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Craig Wright, autor de la obra 'Los hábitos secretos de los genios'PlanetadeLibros

Un escritor y catedrático de Harvard explica cómo ser un genio con «14 hábitos secretos»

El también profesor emérito de Música en Yale, Craig Wright, publica en la obra Los hábitos secretos de los genios una guía sobre la genialidad y las claves para que cualquiera se asome a ella

Ser un genio no tiene que ver únicamente con tener un cerebro repleto de información, ser el mejor en matemáticas o saberse todas las canciones de un artista. La genialidad es algo que abarca mucho más y parte de simplemente tener una idea que destaca por sí misma y por ser única e innovadora.

Esta enorme vertiente es estudiada y analizada por Craig Wright, licenciado en Música por la Eastman School of Music, catedrático en Musicología por Harvard y profesor emérito de Música en Yale, que explora este término y sus ramificaciones a través de su última obra, Los hábitos secretos de los genios.

Mediante este libro, el catedrático resume las enseñanzas que ha ido compartiendo con los alumnos a los que imparte clases y lo que para él son los 14 hábitos secretos que comparten los genios.

Una obra repleta de «genialidad»

Uno de los primeros ejemplos que el autor señala es el caso de Stephen Hawking, una figura que ha sido definida como «genio» debido a sus aportaciones al mundo de la física, entre otras vertientes. El autor de esta obra dedica un gran párrafo al físico y, explica, cómo Stephen Hawking fue amoldando su conocimiento según pasaba el tiempo y estudiaba, rechazando así la propuesta de que pudo haber nacido siendo un «genio».

«Stephen Hawking fue alguien a quien le quitaron las cosas tanto relevantes como intrascendentes. A Hawking lo han llamado el 'mayor genio desde Einstein', así como 'el genio de la silla de ruedas'. Hawking mismo sostenía que estas designaciones eran ruido mediático, impulsado por la sed de héroes que tiene el público. Y es cierto que el público siempre ha sentido cierta debilidad por el genio atrapado en un cuerpo maltrecho», comienza explicando el autor de la obra.

Craig Wright afirma que «Hawking solo empezó a concentrarse en serio a los veintiún años (y solo porque tuvo que hacerlo, debido a la aparición de la ELA, también conocida como la enfermedad de Lou Gehrig). Antes de ese año parecía un fracasado dedicado a disfrutar de la vida. Como él mismo admitió, no leyó hasta los ocho años de edad; en la escuela era un alumno medio, y ya en la universidad pasaba el tiempo socializando, trabajando solo una hora al día. Pero en 1963, a la edad de veintiún años, de pronto tuvo que enfrentarse a una fecha límite literalmente: recibió el diagnóstico de ELA acompañado de una expectativa de vida de dos a tres años. Confinado en una silla de ruedas, tenía pocas distracciones».

Portada de 'Los hábitos secretos de los genios' de Craig Wright

El autor comienza, desde ese momento, a explicar cómo se fue formando su «genialidad» según la vida le azotaba con duros golpes para una persona que se dedicaba a la física: «En 1985 había perdido la capacidad de hablar y de comunicarse, excepto con su ordenador. Así que por necesidad tuvo que enfocarse en un campo, y eligió la astrofísica. Cuando pregunté a Kitty Ferguson, su amiga y biógrafa principal, si el aislamiento de Hawking había potenciado su habilidad para concentrarse, ella ofreció esta importante perspectiva: 'Yo diría que es probable que su discapacidad no aumentara su capacidad de concentración, pero aumentó su inclinación a concentrarse, a desarrollarse al fin, a enfocarse y dejar de perder el tiempo. Como me dijo una vez: ¿Y qué otra cosa me quedaba?'. Para inicios de 1970, Hawking había perdido el uso de sus manos. Eso supuso un problema, porque todos los físicos, cuando trabajan, piensan con ecuaciones y las escriben sin descanso ya sea en papel, pizarras, paredes, puertas o cualquier otra superficie plana (alternando la concentración analítica con la ejecución). Para continuar su trabajo, Hawking desarrolló un camino alternativo: él veía el problema en su mente y lo mantenía ahí, concentrándose de una forma parecida a como lo hacía Newton».

De esta manera, el autor le da una gran lección al lector ya que demuestra con sus conocimientos que Stephen Hawking se fue formando con el paso de los años gracias a sus estudios, tirando por la borda el pensamiento de que nació siendo un «genio», ya que explica que ese «genio» nació a raíz de estudiar y de formarse para ser el físico que fue.

Otros ejemplos de «genialidad»

Craig Wright incluso se pone como ejemplo en la obra, explicando que después de un accidente cerebrovascular isquémico que sufrió y que lo dejó hospitalizado, su vida volvió a tener sentido por completo gracias a que empezó a hacer ejercicios mentales para no perder la memoria tras lo acontecido y fue aumentando su dificultad gradualmente. Asimismo, explica que pasaron meses hasta que recuperó la función cognitiva normal y que si no hubiera sido por llevar a cabo esos ejercicios poco a poco, no habría sido posible recuperarlo, dando otra lección al lector con la que vuelve a mencionar a Stephen Hawking y a su gran formación en la que afirma que si se trabaja «lentamente pero con diligencia», se pueden llegar a resolver «problemas prácticos».

Además, Craig Wright, ahonda en el sentido de la habitualidad, la rutina o lo ritual para poder llegar a ser un «genio». El autor comenta que «todo genio tiene un tiempo, un lugar y un ambiente para hacer y terminar su trabajo. Puedes llamar a esto hábito (como yo hago con este libro, y como también lo hicieron Vladimir Nabokov y Shel Silverstein), rutina (Lev Tolstói y John Updike), horario (Isaac Asimov, Yayoi Kusama y Stephen King), rutina (Andy Warhol) o ritual (Confucio y Twyla Tharp). Los hábitos de estas grandes mentes no son ni glamurosos ni exaltados. 'La inspiración es para aficionados — dice el pintor Chuck Close—. El resto de nosotros solo llegamos y nos ponemos a trabajar'».

El catedrático sigue aportando que «así como cada genio es diferente, también cada uno tiene su propia y única manera de concentrarse», otro aporte para el lector con el que pretende abrir los ojos a quien lo lea para quitarle la falsa premisa de que un «genio» es capaz de «saber de todo» en un tiempo récord y afirma que cada persona tiene su tiempo y su manera de elaborar las cosas, da igual en lo que pueda destacar. Además insiste en que esto es necesario en todo momento para conseguir los objetivos propuestos.

«La mayoría de los genios crean en sus oficinas, laboratorios o estudios aislados del mundo exterior. Una vez que estaba en su estudio, el pintor N. C. Wyeth pegaba con cinta adhesiva 'anteojeras' de cartón a los lados de sus gafas para no ver más allá del lienzo. Tolstói cerraba su puerta con llave. Dickens hizo construir una puerta adicional en su estudio para impedir el ruido. Cuando escribía Lolita, Nabokov trabajaba todas las noches en el asiento trasero de su coche aparcado, 'es el único lugar en el país — contaba— que no tiene ruido ni corrientes de aire'», aporta el escritor.

Ya sea en un faro o en la seguridad de una casa, todas las grandes mentes tienen un espacio en el que entran «en la zona»Craig Wright

Craig Wright incluso muestra al lector lo que para él era la imagen de un «genio»: «Al inicio de este proyecto, tenía en mente una imagen del genio: alguien con un CI muy alto que, incluso siendo joven, tiene 'momentos eureka' repentinos, pero que es excéntrico e impredecible. Cada rasgo de su imagen estereotípica, según he aprendido después, está equivocado o es impreciso en la mayoría de los casos. Tomemos como ejemplo la noción de que el genio es un ser de inteligencia superior que saca dieces en todas las pruebas estandarizadas de la vida. En realidad, mi estudio de los genios revela un buen número de ejemplos de alumnos de mediocres a malos, así como otros que fueron miembros de sociedades de honor académico como Phi Beta Kappa».

El autor incluso pone de ejemplo sus clases impartidas en Yale y comparte lo siguiente en la obra: «'¿Quién de los que estamos aquí es un genio? Todos los genios, por favor, levantad la mano'. Unas pocas almas lo hacen con timidez; los payasos de la clase se levantan de modo enfático para que todos los vean. Después pregunto: 'Y si no sois todavía genios, ¿cuántos de vosotros querríais serlo?'. Unas tres cuartas partes de la clase responde de forma afirmativa. En la última clase del curso pregunto: 'Después de haber estudiado a todos estos genios, ¿cuántos de vosotros todavía queréis serlo?. Entonces, solo alrededor de una cuarta parte del grupo dice 'yo'. Como comentó un alumno sobre este tema: 'Al principio del curso pensé que quería, pero ahora no estoy tan seguro. Son tantos los genios que parecen cretinos obsesivos egocéntricos. No es la clase de persona que quiero como amigo o como compañero de piso'. Queda claro: obsesivos y egocéntricos. Así como nos podemos beneficiar de los hábitos del genio, debemos tener cuidado si hay alguno cerca de nosotros».

En conclusión, ser un «genio» no es algo con lo que se nace, como bien explica Craig Wright en su obra. Todos pueden ser unos «genios», pero esa «genialidad» se elabora mediante la manera que mejor se considere, ya sea mediante la concentración o mediante la formación. Todo el mundo es capaz de destacar en algo y la «genialidad» se puede llegar a alcanzar conforme ocurren situaciones y la vida evoluciona.