La Fiesta Nacional
Por definición, cualquier arte es universal. También lo es la Tauromaquia: no hace falta haber nacido en España para ser un excelente aficionado y no todos los españoles lo son
Así han considerado siempre los españoles a la Tauromaquia: nuestra Fiesta nacional. Es decir: la que aquí ha nacido; la que prefieren muchos españoles; la que, en el mundo entero, se identifica con nuestra Patria, tanto como las figuras inmortales de don Quijote y Sancho.
No estoy cayendo en ningún barato patrioterismo: se trata de un hecho histórico constatable. Lo afirma un gran antropólogo inglés, Pitt-Rivers:
«Los españoles son los únicos que siempre han mantenido la corrida contra viento y marea, y, al inventar el toreo a pie, han democratizado la lidia. Eso no tiene equivalente en ninguna otra cultura contemporánea. España es el único lugar que la ha convertido en su Fiesta nacional y la mantiene como rasgo esencial de su identidad».
Negar algo tan evidente sólo puede suceder en una sociedad como la española actual, tan acomplejada que tiene miedo a hablar de patriotismo, por si la acusan de fascista, y que no respeta sus símbolos. No reniegan, en cambio, de sus tradiciones culturales los norteamericanos, ni los franceses, ni los ingleses…
Rechazan ahora algunos que la Tauromaquia sea la Fiesta nacional por la misma razón que, en un partido de fútbol, silban nuestro himno nacional: porque no creen que España sea una nación sino ese camelo de la «nación de naciones»; como afirmó el presidente Rodríguez-Zapatero, un concepto «discutido y discutible». (La estulticia se ve muy clara, no es discutida ni discutible).
O, simplemente, porque, aunque sea una nación, no quieren formar parte de ella: en el debate del Parlamento catalán sobre la Tauromaquia, uno de los argumentos que se esgrimieron, para prohibirla es que «olía a España». En efecto, así es y, a algunos, este olor les repugna.
Fascinó a personajes tan variados como Goya y Picasso, Lorca y Alberti, Tierno Galván, Benlliure y Eisenstein…
La Tauromaquia nació como un rito sagrado, que se convirtió en un juego popular y dio origen a un espectáculo. Lo estudia Ángel Álvarez de Miranda en un libro magistral, Ritos y juegos del toro.
Cumple todos los requisitos que Santo Tomás demandaba para que algo sea considerado un arte: es «lo que, visto, agrada»; posee unas reglas; expresa la personalidad de un artista; da, al espectador, la alegría que produce la belleza.
La corrida de toros es un espectáculo en vivo, en directo, irrepetible, que nace y muere delante de nosotros, para nuestro deleite. Supone el triunfo de la inteligencia sobre la fuerza bruta. Su dificultad es enorme porque, en ella, el material del artista no es el mármol o el lienzo sino un animal peligrosísimo y cambiante, a lo largo de la lidia. Por eso, une la belleza con la emoción.
Por definición, cualquier arte es universal. También lo es la Tauromaquia: no hace falta haber nacido en España para ser un excelente aficionado y no todos los españoles lo son. En cualquier arte, sólo caben las adhesiones libres, es imposible la unanimidad. Tampoco todos los españoles aman el cante flamenco, la zarzuela o las procesiones de Semana Santa. Eso no impide que las consideremos manifestaciones culturales típicamente españolas.
No se puede identificar con una ideología, ni con una estética, ni con una clase social: es del pueblo español, que somos todos
Si no nos ciegan los prejuicios, es algo muy fácil de entender: la Tauromaquia es una Fiesta española por antonomasia. La llevaron los españoles a Hispanoamérica, junto con nuestra lengua y nuestra visión del mundo. A la vez, está abierta a cualquier persona que tenga la sensibilidad y el conocimiento necesarios para apreciarla.
Es indiscutible que la Tauromaquia posee valores ecológicos, comenzando por la existencia del toro bravo, que sólo existe gracias a ella, y de nuestras dehesas. También es evidente su valor económico: es el segundo espectáculo de masas en España, y el primero entre los de valor cultural.
Hoy mismo, la Fiesta está bien viva. Los datos que acaba de publicar la Asociación de Empresarios lo demuestra: ha superado la crisis de la pandemia y atrae a un público nuevo, joven (quizá por reacción contra los disparatados ataques que sufre). Por eso, me alegra que un medio como El Debate amplíe ahora su atención a nuestra Fiesta.
No se puede identificar con una ideología, ni con una estética, ni con una clase social: es del pueblo español, que somos todos. La cantó Manuel Machado:
el primero
espectáculo español».
Fascinó a personajes tan variados como Goya y Picasso, Orson Welles y Hemingway, Montherlant y Francis Bacon, García Lorca y Alberti, Miguel Hernández y Gerardo Diego, Ortega y Gasset y Madariaga, Foxá y Tierno Galván, Benlliure y Eisenstein…
Le preguntaron a Ramón Pérez de Ayala, embajador de la República en Londres, propuesto varias veces para el Premio Nobel, si no creía que, alguna vez, desaparecerían la Fiesta. Contestó tajantemente: «No. Nunca… Los toros no pueden morir. Moriría España».
Espero que ni los lectores de El Debate ni yo lleguemos a verlo.