La burbuja de las entradas de conciertos sigue inflándose al precio de ir dejando al público fuera poco a poco
El aumento de los costes de producción y de los gastos de gestión de las promotoras en los grandes conciertos han convertido a estos eventos en negocios abusivos
Hace más de 15 años uno decidió hacer una inversión desproporcionada para ver a los Killers en Las Ventas. Como Pedro Sánchez cuando se presentó en sociedad como presidente, pero apoquinando de su bolsillo tembloroso y no del bolsillo tembloroso de todos los españoles para viajar en el Falcon. Fueron 170 euros por una entrada de reventa (adquirida en una página de reventa), que fueron como el trozo de carne que pretendían cobrarse en El mercader de Venecia.
300 euros para ver a Madonna
A Las Ventas fue un servidor «ligero», pero feliz a pesar del tremendo dispendio para su economía, que de haber podido realizarlo con la empresa original de venta de entradas, hubiera significado mucho menos de la mitad del dinero finalmente empleado. 15 años después de aquel derroche puntual, este sin embargo se ha convertido en la norma de primera mano para todos los grandes conciertos (y no tan grandes) de rock y pop en España.
Lo que antes uno se podía gastar en una entrada de primera categoría es lo que ahora vale una entrada incluso sin visibilidad. Aquellos 170 euros de los Killers es lo normal para una entrada hoy normal. ¿Puede una familia de clase media, incluso de clase media-alta?, permitirse ir (y mucho menos con una asiduidad razonable) a un concierto con estos precios? Piénsese que 170 euros para una familia de cuatro miembros supone un desembolso de casi 700 euros.
128 euros es el precio de las entradas para ir a ver y escuchar a Bruce Springsteen, el mito que gira y gira sin cesar como un planeta o un satélite. No es lo más elevado del panorama. La palma se la lleva Madonna y los 300 euros (la entrada más cara dentro de las entradas tipo, si se cuentan las VIP los números se disparan, en este caso a más de 1.000 euros por tique) que costó verla y escucharla el pasado 1 de noviembre en Barcelona.
Y además no en plenitud. Se pagan cantidades exorbitantes por asistir a espectáculos de artistas en clara decadencia. Pero el nombre es el nombre, y la posibilidad de ver por última vez a un «gran artista» cuesta dinero. Taylor Swift no es precisamente una cantante en decadencia y sus entradas cuestan 170 euros. Las de pista general. Y hasta 226 según que lado. Beyoncé acabó retirando de la venta localidades «solo para escuchar» situadas por detrás del escenario por un precio superior a los 100 euros.
La última y espectacular y súper multitudinaria gira mundial de Coldplay, una gira «sostenible e inclusiva» también alcanzaba los 170 euros, 95 euros en pista. Más de 200 euros Metallica; 200 también Bob Dylan; 160 Arcade Fire, Iron Maiden y Guns N' Roses. Con unos mínimos también imposibles para lugares remotos, donde es imposible distinguir a los artistas, con horquillas entre los 55 de Axl Rose y los suyos y los 96 de Lars Ulrich y los demás. A Hombres G se les va a poder ver «mal» por 35 euros y «bien» por 73 a finales de diciembre en Madrid, que no es poco.
La entrada abusiva de los intermediarios es un factor determinante con la permisividad de algunos de los artistas protagonistas. Los gastos de gestión y los costes de producción que hacen posible la supervivencia (más bien directamente un monopolio) de las promotoras de conciertos han convertido los grandes conciertos en negocios desmedidos. Otro aspecto son los llamados «precios dinámicos» a los que están sujetas las mejores localidades según la demanda. Los 1.400 euros por el concierto de Luis Miguel en Madrid son el máximo ejemplo. Las mismas promotoras aseguran que es una medida contra la reventa, un gracioso eufemismo que dice combatirla poniendo los tiques al mismo precio que aquella supuestamente los pondría.
Y la realidad es que el negocio, a pesar de todo, debe de estar al alza, pues no dejan de sucederse los conciertos y los altos precios uno tras otro. También los festivales, entre 125 y 150 euros por día, algo más económicos por la cantidad, que no por la calidad. Un negocio que por mucho que esté al alza, ¿estallará la burbuja?, va quedando poco a poco fuera del alcance de muchos seguidores que ya ni siquiera se plantean como antaño hacer una inversión desproporcionada porque ya no es puntual sino permanente.