Goethe y el hueso intermaxilar
Pongamos el ejemplo de Johann Wolfgang von Goethe. Oportunidad que se le presentaba de aprender algo nuevo, oportunidad que aprovechaba
A un escritor de corte humanista se le reconoce por su inagotable sed de conocimiento y una llamativa obsesión por querer abarcar cuanto más mejor. No es fácil que se den las condiciones: ha de escribir una ficción de grandísima calidad para que su labor perdure y su nombre trascienda en la historia de la literatura; al mismo tiempo, para que trascienda como algo más que un fabuloso escritor ha de ser todo un sabio. Y viceversa.
Oportunidad de aprender
Pongamos el ejemplo de Johann Wolfgang von Goethe. Oportunidad que se le presentaba de aprender algo nuevo, oportunidad que aprovechaba: residió en los bosques de Weimar gracias al mecenazgo y la invitación del duque Carlos Augusto de Sajonia-Weimar-Eisenach, y se dedicó a la botánica y la taxonomía de Linneo; se fue a recorrer Italia, y cultivó la pintura de sus paisajes y ciudades; coincidió con Johann Caspar Lavater durante un viaje a Zurich, y se aficionó a la fisionomía, el estudio de la apariencia externa –los rasgos faciales, la posición de los lunares, etc.– como definidora del carácter de la persona, –toda una pseudociencia–.
Es verdad que mucha de su producción científica no acabó integrando el corpus teórico de nuestra ciencia y ha quedado para mencionarla aquí a modo de anécdota: sus teorías acerca de la transformación de las plantas a partir de una «hoja primordial» –Urplanfze–; su defensa del neptunismo, la cristalización de minerales en los océanos como origen de las rocas; o su propuesta de una teoría del color opuesta a la de Newton en la que los colores son resultado de la mezcla de luz y oscuridad. Pero aportaciones rigurosas las hubo, pocas pero suficientes para tener un pequeño sitio que ocupar en la historia de la ciencia.
Compartir un hueso
Fue el primero en aplicar el concepto de «morfología» a la organización de todos los seres vivos en general; sus estudios comparados rompieron barreras entre la botánica y la anatomía animal. Fruto de esta lógica de trabajo, y de la revisión de tratados médicos de la antigüedad que se daban por superados, vino la intuición y su descubrimiento más célebre.
Sus estudios comparando cráneos humanos con los de otros mamíferos en busca del hueso intermaxilar, hueso que, a decir de los naturalistas y anatomistas del momento, no poseía el hombre y nos diferenciaba de los orangutanes, desmintieron esta creencia generalizada.
Si el lector toca con la lengua la parte frontal de su paladar, justo tras sus dos «palas» encontrará ese hueso de cuya existencia en el ser humano compartida con todos los mamíferos sabemos gracias al autor de Las desventuras del joven Werther.