Dos poemas para aquellos que viajan en el Puente de mayo
El deseo de la novedad; de encontrar la belleza en nuevos lugares y descansar o, quizá, huir, nos hace salir fuera de nosotros en busca del misterio
Antes del viaje, de Eugenio MOntale
- Antes del viaje se consultan los horarios, los enlaces, las paradas, los hoteles y las reservas (de habitaciones con baño o ducha, con una cama o dos o incluso un flat); se consultan las guías Hachette o las de museos, se cambian divisas, se separan francos de escudos, rublos de copeks; antes del viaje se informa a algún amigo o pariente, se revisan maletas y pasaportes, se completa el ajuar, se compra un paquete extra de hojas de afeitar; eventualmente se echa un vistazo al testamento, puro exorcismo, pues los desastres aéreos en proporción son mínimos; antes del viaje se está tranquilo, pero se sospecha que el cuerdo no se mueve y que el placer de volver cuesta un disparate. Y después uno se marcha y todo está O.K., y todo es para bien e inútil. . . . . . . . Y ahora, ¿qué será de mi viaje? Demasiado escrupulosamente lo he estudiado sin saber nada. Un imprevisto es la única esperanza. Pero me dicen que decírselo es una estupidez.
Los verdaderos viajeros son los únicos que parten por partir; corazones ligeros, semejantes a los globos
El viaje I, de Charles Baudeleaire
- Para el niño, enamorado de mapas y estampas,
el universo es igual a su vasto apetito.
¡Ah! ¡Cuán grande es el mundo a la claridad de las lámparas!
¡Para las miradas del recuerdo, el mundo qué pequeño!
Una mañana zarpamos, la mente inflamada,
el corazón desbordante de rencor y de amargos deseos,
y nos marchamos, siguiendo el ritmo de la onda
meciendo nuestro infinito sobre el confín de los mares.
Algunos, dichosos al huir de una patria infame;
otros, del horror de sus orígenes, y unos contados,
astrólogos sumergidos en los ojos de una mujer,
la Circe tiránica de los peligrosos perfumes.
Para no convertirse en bestias, se embriagan
de espacio y de luz, y de cielos incendiados;
el hielo que los muerde, los soles que los broncean,
borran lentamente la huella de los besos.
Pero los verdaderos viajeros son los únicos que parten
por partir; corazones ligeros, semejantes a los globos,
de su fatalidad jamás ellos se apartan,
y, sin saber por qué, dicen siempre: ¡vamos!
¡Son aquellos cuyos deseos tienen forma de nubes,
y que como el conscripto, sueñan con el cañón,
en intensas voluptuosidades, mutables, desconocidas,
y de las que el espíritu humano jamás ha conocido el nombre!