Empieza la Feria de San Isidro en honor de Urtasun
Nunca un ministro de Cultura había estado más presente en Las Ventas. Miles de Urtasunes, como mariposas, flotaban en el ambiente de primavera
Nunca un ministro de Cultura había estado más presente en Las Ventas. Miles de Urtasunes, como mariposas, flotaban en el ambiente de primavera entre los puestos de alrededor y bajo las arcadas del coso madrileño. «¿A los toros? ¡Qué suerte!», le dijo un hombre que subía por la calle de Alcalá a otro que la bajaba.
Había una alegría castiza por el comienzo de la Feria taurina más importante del mundo, y además una alegría de chanza española porque el taurino no olvida. Estaba la plaza llena de majas y de majos del XXI, tal cual. Ya no van vestidos como en el XVIII, pero la impresión es la misma.
Mensaje al ministro del tendido 7
Una alegría que era pura indiferencia del público hacia Urtasun y pura enseñanza de su civilización. El tendido 7, tantas veces tantas cosas, esta vez desplegó un cartel que casi era un tifo con leyenda grosera, pero celebrada en un murmullo contenido por el respetable. No precisamente fina era la forma de decir que él quita un premio como quien le quita un caramelo a un niño y de repente el niño responde porque se ha hecho mayor y aquel pequeño, muy pequeño.
Al leer el cartel, una señora dijo: «Uy, como lo lea va a decir: 'Puaj, por favor, qué asco, o sea, que soy del Liceo francés'», ante la risa contagiosa de la concurrencia, que con estas cosas de madrileñismo ya se había quedado a gusto para ignorar al omnipresente evaporado en cuatro naturales populares.
Luego el pecho de Morante erguido en el gesto del trincherazo borró cualquier pendencia. Menuda hondura en ese estirar que fue poco más en el abreviar característico. Era Madrid que había pasado de silbar a Urtasun a silbar a Morante que se perdió en espadazos, pero en su clasicismo imposible para cualquier otro hizo hasta que el alguacilillo ejerciera como tal siglos después para recriminarle desde el burladero que así no se podía matar. Eso mismo le decía la gente con el dedo. Pero la tarde continuó.
Morante y Jean-Claude Michéa
Ortega Smith aplaudía desde su barandilla y Olivier Mageste, exnovillero, apoderado y cronista de la única revista extranjera que cuenta los toros, Sud Ouest, le hablaba a uno, mientras se derrumbaba de forma heroica y espectacular el primero de Diego Urdiales, del filósofo Jean-Claude Michéa, el comunista libertario al que hoy odia la izquierda progresista a la que él llama «religión» y a la que acusa de haberse alejado del mundo obrero: la «gauche divine» de toda la vida que le dice a la gente lo que es cultura como Urtasun, que volvía a sobrevolar los cielos ventistas.
Ya con el sol marchándose y con el efecto de color y forma de ropa tendida de los tendidos en la hora azul, una mariposa real iba y venía por el palco, como si estuviera encerrada. A uno le dio por pensar que era el ministro convertido en lepidóptero por un conjuro taurino que le obligaba a escuchar que la tolerancia es la del taurino y la intolerancia la suya. Cómo revoloteaba.