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Andrés Amorós

Unos pobres fachas

Pretenden algunos supuestos progresistas que los aficionados a los toros somos incultos, carcas, reaccionarios, antieuropeos, una reliquia de épocas pretéritas… Unos pocos ejemplos bastan para comprobarlo

El escritor Antonio Gala fue un gran aficionado a los torosCano

Cuando su amigo Martín Zapater estaba decaído, Goya le recomendaba que se viniera a Madrid, para ir con él a los toros: así, se le pasarían «todas las murrias». En época de Fernando VII, el pintor se exilió en Burdeos. Lo cuenta en una carta Moratín: «Goya dice que él ha toreado en su tiempo y que, con la espada en la mano, a nadie teme. Dentro de unos meses, va a cumplir ochenta años». Siempre firmó como «don Francisco, el de los toros».

Desde Madrid, al conocer la Fiesta, Manet le escribió a Baudelaire: «Es uno de los más bellos, más curiosos y más terribles espectáculos que se pueden ver».

Serguéi Eisenstein, el director de El acorazado Potemkin y de Iván el Terrible, viajó a México a fines de 1930 y presenció allí varias corridas, para preparar uno de los episodios de su película ¡Que viva México! En su autobiografía, Yo. Memorias inmorales, cuenta que el espectáculo le fascinó: «La arena de un enorme circo. La corrida de toros está en su apogeo. El bárbaro esplendor de este juego de sangre, dorados y arena me entusiasma bestialmente». En una carta a sus productores, añadió: «Quiero expresar el arte taurino en su expresión clásica». Veía la Tauromaquia como una parte esencial de la herencia cultural española.

A lo largo de su vida, Picasso se fue identificando con un torero, un picador, un caballo herido, un dolorido Minotauro, un «negro toro de España»… Se definía: «El toro soy yo». Desde el exilio francés, la Fiesta supuso su vínculo permanente con España, más allá de Franco.

Muchas veces visitó Madrid de incógnito el pintor Francis Bacon, iba a los toros y sentenció: «Las corridas son un maravilloso aperitivo para el sexo».

En junio de 1936, un par de meses antes de ser asesinado, Federico García Lorca declaró, en una entrevista: «El toreo es, probablemente, la riqueza poética y vital de España. Creo que la fiesta de los toros es la más culta que hay hoy en el mundo. Es el único sitio donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbrante belleza».

Valle-Inclán, el gran renovador de la escena, señaló al toreo como modelo: «Si nuestro teatro tuviese el temblor de las fiestas de toros, sería magnífico. Si hubiese sabido transportar esa violencia estética, sería un teatro heroico, como La Ilíada».

Con su habitual falta de modestia, Ortega se atribuía el mérito de haber sido el primero en reflexionar en serio sobre los toros: «Es un hecho de evidencia arrolladora que, durante generaciones y generaciones, fue tal vez, esa Fiesta la cosa que ha hecho más felices a mayor número de españoles».

Ramón Pérez de Ayala, Embajador de la República en Londres, propuesto dos veces para el Premio Nobel, negaba tajantemente que nuestra Fiesta fuera un signo de incultura: «¡Tonterías! Si los toros no se universalizan más es porque no es posible, porque no tienen en todos los países la posibilidad de tener nuestras ganaderías. Los toros son un arte y un drama».

Salvador de Madariaga, republicano, exiliado, una de las figuras culturales más respetadas en toda Europa, veía el toreo como una especie de arte total: «Participa de casi todas las artes: es un drama, una pintura de una belleza impar, una obra maestra del arte escultórico, una síntesis de color y movimiento. Y no cabe imaginar una corrida de toros sin música».

No era ciertamente de derechas Rafael Alberti, que unía al toro con España: «El negro toro de España… /porque toda España es él». Lo llevamos los españoles dentro de nosotros: «Ese toro metido en las venas / que tiene mi gente».

Tampoco era de derechas Miguel Hernández, que se identificaba con el toro, por estar enamorado: «Una querencia tengo por tu acento…» Y por ser mortal: «Como el toro he nacido para el luto…» Lo veía como el gran símbolo español: «Alza, toro de España, levántate, despierta…».

Un último ejemplo. Tierno Galván, fundador del Partido Socialista Popular, aceptó mi invitación a defender los toros en el Ateneo de Madrid, junto a Rafael Alberti y Antonio Gala, y advirtió: «Ser indiferente ante un acontecimiento de tal índole supone una total extrañeza respecto del subsuelo psicológico común». Traduzco al lenguaje coloquial: no entender lo que significan los toros, para los españoles, supone no enterarse de nada de lo que somos… o no querer enterarse. No se sabe qué es peor.

Puedo poner muchísimos ejemplos más de apasionados por los toros, de todas las tendencias políticas y estéticas. El toreo no es de derechas ni de izquierdas sino del pueblo español: de todo el que elija libremente ser aficionado. He escogido hoy a estos pocos personajes: quizá le parezcan, al ministro Urtasun, unos pobres fachas, que su progresismo ha superado.