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16 de septiembre de 2024

El columpio (1767) de Jean-Honoré Fragonard

El columpio (1767) de Jean-Honoré Fragonard

Si la razón del estoicismo nos enseña a ser felices, ¿el placer del hedonismo nos lleva a la infelicidad?

El hedonismo se compone de muchas teorías donde el placer es protagonista, en contra de los principios estoicos

Un discípulo de Sócrates, ídolo absoluto de los estoicos, se «desvió» del camino principal de su maestro para fundar la escuela cirenaica de filosofía. Aristipo de Cirene consideraba el placer como objetivo fundamental a través del cual alcanzar la felicidad. Aristóteles le despreció llamándole «sofista». Aristipo creía que cuánto mayor sea el placer, mayor es la felicidad. Defendía el placer físico como el mayor de los placeres, aunque creía que el hombre debía dominarlos y no ser dominado por ellos.

Marco Aurelio, el emperador estoico, decía que «Los placeres, cuando superan cierto umbral, se convierten en castigos». El centro de la filosofía estoica es la razón y no el placer. Séneca dijo: «Sigue la vida mejor, no la más agradable, de modo que el placer no sea el guía, sino el compañero de la voluntad recta y buena, pues es la razón quien tiene que guiarnos». Pero, ¿y si se es capaz de dominar el placer, no es una forma de estoicismo hedonista? ¿No es un viaje intermedio, ni tan largo, ni tan corto el de Aristipo y su escuela cirenaica?

Después de Aristipo llegó Epicuro, fundador del epicureísmo, cuya particularidad era buscar la felicidad en el no sufrimiento mas que en la satisfacción directa de los placeres. Aquí la razón estoica está presente, aunque aplicada al placer a largo plazo y no inmediato, es decir, no se refiere al cumplimiento de los deseos, según aparezcan, sino a su análisis, mediante el raciocinio, para obtener el placer continuado, la ataraxia, la tranquilidad final y común entre estoicos y epicúreos.

De este modo, el placer alcanzado según Aristipo podría producir infelicidad, mayormente cuando se obtiene mediante el cumplimiento de deseos innecesarios y no naturales, según Epicuro, como la fama o el poder político. Hay una intercomunicación basal entre el estoicismo y el epicureísmo que aleja a este del hedonismo (al epicureísmo se le ha llamado el hedonismo inteligente) y sus formas más «radicales»: los placeres que pueden crear infelicidad a medio y largo plazo, como Los paraísos artificiales a los que cantó Baudelaire.

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