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19 de septiembre de 2024

Los bailarines de San Juan en Molenbeeck (1592) de Pieter Brueghel el Joven

Los bailarines de San Juan en Molenbeeck (1592) de Pieter Bruegel el Joven

La horrible 'epidemia de baile' que reflejó el pintor Pieter Bruegel el Joven

En 1518 en Estrasburgo hasta 400 personas se pusieron a bailar de repente sin causa aparente. La mayoría murió por agotamiento e infartos incapaces de parar durante días

En 1518 una mujer de nombre Troffea se puso a bailar por las calles de Estrasburgo. Era una época de privaciones y mal vivir en la ciudad francesa. El curioso impulso de la mujer fue en un principio celebrado por sus conciudadanos, que observaban cariacontecidos, pero alegres, el espectáculo espontáneo de su vecina.

Lo que ocurrió es que Troffea siguió bailando más tiempo de lo esperable y empezó a correr la noticia en la ciudad, asolada por la penuria de la delincuencia y las enfermedades debido a décadas de malas cosechas, ante el inaudito hecho. Después de todo un día sin parar de bailar y sin hacer caso a quienes le pedían que dejara de hacerlo, se desmayó.

Al día siguiente la infortunada mujer comenzó de nuevo a bailar. Ella quería parar, pero no podía. Gritaba con desesperación para que alguien la ayudase. Pero nada ni nadie fue capaz. Finalmente la tomaron por loca y la llevaron al santuario de san Vito, el mártir que sufrió extraordinarias convulsiones similares.

400 personas bailaban sin control

No era ni mucho menos desconocida esta fiebre del baile, «el baile de san Vito», que en Estrasburgo se contagió primero a unos cuantos, y en los siguientes días a unos cuantos más. En menos de una semana, cuentan que 400 personas bailaban sin control por las calles. Una actividad alegre, a menudo acompañada de risas y diversión, que en este caso venía acompañada de terribles llantos y sufrimientos.

Ni la superstición «sanvitoniana», ni la precaria medicina encontraron solución al horror del imparable baile masivo, así que decidieron acabar con ello agotando la energía de los bailarines. Se organizaron unos delirantes festejos: vinieron bailarines, músicos, se montaron escenarios, una auténtica «rave» del XVI, que continuó y continuó.

Muchos de quienes estaban de paso se unieron a la «fiesta», a pesar del horror de las heridas en los pies y del espectáculo dantesco de los rostros demacrados y los cuerpos lesionados. Nadie paró de bailar, pero muchos empezaron a morir. El Gobierno entonces abandonó la idea de acabar con todo por medio del agotamiento. Los festejos se clausuraron, pero los bailarines siguieron a lo suyo.

Intoxicación por un hongo

Ataques epilépticos, infartos, muertes espantosas se sucedieron sin solución. Cuentan que Troffea se curó en el santuario de san Vito y entonces empezaron a enviar con ella a todos los bailarines y que allí dejaron de bailar. Otros cuentan que lo hicieron de repente, sin que nadie fuera capaz de explicar lo que ocurrió. Algunas teorías modernas apuntaron a que se trató de una intoxicación por el hongo cornezuelo, presente en la cebada y el centeno, con principios activos similares a los del LSD.

También se ha señalado que la causa pudo ser el hambre y a unas fiebres derivadas que provocaron los movimientos descontrolados o incluso a las consecuencias psicológicas producidas por el estrés y la angustia provocadas por la miseria extendida en el tiempo que causó un caso extraordinario de horrible histeria colectiva, de la que dejó indeleble muestra, casi a modo de fotografías clínicas, las pinturas de Pieter Bruegel el Joven.

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