César Antonio Molina: «García Montero ha convertido la Caja de las Letras en El Rastro»
Quien fue encargado de inaugurar una de las iniciativas de mayor entidad del Instituto Cervantes cuando era su director opina sobre su «declive» y sobre su actual «director pastelero», al que acusa de dejarse llevar por «caprichos e intereses muy particulares»
El 15 de febrero de 2007 sucedía un hecho histórico: el escritor Francisco Ayala, entonces de 101 años, depositaba en una cámara acorazada un conjunto de escritos y objetos secretos que no volverá a abrirse hasta el año 2057.
Desde entonces, por los bajos del Banco Español del Río de la Plata, primero, y del Banco Central, después, han desfilado exactamente 150 nombres: algunos lo han hecho en carne mortal, para entregar ellos mismos lo que consideraban que debería quedar para la posteridad. Otros, al haber fallecido, lo hacían a través de herederos, familiares, amigos o personalidades de la cultura.
Fue César Antonio Molina, por entonces director del Instituto Cervantes (lo fue entre 2004 y 2007, antes de convertirse en ministro de Cultura con José Luis Rodríguez Zapatero), quien dio con la idea. Cuando la institución se trasladó a su nueva sede central, en la céntrica calle de Alcalá de Madrid, Molina anunció la finalidad cultural que se le daría a la cámara acorazada del antiguo banco, cuya maciza puerta circular de entrada no deja lugar a dudas de que lo que allí se guarde está a buen recaudo.
«Yo llevé al Cervantes al edificio en el que hoy está. Tuve muchas dificultades pues la 'prepodemita' secretaria de estado de cooperación, Leyre Pajín, era una acérrima enemiga de esta institución. Según ella, la cooperación daba de comer a los pobres del mundo, mientras que el Cervantes daba clases gratuitas (falso) a los hijos de la poderosa burguesía internacional», explica el gestor cultural y político español en conversación con El Debate.
En la inauguración, César Antonio Molina afirmó que la caja fuerte, «uno de los elementos simbólicos del banco, es a partir de ahora el lugar que irá acumulando en el tiempo el saber de nuestra cultura, de nuestros escritores y artistas. Será una capilla, no del dinero, sino de la cultura».
«Al descubrir la caja fuerte del que había sido antiguo banco, se me ocurrió denominarla como caja de las letras. Y dado que nosotros nos dedicábamos a la enseñanza y difusión del español, invitar a grandes escritores vivos de ambos lados del océano a que dejaran algún texto inédito, creativo o memorialístico, para que en el futuro pudiera ser recuperado y editado. Los autores vendrían y habría un acto con ellos», continúa Molina en conversación con este diario.
Un declive constatado
«Fundamentalmente el anualmente premiado con el Cervantes tendría un protagonismo especial en esos días. Aunque había muchas cajas vacías (no se cuántas quedarán ahora) pensamos no sobrepasar un número de entregas anuales para no agotarlas», explica el exministro. Según su página web, la cámara acorazada cuenta con 1.800 cajas de seguridad, de las que se han ocupado en este menester 150.
A Francisco Ayala le siguieron en el mismo año los poetas Antonio Gamoneda y Carlos Edmundo de Ory y el artista Antoni Tàpies. Ya entonces quedaba claro que en la Caja de las Letras cabía toda la cultura, en su sentido más amplio, máxime cuando en 2008 aterrizó en sus arcas el primer cuaderno de investigación que utilizó la científica Margarita Salas (primera mujer de la lista) mientras trabajaba con Severo Ochoa en Nueva York.
Llegaron entonces también Alicia Alonso, Juan Gelman, Luis García Berlanga, Cristóbal Halffter, Manuel Alexandre, Ana María Matute y Juan Marsé. A lo largo de la última década también han depositado escritos (y algunos objetos) personalidades como la mexicana Elena Poniatowska, el chileno Nicanor Parra o el colombiano Gabriel García Márquez. De hecho, la caja alberga muchos in memoriam (28, según el listado): Atahualpa Yupanqui, Alejandra Pizarnik, Luis Rosales, Goytisolo, Francisco Brines, Rubén Darío, Nebrija, José Hierro, Fernán Gómez o María Moliner son sólo algunos de ellos.
Continúa César Antonio Molina con sus críticas a Luis García Montero: «Así fueron cumpliendo mis sucesores hasta la llegada de este último 'director pastelero' que ha convertido este recinto, con sus caprichos e intereses muy particulares, en un competidor de El Rastro», sentencia.
El hecho es que desde la llegada del poeta a la dirección del Instituto Cervantes en 2018 ha virado la calidad de los legados que alberga una institución que debe estar encargada de «conservar y promover el patrimonio cultural hispano». Una exdirectora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, depositó su legado el 8 de marzo de 2023 (una fecha señalada en el calendario feminista), quién sabe si anunciando quizá que Montero haría pronto lo mismo con su propia persona. También el del progresista Joan Fuster, firme defensor de los «Països Catalans» que escribió casi toda su obra en valenciano: el director no llegó a explicar cuál había sido su gran aportación a la lengua española, más allá de oponerse continuamente a ella. Lo mismo sucede con Bernardo Atxaga, escritor vasco cuya obra ha sido escrita y publicada íntegramente en euskera.
Algunos de los elegidos por Montero no alcanzan, para muchos, la calidad suficiente como para entrar a formar parte de la historia cultural de este país. Hay roqueros y cantautores, de la cuerda progresista, como Joaquín Sabina, Miguel Ríos o Ana Belén. Hay actores y actrices como Ángela Molina o Aitana Sánchez-Gijón. También hay periodistas varios, como Maruja Torres o el recién incluido Iñaki Gabilondo, así como inclusiones tales como la filósofa feminista Amelia Valcárcel o el Día Internacional del Orgullo LGBT, para lo cual se invitó a dos representantes «del colectivo».