Emilia Pardo Bazán, pionera, aristócrata y traficante
Fue la primera mujer catedrática en la universidad española, primera del Ateneo de Madrid y primera corresponsal en el extranjero. Sus ideales feministas se traducían en una frase que le dijo su padre («No puede haber dos morales para dos sexos») y que la llevaron incluso a traficar con armas en apoyo de la causa carlista
Emilia Pardo Bazán fue pionera de muchas cosas para las mujeres de la España del siglo XX, y aun del XXI. Le fue vedada su entrada a la Universidad como alumna –por ser mujer–, pero el irrefrenable impulso autodidacta de quienes han nacido para consagrar su vida a las letras, mucho talento y una obra que ha pasado a formar parte de lo mejor de la literatura contemporánea la llevaron a ser la primera mujer catedrática de la historia de la universidad española –en 1916 toma posesión de la Cátedra de Literatura Contemporánea de las lenguas neolatinas en la Universidad Central–.
Si la Real Academia Española se resistió a la evidencia de su genio y su entrada le fue denegada en las tres ocasiones que su candidatura fue presentada –por ser mujer–, otras entidades se rindieron ante la misma. Fue la primera mujer en desempeñar un papel activo en el Ateneo de Madrid: primera mujer socia, primera conferenciante, primera presidenta de la sección de Literatura. También fue la primera corresponsal de prensa española en el extranjero –Roma y París para los periódicos madrileños–.
En general –por ser mujer– fue pionera en su dedicación plena a la literatura y el intelecto –reivindicada para su sexo en su primera novela, Aficiones peligrosas, cuando tenía tan solo 13 años– en un momento en el que se hubiera esperado que, de estudiar, «estudiara» economía doméstica, música o educación infantil.
El origen y contexto del incentivo feminista en Emilia Pardo Bazán puede sorprender en un momento, el actual, en el que el movimiento parece haber tomado un único rumbo ideológico. Sin embargo, en aquellos días la defensa de una misma dignidad, derechos y oportunidades para hombres y mujeres –principios fundamentales– estaban por encima de las ideologías –principios circunstanciales–. «No puede haber dos morales para dos sexos», que le dijo una vez su padre, José Pardo Bazán.
Buena prueba de lo anterior es que la escritora defendió la posibilidad de una mujer autónoma, formada y dotada de sentido crítico –plasmado en el lema personal De bellum luce, «la luz en la batalla», que encabezó buena parte de sus cartas– y procedió a esta defensa perteneciendo a la nobleza, a una de las familias más pudientes de España –no en vano era condesa–; nunca abjurando, más bien al contrario, manteniendo e incrementando su religiosidad católica en sus estrechas relaciones con el franciscanismo; y para más inri, siendo notoria defensora del carlismo.
Para Carlos María de Borbón la condición de mujer impedía portar la corona regia, pero venía que ni pintado para traficar con armas. Pardo Bazán se valió de su sostén para ocultar una suma considerable de florines de oro y partió hacia Londres para comprar 30.000 fusiles para armar la causa carlista. Después organizó el traslado del armamento a París. A su vuelta a España se la acusó de traición, pero no se la llegó a condenar.
De esas peripecias tradicionalistas se arrepintió en su madurez, y debieron tomarse como tales locuras de juventud, pues el mismo Alfonso XIII la nombró Consejera de Instrucción Pública. Primera mujer otra vez.