es promesa para ti?
–Las pequeñas victorias contra la finitud son esto: la vida es finita, y en esa finitud las victorias son gestos, acompañamientos, atenciones. La felicidad es esa victoria contra la finitud, imponerse a lo efímero de la vida y crear momentos que justifiquen una existencia infinita.
–En tu poesía hay un gran canto a la vida, una afirmación de la vida que es hedonista, deslenguada, divertida incluso: la vida como alegría y como expansión. Pero también hay una indagación, no sé si espiritual o trascendente: una búsqueda de sentido más allá de lo de lo material.
–A pesar de lo religioso y la fe se ridiculiza en la literatura, creo que tienen en común con la literatura una base: la salvación. También son una forma de desaparecer nosotros como seres humanos. Creo que hay algo mucho más allá de nosotros que tenemos que respetar, y eso es lo que está presente: lo universal no tiene que ver con lo humano, está por encima de lo humano. Sería ridículo y torpe vivir de espaldas a esa otra cara de lo visible que es lo que hace que lo visible tenga sentido.
Sería ridículo y torpe vivir de espaldas a esa otra cara de lo visible que es lo que hace que lo visible tenga sentido
–«Dios es bello y ama la belleza». ¿Sí o no?
–Absolutamente sí. «Dios reinará en aquellos que viven en paz», dice San Juan. Dios sólo reinará en los corazones de gente de paz y desinteresada. Entender a San Juan, a Santa Teresa, que dice: «No olvides que eres hija de una bendición». Creo que los místicos consiguen darle un mayor alcance a las palabras: me tranquilizan, me sanan, me alivian. Me gusta leer a personas que confían en la expansión de la vida; es una forma de optimismo y de no reducirse, no limitarse, no empobrecerse. Los místicos son fundamentales para romper con esta vida de la rentabilidad de lo utilitario. Lo que importa es vivir con esa conciencia, sabiendo que somos fruto de un amor. Descreer de todo y creer únicamente en lo que vemos no tiene sentido.