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Retrato del novelista y poeta inglés,Thomas HardyAFP

Tres poemas de Thomas Hardy, el autor inmoral que se refugió en los versos y al que enterraron sin corazón

El escritor de Dorchester murió el 11 de enero de 1928 después de una exitosa carrera como novelista que abandonó de raíz a causa del escándalo de su último libro

Cuando era niño su madre le dio a leer a Virgilio. Y lo que es más extraordinario el pequeño Thomas lo leyó. Con un comienzo así se pueden anticipar hazañas, pero las gestas literarias, difíciles de por sí, aunque acabaron llegando, se hicieron esperar, como también suele suceder. Lo que parecía un camino marcado se desvió cuando comenzó a trabajar de adolescente como ayudante de un arquitecto y restaurador.

Thomas Hardy era entonces «solo» un chico que tenía un trabajo y leía. Y tanto lo hacía que los poemas empezaron a aparecérsele en el caletre. El primero de ellos se llamó Domicilium, título latino influido por las enseñanzas en este idioma recibidas también en su infancia. Tenía 22 años cuando se trasladó a Londres para seguir trabajando con otro arquitecto. Mientras tanto se siguió construyendo, como construía iglesias neogóticas su mentor, como poeta.

La lectura iba añadiendo muescas de literatura en la vida del joven Hardy, que se empapó de la vida cultural de la capital inglesa. El fracaso en el intento de publicación de sus versos le hizo volver al punto de partida para seguir trabajando con su maestro primero. Un año después escribió una novela que nadie quiso, incluido él mismo. En 1871 escribió Remedios desesperados, y con otros dos libros en el ínterin, alcanzó el éxito, la hazaña al fin, con Lejos del mundanal ruido en 1874.

tres poemas de thomas hardy:

  • Hombre muerto caminando

    Como a un viviente ellos me saludan
    ¿mas no saben acaso
    que he muerto de años tan tardíos,
    aunque insepulto?

    No soy aquí sino una sombra inmóvil
    mohosa forma ya sin pulso, pálida
    fotografía del pasado, proyectando
    cenizas frías que se alejan.

    Ni en la advertencia de un minuto,
    ni en el barullo de una hora,
    cesaron para mí los hechizos del Tiempo
    en el salón o en la alcoba.

    Trágico tránsito no hubo,
    ni suspensión del hálito,
    cuando las estaciones silenciosas
    con tiento me acercaban a esta muerte.

    Trovadoresco joven, deambulaba,
    tañendo esta lira que es la Vida,
    y el incesante son del existir
    rabiando en mí como una hoguera.

    Mas cuando yo aguzaba el ojo
    sobre las ambiciones de los hombres,
    me congelaba, y perecía entonces
    un poco más.

    Cuando a través de la Postrera Puerta
    cruzaron mis amigos, familiares,
    dejándome aquí tan desolado
    morí incluso más.

    Y cuando la que es dueña de mi Amor
    por mí su odio despertó,
    no supe ya entonces si morí
    un grado más aún.

    Y si completamente he muerto, cuándo,
    decir no lo podría,
    y si he mutado en este cuerpo inerte
    que soy hoy día.

    Si así esto fuera, y pese a que
    paso las horas de algún modo
    en charlas, caminatas y sonrisas
    no vivo ya jamás.
  • Pensando en Phena al saber su muerte

    Ni una raya suya tengo,
    ni uno solo de sus cabellos,
    ninguna señal de sus años de señora de casa que
    me ayude a imaginarla;
    y en vano urgo los ojos cerrados
    a concebir mi premio perdido
    cerca de ella, que conocí cuando la luz le derramaba de los
    sueños
    y, de los ojos, las risas.

    Qué paisajes rodearon sus últimos días:
    tristes, turbios, brillantes?
    ¿Sus dones y bondades enmarcaron de estallido a los suyos
    dulces caminos
    con dorada aureola?
    ¿O declinó la luz vital de sus años
    y las desdichas guiaron
    su estrella? ¿Niegos o reparos, presentimientos o miedos
    ¿le desennobleran el alma?

    Así pues, sólo el espectro retengo de la chica de antes,
    como reliquia;
    y quién sabe si, con lo mejor de ella dentro de mí,
    no sea preferible
    que ni una raya suya tenga,
    ni uno solo de sus cabellos,
    ninguna señal de sus años de señora de casa que
    me ayude a imaginarla.
  • La sombra en la piedra

    Pasé junto a la piedra del druida
    que se cierne en el jardín, blanca y solitaria,
    me detuve y miré las sombras precarias
    que desde el árbol a veces caen encima
    con un cadencioso movimiento,
    y en mi imaginación reconstruyeron
    la silueta de una cabeza y unos hombros bien conocidos,
    proyectados cuando ella trabajaba en el jardín.

    La pensé a mis espaldas,
    sí, había aprendido a estar sin ella durante mucho tiempo,
    y dije: «Estoy seguro de que estás detrás mío,
    aunque, ¿cómo has entrado en este viejo camino?»
    Y solo se oyó la caída de una hoja
    como respuesta; y para contener la tristeza
    de ningún modo volvería la cabeza
    para descubrir que no había nada.

    Sin embargo, quería mirar y ver
    que nadie estuviese detrás mío;
    pero, pensé una vez más: «No, me resisto
    a entrever cualquier forma que allí pueda haber.»
    Salí del jardín con suave disposición,
    y la dejé detrás de mí, arrojando su sombra,
    como si en verdad fuera una aparición.
    No volví la cabeza para que mi sueño no se desvaneciera.

Bajo el árbol del bosque, de 1872, ya previamente le había acercado a la fama. Instalado en el panorama literario, siguió escribiendo novelas y continuó creciendo su prestigio. Fue famoso y rico y se relacionó con los grandes nombres de la época. Tess, de 1891, fue otro de sus grandes éxitos. Jude, el oscuro, de 1895, puso fin a más de 20 años de dedicación a la novela por decisión no exactamente propia. El libro, que abordaba cuestionamientos modernos sobre dogmas inamovibles en la época, como el sexo o la religión, fue considerado inmoral y fue tan duramente criticado que el autor renunció a la prosa para siempre.

Su esposa y gran amor murió en 1912 (la fatalidad característica de sus poemas). Hardy tenía 72 años y aun le quedaban 16 de vida que compartió a partir de 1914 con la que había sido su secretaria. Cuando el escritor desapareció finalmente en 1928, su cuerpo fue llevado al Rincón de los poetas de la Abadía de Westminster, pero no así su corazón, separado y enterrado en la tumba de su primera mujer.