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18 de mayo de 2024

El deseo del viaje, el de la escapada, para descansar

El deseo del viaje, el de la escapada, para descansarPEXELS

Dos poemas para aquellos que viajan en el Puente de mayo

El deseo de la novedad; de encontrar la belleza en nuevos lugares y descansar o, quizá, huir, nos hace salir fuera de nosotros en busca del misterio

El deseo de la novedad; de encontrar la belleza en nuevos lugares y descansar o –quizá– huir, nos hace salir fuera de nosotros en busca del misterio, de estancias distintas, de paisajes ignotos.
Hay que preparar el viaje con el acostumbrado abono de billetes que no se deben olvidar y con la planificación de la travesía hacia el destino deseado. Pero, como en cualquier viaje, se unen la nostalgia, la impaciencia por llegar y el imprevisto que no esperábamos.
El poeta Eugenio Montale lo expresa bien cuando afirma que «antes del viaje se consultan los horarios, los enlaces, las paradas, los hoteles las reservas...»; todo aquello que podemos controlar con nuestra voluntad. Pero, como muy bien expresa en su pregunta «y ahora, ¿ qué será de mi viaje? Demasiado escrupulosamente lo he estudiado sin saber nada», la misma realidad del viaje desvela el misterio cotidiano de cada día; ese misterio que no podemos planificar.
Del mismo modo, Baudelaire ensalza el viaje deseado como «para el niño, enamorado de mapas y estampas, el universo es igual a su vasto apetito». El apetito de un infinito que sacie nuestro anhelo de aventura, asombro y belleza.
Al final, como afirma Simone Weil «solo lo que nos viene de fuera, graciosamente, por sorpresa, como un obsequio de la fortuna, sin que lo hayamos buscado, es júbilo puro. Paralelamente, el bien real no puede venir más que de fuera, nunca de nuestro trabajo. En ningún caso podemos fabricar algo que sea mejor que nosotros». Por eso, salimos de casa cada mañana y volamos, navegamos o atravesamos los desiertos del mundo, en busca de algo mejor.

Antes del viaje, de Eugenio MOntale

  • Antes del viaje se consultan los horarios, los enlaces, las paradas, los hoteles y las reservas (de habitaciones con baño o ducha, con una cama o dos o incluso un flat); se consultan las guías Hachette o las de museos, se cambian divisas, se separan francos de escudos, rublos de copeks; antes del viaje se informa a algún amigo o pariente, se revisan maletas y pasaportes, se completa el ajuar, se compra un paquete extra de hojas de afeitar; eventualmente se echa un vistazo al testamento, puro exorcismo, pues los desastres aéreos en proporción son mínimos; antes del viaje se está tranquilo, pero se sospecha que el cuerdo no se mueve y que el placer de volver cuesta un disparate. Y después uno se marcha y todo está O.K., y todo es para bien e inútil. . . . . . . . Y ahora, ¿qué será de mi viaje? Demasiado escrupulosamente lo he estudiado sin saber nada. Un imprevisto es la única esperanza. Pero me dicen que decírselo es una estupidez.

Los verdaderos viajeros son los únicos que parten por partir; corazones ligeros, semejantes a los globosCharles Baudelaire

El viaje I, de Charles Baudeleaire

  • Para el niño, enamorado de mapas y estampas,
    el universo es igual a su vasto apetito.
    ¡Ah! ¡Cuán grande es el mundo a la claridad de las lámparas!
    ¡Para las miradas del recuerdo, el mundo qué pequeño!

    Una mañana zarpamos, la mente inflamada,
    el corazón desbordante de rencor y de amargos deseos,
    y nos marchamos, siguiendo el ritmo de la onda
    meciendo nuestro infinito sobre el confín de los mares.

    Algunos, dichosos al huir de una patria infame;
    otros, del horror de sus orígenes, y unos contados,
    astrólogos sumergidos en los ojos de una mujer,
    la Circe tiránica de los peligrosos perfumes.

    Para no convertirse en bestias, se embriagan
    de espacio y de luz, y de cielos incendiados;
    el hielo que los muerde, los soles que los broncean,
    borran lentamente la huella de los besos.

    Pero los verdaderos viajeros son los únicos que parten
    por partir; corazones ligeros, semejantes a los globos,
    de su fatalidad jamás ellos se apartan,
    y, sin saber por qué, dicen siempre: ¡vamos!

    ¡Son aquellos cuyos deseos tienen forma de nubes,
    y que como el conscripto, sueñan con el cañón,
    en intensas voluptuosidades, mutables, desconocidas,
    y de las que el espíritu humano jamás ha conocido el nombre!
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