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'Las cuadrillas de Frascuelo, Lagartijo y Mazzantini' (1936-38)

'Las cuadrillas de Frascuelo, Lagartijo (sentado, a la derecha) y Mazzantini (1936-38) de Daniel Vázquez DíazMuseo Reina Sofía

Lagartijo, el banderillero estrella que creó el arte taurino y al que le tocó la lotería el día de su muerte

De especialista con los palos, el cordobés pasó a ser el primer Gran Califa del toreo al borde del siglo XX

Fue Antonio Carmona, «el Gordito», quien incluyó el tercio de banderillas en la lidia. Eran tiempos de cambio y la última de las suertes para crear el toreo moderno. Lagartijo se destacó, además, con la muleta al natural. Rafael Molina fue un puente, de califa a califa, y de un siglo a otro que él mismo inauguró, el nuevo, sin haber llegado. Fue la época de Lagartijo y Frascuelo, Frascuelo y Lagartijo, con Bocanegra y Cúchares, y más tarde Guerrita, metidos en el ajo.

Antes de esto ponía banderillas «de poder a poder», fijándose en su maestro, «el Gordito», y yendo más allá. Bajo su magisterio perfeccionó su técnica con los palos, convirtiéndose en una estrella, un peón de inteligencia superior. Tenía 24 años cuando tomó la alternativa y a partir de entonces, de las trébedes (el par sin riesgo al distraer al toro con el capote) al topacarnero (el arriesgado origen del quiebro), Lagartijo se estilizó para crear por primera vez arte en la tauromaquia. Rafael Molina sabía tanto que lo removió todo y del cóctel creó algo nuevo.

Su toreo al natural provocó un cisma por el que fue llamado, entre otras razones, el Gran Califa, el primero de todos. Toreó en lo más alto durante 36 años, rivalizando siempre con los mejores que estaban y los que llegaban. Le llamaron Lagartijo por su corta estatura, y le dijeron «lagartijeras» a sus habituales medias estocadas. Como si las banderillas fueran batutas, dirigió a partir de ellas su propia orquesta de tauromaquia, recordada por sus contemporáneos como una de las cumbres máximas del toreo. Reunió Rafael todos los toreros en sí, el capoteador, el artista, el valeroso, el temerario... Muleteador de ensueño, lo que no dominó fue el estoque, con el que su baja estatura era un problema.

En 1889, tres años antes de su retirada, le cedió a Mazzantini el brindis a la Reina Isabel, alegando que él era republicano. Torerías por doquier, cuenta la leyenda que estaba sentado en una fonda de Sevilla sin poder quitarle la vista a una joven que se sentaba a otra mesa. El camarero vino a decirle que le esperaban, y él respondió: «Diga usted a esos señores que cuando uno cumple con su obligación, no se puede mover de su sitio». Y cuando el camarero le preguntó qué es lo que hacía, Lagartijo dijo: «Estoy toreando». No llegó a los 60 (y por solo unos meses al XX) por la enfermedad que se lo llevó apenas ocho años después de su retirada. Unamuno le puso en un poema y Baroja en una novela. El día de su entierro 3.000 personas acompañaron el féretro, entre ellas Julio Romero de Torres. Ese día a Rafael Molina «Lagartijo» le había tocado la lotería, para más detalle el 19 al que siempre jugaba.

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