La cruel y cómica obsesión de Valle-Inclán con Echegaray, el primer Nobel español
El científico, político y matemático madrileño ganó por sorpresa el Premio Nobel de Literatura en 1904 y los grandes escritores de la época, con el autor de Luces de Bohemia como sobresaliente, la tomaron con él y con la España que representaba
Las trifulcas entre escritores siempre han existido a lo largo del tiempo. Algunas directamente violentas como la de Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez; otras silenciosas o simplemente notorias; algunas míticas como la de Góngora y Quevedo; otras sonadas como la de Umbral y Pérez-Reverte; otras rivales como la de Hemingway y Faulkner, pero quizá ninguna más cómica y cruel e ingeniosa que la que tuvieron en su tiempo el primer Nobel de Literatura español, José de Echegaray, contra el invencible talento de Ramón María del Valle-Inclán, o más bien al revés.
Echegaray, científico y matemático prominente, político destacado y también literato de gran éxito, ganó el premio de la Academia sueca de forma sorprendente en 1904, lo que supuso un escándalo entre los escritores de vanguardia. Los autores de la generación del 98 ardieron ante el reconocimiento de quien consideraban un dramaturgo menor. Y el tiempo demostró que tenían razón. La indudable eminencia heterogénea de Echegaray no alcanzaba en las letras el nivel que se le suponía a pesar del gusto de las plateas y de su sobresaliente prolijidad creadora.
Los Unamuno, Machado, Baroja, Azorín y, sobre todo, Valle-Inclán fueron firmantes de un manifiesto contra el que consideraban representante literario de una España decrépita: «Parte de la prensa ha publicado la idea de hacer un homenaje a José Echegaray, como si lo hiciera en nombre de todos los intelectuales de España. Nosotros (con el derecho de ser considerado dentro de ese grupo y sin discutir ahora sobre la identidad de José Echegaray) expresamos que nuestras ideas estéticas son otras y nuestras admiraciones muy diferentes».
Estas líneas eran parte del escrito de los mejores escritores de aquel tiempo contra el símbolo al que consideraban todo lo contrario. Aquellos eran los impresionistas de la literatura y Echegaray la rígida oficialidad de un arte en transformación. Mucho más allá fue Ramón María del Valle-Inclán, quien se hizo un activista contra el pobre Echegaray, desde entonces sufridor del ingenio punzante y constante y desternillante (no para él sino para el público alborozado) del autor de Luces de Bohemia.
El concurso de cuentos
Valle-Inclán no se perdía ni uno solo de los abundantes estrenos teatrales de Echegaray, hasta el punto de que el interés de la época del Nobel rivalizaba con el interés creciente por las ocurrencias de aquel en mitad de la obra. Aquella fijación había nacido incluso antes de la concesión del Nobel, cuando Echegaray, como miembro del jurado de un concurso de cuentos del diario El Liberal, hizo todo lo posible para que no se lo concedieran a Valle-Inclán, quien a partir de entonces no hizo concesión alguna, ni siquiera en su propio lecho de muerte, con la indudable excelencia diversa de su objetivo.
Son muchas las anécdotas que al respecto se cuentan. En una ocasión, un personaje de Echegaray decía: «Es una mujer con nervios de acero bajo una piel de seda», ante lo que Valle-Inclán gritó entre el público: «¡Eso no es una mujer, es un paraguas!». En otra ocasión, durante una conferencia, Valle dijo de Echegaray: «Ese don José está obsesionado por la infidelidad matrimonial. Todas sus obras son autobiografías de un marido engañado». Entonces alguien se levantó y le mandó callar. «¿Y quién es usted para mandarme callar?», dijo aquel, y el hombre le respondió que era hijo de Echegaray, a lo que Valle contestó entre el jolgorio de la concurrencia: «¿Está usted seguro, joven?».
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Valle-Inclán nunca tuvo piedad de quien confesó que su verdadera pasión eran las matemáticas y no el teatro. Aquel Nobel había sido concedido de la misma manera que en muchas otras ocasiones lo sería, sin motivos justos y también sin culpa del premiado. El propio Echegaray escribió en sus memorias que si no hubiera sido rico y «si no tuviera que ganar el pan de cada día, probablemente me hubiera marchado a una casa de campo y me hubiera dedicado exclusivamente al cultivo de las matemáticas. Ni más dramas, ni más adulterios, ni más suicidios, ni más duelos, ni más pasiones desencadenadas».
Gerundios
Ni siquiera ante la amenaza de la muerte y ante la demostración de bondad de Echegaray, Valle-Inclán tuvo clemencia con él, lo cual dice mucho de lo que fue una obsesión excedida a pesar del talento: Valle necesitaba una transfusión y Echegaray se ofreció como donante, pero aquel le rechazó, dicen que con la frase brillantemente altiva y cruel: «No quiero la sangre de ese. La tiene llena de gerundios».