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Retrato de G.K. Chesterton, por Ferran Callicó

Retrato de G.K. Chesterton, por Ferran Callicó

El Debate de las Ideas

La infancia y primera juventud de G. K. Chesterton, vista por Cecil, su hermano pequeño

El idealista alto y esbelto se convirtió en un gigante rotundo, que temblaba con su risa de Gargantúa

A los doce años fue a la St. Paul’s School, donde permaneció cinco años, suscitando el interés de sus profesores más inteligentes gracias a la originalidad de su pensamiento, e irritando a los más necios por su empeño en no tomarse en serio la rutina escolar. Los recuerdos que se tienen de él en estos años conforman la imagen de un muchacho alto, delgado y bastante guapo, increíblemente despistado (la mayoría de las anécdotas de su adolescencia aluden a sus despistes) y apasionado de la lectura. Llenaba los libros de texto de dibujos hasta hacer ilegibles los textos y se mostraba encantadoramente indiferente a los deberes escolares, e igualmente indiferente a los deportes.

[…]

En el colegio obtuvo el premio «Milton» de poesía en inglés. Fue un mérito notable porque hasta ese momento dicho premio se consideraba monopolio del octavo curso y G.K.C. estaba en uno de los cursos inferiores. El tema elegido (lógicamente por los organizadores) para el poema era «San Francisco Javier». No recuerdo, si es que alguna vez lo supe, qué escribió exactamente G.K.C. a propósito de un tema tan anodino. Sí recuerdo que sirvió para que se le considerara como un alumno capaz de proporcionar honores al colegio, a pesar de su actitud un tanto informal respecto a los estudios oficiales.

Sin embargo, el hecho más importante de su etapa escolar, juzgando por la influencia que tendría en su futuro, fue indudablemente la creación del Junior Debating Club (o JDC), del que fue presidente. Esta institución notable se creó, según tengo entendido, con el fin de leer a Shakespeare, pero sus miembros abandonaron este objetivo unánimemente tras la primera reunión, convirtiéndose finalmente en un grupo de debate en general y prosperó hasta el punto de fundar una revista mensual llamada The Debater, en la que se pueden encontrar muchos ensayos y poemas firmados con las conocidas siglas «G.K.C.» Además, de este grupo salieron tres periodistas de la prensa liberal, un excelente escritor de relatos cortos para las revistas, un candidato para el Partido Liberal, un profesor de la University College de Londres y otro profesor de enseñanzas medias en Inglaterra.

Algunas de las contribuciones de esta revista son muy interesantes. Desde el punto de vista del mérito literario, la poesía es notablemente mejor que la prosa. […] El interés especial de estos versos juveniles radica en la luz que arrojan respecto a las opiniones del autor en esa época. Muchas poesías tratan de los problemas morales y religiosos con la suntuosa responsabilidad de la excesiva juventud; en efecto, no aparece por ninguna parte el toque de humor y fantasía del último Chesterton. Se mantiene aún la antigua atmósfera de la religión de su infancia, pero sus antiguas creencias se han debilitado, inclinándose hacia el agnosticismo. No obstante, hay una nota añadida de pugnacidad personal hacía sí mismo. Esta nota se toca con cierta fuerza en un poema titulado Ave Maria, escrito claramente bajo la influencia de Swinburne y, claramente, escrito en un tono de rebeldía hacia las enseñanzas de Swinburne. Comienza así:

¡Ave, María! Bendita entre las mujeres; todas las generaciones
os saludarán,
Tras épocas de disputas y dogma, a vuestros pies me
postro en oración,
Allí donde las plumas encarnadas de Gabriel son un
viento en vuestros lirios al atardecer,
Nosotros, que hemos roto con las iglesias, rezamos; nosotros,
que quizá no creamos, alabamos.

Se admite el origen humano de las religiones, pero el argumento se vuelve en contra del neopaganismo de forma manifiesta:

Sabemos que los hombres rezaban ante tu imagen y
coronaban sus pasiones como poderes;
Sabemos que sus dioses no eran sino sombras, no nos
avergonzamos de esta Reina, que era nuestra,
Sabemos que el sacerdote es como los demás, como los
hombres son, será la diosa
Las prostitutas eran veneradas en Chipre; ¡en ti veneramos
a todas las doncellas y madres!

Salió del colegio a los diecisiete años. Su padre, cuyos gustos eran mucho más literarios y artísticos que comerciales y cuyo juicio era sensato y equilibrado en grado poco común, se abstuvo prudentemente de obligarlo a entrar en el negocio familiar. Durante su infancia, Gilbert Chesterton había sido muy aficionado tanto a garabatear dibujos como a garabatear versos. Muchas personas sensatas creyeron ver en ello un talento prometedor y, por eso, se decidió que estudiara Bellas Artes. El experimento no salió del todo bien. Chesterton tenía un talento natural para el dibujo y lo demostró en las ilustraciones para el Immanuel Burden de Belloc. Sin embargo, sus impulsos más profundos no iban en esa dirección. Quedó patente cuando Chesterton se retrajo ante las arduas tareas técnicas del arte como nunca se había retraído ante las arduas tareas de la escritura.

Pero no fueron años perdidos. Durante esa época, Chesterton escribió incesantemente, aunque no publicó nada. Entró en Bellas Artes crudo e informe; salió casi maduro. Fueron años de silencio, en los que se dedicó a leer y a pensar. Se vio cara a cara con el mundo moderno, producto de esa filosofía liberal en la que se había formado y que nunca le satisfizo. La decepción, agravada por su desprecio a la decadente escuela que dominaba la literatura «avanzada» en aquella época, debió de incitarlo a pensar. Quizá tocó su vena humorística porque hasta ese momento se encuentra poco humor en sus escritos, mientras que en todo lo que escribió posteriormente hay un humor predominante y clamoroso. El cambio que se operó en su temperamento quizá se reflejó en su cambio de aspecto. El idealista alto y esbelto se convirtió en un gigante rotundo, que temblaba con su risa de Gargantúa.

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