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César Wonenburger
Historias de la músicaCésar Wonenburger

El otro talento español que no marca goles

Alberto Miguélez, director del conjunto Los Elementos, triunfa estos días en Francia, mientras la soprano Rosalía Cid volverá a la Scala milanesa como protagonista del «Falstaff» que ideó Giorgio Strehler. Son parte de esa otra cara de la moneda de los jóvenes españoles que cosechan éxitos discretamente en otros países, más allá de las «hazañas» deportivas

Actualizada 04:30

Alberto Miguélez, durante los saludos finales de “Vendado es amor”

Alberto Miguélez, durante los saludos finales de Vendado es amor

En este país, para que los medios te presten algo de atención se precisa ser futbolista, reguetonero o, al menos estos días, lanzador de jabalina. La tan vilipendiada juventud (sobre todo por quienes ya hace tiempo que esta les abandonó), logra una efímera exaltación, esos warholianos segundos de fama, cuando quien se nutre de ella establece récords deportivos, o acierta a imponer los últimos ritmos narcotizantes.

Los indiscutidos héroes de este verano, a los que acaban de sumarse un par de miembros de la selección triunfante en las Olimpíadas, son aún la pareja fantástica que a galope tendido, desde las bandas, lograron perforar las defensas de históricas selecciones rivales, durante la reciente Eurocopa, con victorioso resultado. Mientras, una chica descubierta en una de esas operaciones de búsqueda de talentos por rentabilizar continúa su gira veraniega llenando los grandes recintos donde ella misma procura curarse del desamor aplicándose la improbable receta de sus insulsas canciones. Todos saben ya quiénes son.

¿Y no hay nadie más? Sí, pero de ellos nunca suele hablarse. Así que me como aquí felizmente nadie me regatea el espacio, y conozco a ambos desde temprano, voy a referirme ahora a un par de esos chicos cuyos méritos les harían acreedores de una cierta notoriedad social que, por contra, les escatiman los telediarios. Ambos representan ejemplos de ese sector juvenil poco visible que se esfuerza y triunfa, sobre todo fuera de su patria, pero más allá de las canchas. Los dos, Alberto Miguélez Rouco y Rosalía Cid, son cantantes, nacidos en Galicia, aunque él además ejerce como director y no podría asegurarse en cuál de estas facetas le va mejor o le conviene más, aunque uno tenga sus preferencias.

Del coro infantil al reciente triunfo en el Festival Casals de Prades

Alberto, recién estrenada la treintena, que estos días anda de gira por los festivales europeos de Francia y Austria (ninguno español) y acaba de triunfar en el Festival Casals, el mismo que el legendario violonchelista y director fundó en Prades, es uno de esos raros talentos que parecen predestinados a los más altos logros artísticos casi desde la cuna. Le recuerdo ya serio y concienzudo, como un querubín con su flequillo blondo y el rostro concentrado en el coro infantil donde comenzó a dar sus primeros pasos.

Por aquellos días compartía escenario en «La Bohème» con cantantes principales de tan prestigiosas carreras como las estupendas sopranos Cristina Gallardo-Domâs y María José Moreno o el bajo Colombara, dirigidos por todo un grande, Vasily Petrenko, en la conocida puesta en escena de Emilio Sagi. A pesar de la compañía, no se amilanaba ante ninguno de sus afamados colegas a la hora de colocar la única frase que le concedía Puccini, aquella en la que en medio del jolgorio parisino de la Nochebuena le reclama a sus padres «una trompeta y un caballito» como regalos.

Alberto Miguélez en el centro, con los miembros de Los Elementos

Alberto Miguélez, en el centro, con los miembros de Los Elementos

Dejé de verle un tiempo, y al poco, ya adolescente, se me ofreció como protagonista masculino de «Dido y Eneas» en unas casi colegiales funciones de la maravillosa ópera de Purcell, que tuvo sus orígenes precisamente en una residencia para señoritas. No sé si aquel experimento serviría para atraer a los niños al género lírico (nada para ello como un «Rigoletto» bien hecho, por ejemplo, en lugar de estas aproximaciones parciales y generalmente voluntariosas), pero a Alberto seguro que le vino muy bien para rodarse en sus primeros pasos como contratenor, dominando un espacio que nunca le impresionaba y menos suscitaba sus nervios. Y a mí me serviría para ofrecerle, poco después, unos de los genios de «La Flauta Mágica» de Mozart en aquella producción del genial Joan Font con Els Comediants.

Durante aquellos días, bien encaminado por uno de sus imprescindibles mentores, el responsable de aquel Coro Cantábile donde veló sus más tempranas armas, el tenor Pablo Carballido, y con el inteligente apoyo familiar, aquel chaval coruñés dirigió sus pasos hacia la meca europea donde se forman algunos de los mejores talentos especializados en la interpretación de las músicas antiguas. En la renombrada Musik Akademie de Basilea, sede de la también suiza Schola Cantorum Basiliensis, pulió los recursos cuyo germen ya traía consigo desde casa, con la profesora Rosa Domínguez.

El encuentro con dos grandes, Renè Jacobs y William Christie

Allí mismo tuvo, además, la posibilidad de conocer a uno de sus ídolos, el legendario contratenor y director belga Renè Jacobs, uno de los «padres fundadores» del movimiento historicista, que seguramente le inspiró para que no adoptara un único, previsible sendero: en su caso poseía ya una voz interesante, reforzada mediante el cultivo de la técnica; pero además llevaba impreso en sus carnes el sello de un director nato, la música fluía caudalosa por sus venas con una mezcla ideal de conocimiento y pasión. Su madura personalidad, la determinación y el rigor, unidos a la plasticidad del gesto, ese entusiasmo desbordante que transmiten sus interpretaciones, y que sabe cómo insuflar a sus compañeros, le conducen inevitablemente a liderar agrupaciones.

Rosalía Cid

Rosalía Cid

Otro genio internacional, William Christie, autoritario y puntilloso, pero siempre dispuesto a rodearse con savia adolescente a la que moldear y de la que nutrirse, como un vampiro sabio, reclutó a Alberto para la causa de su «Jardin des voix» (Jardín de las voces), ese proyecto mediante el que inteligentemente reúne, descubre y recluta a cantantes bisoños con los que luego, una vez preparados, sale de gira por el mundo rescatando partituras de algunos de sus genios de cabecera. Junto a Christie, colaboró como contratenor en esa joya moderna, repleta de ironía y sarcasmo de Händel que es su «Parténope», ofreciéndola desde París hasta Toronto con un enorme éxito, justo después de la pandemia.

Poco antes, ya había logrado poner en marcha uno de sus más ambiciosos proyectos personales hasta la fecha, la recuperación de una obra maestra de José de Nebra, «Vendado es amor, no es ciego». Su imbatible voluntad le llevó, primero, a fundar una agrupación, Los Elementos, nutrida de algunos de sus mejores compañeros en Basilea, talentos de toda Europa, con los que interpretar la obra. Luego buscó, además, apoyo para ofrecérsela al público y finalmente consiguió la financiación para registrarla: su grabación, que publicó Glossa, uno de los sellos más prestigiosos para este tipo de repertorios, obtuvo críticas muy elogiosas en medios europeos, no solo por la novedad del compositor bilibitano, considerado «el Lope de Vega de la música», si no por la frescura, la fantasía y el rigor que emanan de su alabada interpretación.

Rosalía Cid durante un concierto en el Maggio Musicale Fiorentino

Rosalía Cid, durante un concierto en el Maggio Musicale Fiorentino

En pleno azote vírico, esta zarzuela barroca se programó en su ciudad, La Coruña, en 2020, con un reparto encabezado por las espléndidas Leonor Bonilla y Carol García. Aquel día, Paco Lorenzo, que como director del Centro Nacional para la Difusión de la Música cumple con su labor de cazalentos, estuvo presente y quedó fascinado por la labor de Alberto. Tanto que lo fichó para que inaugurasen la temporada 22/23 del «Universo Barroco» (el prestigioso ciclo por el que desfilan los principales directores internacionales de este repertorio), en el Auditorio Nacional, con idéntico título. El logro, aquí mismo reseñado, resultó apoteósico. Y el responsable del CNDM ya ha anunciado que en la nueva temporada, que se iniciará a la vuelta de las vacaciones, Alberto Miguélez Rouco será ahora el artista residente de la institución, durante las conmemoraciones de su XV aniversario.

Artista residente para recuperar «La cautela en la amistad»

Este compromiso para el curso 24/25, que parte del reconocimiento al joven intérprete como «uno de los artistas con mayor proyección internacional en su doble faceta de cantante y director», supondrá la recuperación de la ópera de Francisco Corelli «La cautela en la amistad y el robo de las sabinas», estrenada en el teatro de los Caños del Peral, en 1735, además de otros cuatro programas con obras de distintos autores junto a los que recorrerá varias ciudades españolas, actuando en algunos casos como director, al frente de su conjunto Los Elementos, y en otros presentándose solo como contratenor.

¿Significará el señalamiento del CNDM, por que el que han pasado algunos grandes nombres de la dirección barroca, como Christophe Rousset o Leonardo García Alarcón (con los que el propio Alberto ha colaborado en alguna ocasión), la consagración definitiva del artista en su propio país?

Si así fuese, ojalá que en el futuro las instituciones (el Teatro de la Zarzuela, donde dirigió unas aclamadas funciones de otro título de Nebra, «Donde hay violencia, no hay culpa», no ha vuelto a contar con él) pusieran todos los medios para que no le vuelva a ocurrir como recientemente, cuando se vio en la necesidad de poner en marcha una campaña de «crowfunding», a través de las redes y entre amistades y conocidos, para poder afrontar la grabación de otra de las joyas desconocidas del gran Nebra, «Venus y Adonis». El ministerio de Cultura solo parece interesado en «descolonizaciones».

La recuperación, conservación y difusión del riquísimo patrimonio musical español, tantas veces despreciado aquí mismo, merecería otra consideración. Al menos al mismo nivel que esos programas de la televisión pública en los que varios hijos de famosos, sin talento reconocido, hacen el ganso a precio de oro ante el desprecio de la audiencia.

La soprano que repite por segundo año en La Scala

La otra figura que conviene no perder de vista estos días, como ya están haciendo en Italia desde hace algún tiempo, es aún un poco más joven, tiene 27 años aunque ya ha conseguido hacerse escuchar en templos líricos como La Scala y el Maggio Musicale Florentino, dos de los feudos favoritos de la Callas; la Semperoper de Dresde o en el Festival della valle D’Itria. Algunas de las más célebres batutas de hoy, como Zubin Mehta, Riccardo Chailly, Fabio Luisi o Daniele Gatti (que en octubre volverá a dirigirla en el «Réquiem Alemán» de Brahms) ya han colaborado con Rosalía Cid, una soprano que también dio sus primeros pasos en Galicia, antes de hacer las maletas para intentar abrirse un hueco en Florencia y completar su formación.

Recuerdo a Rosalía como un reflejo de Elizabeth Macgovern en Érase una vez en América, la obra maestra de Sergio Leone. Todavía hoy mantiene el parecido, sobre todo a través de esa mirada verde capaz de iluminar cualquier estancia. Fue el día en que apareció recién cumplida la mayoría de edad por las clases magistrales del recordado Alberto Zedda. Más que por la voz, que ya era de interés, sorprendía por su personalidad: nada, ni siquiera la presencia del maestro, que cuando se sulfuraba podía amedrentar al alumno mas corajudo, le imponía (a ratos parecía incluso algo indolente, como tantos jóvenes ahora), manteniéndose fiel a sus ideas sobre su propio desarrollo artístico.

Al taller del legendario Zedda solían acudir estudiantes, y algunos cantantes ya en carrera, por ver si lograban la bendición del último apóstol de Rossini en la tierra. Y como algunos piensan (entre otros, muchos directores) que las óperas de este compositor deben cantarse, sobre todo las cómicas, a base de tibios maullidos, con sonidos débiles, la presencia de esta chica llamó poderosamente la atención.

Rosalía no escondía sus cartas, procurando no limitar las posibilidades de un instrumento que surgía naturalmente caudaloso, y además su repertorio se inclinaba más hacia las creaciones de Verdi y Puccini, según sus intereses. El maestro Zedda que, contrariamente a lo que muchos creían, era sobre todo amante de las personalidades por encima de los instrumentos (que prefería robustos antes que endebles) percibió imediatamente lo mismo que tampoco había pasado inadvertido a otros de los que estábamos por allí: aquella chica tenía algo, un diamante en bruto susceptible de oportuno pulimento.

Forjada en las clases de Diana Somkhieva, primera maestra también de Alejandro Baliñas (otro joven talento de la tierra, un bajo que empieza a desempeñarse en pequeños pero relevantes papeles en la Ópera de París, en el Rossini Ópera Festival de Pésaro y hasta en Salzburgo), la Cid supo pronto que en su casa nada importante podía aguardarle, que el triunfo hay que labrárselo sobre todo fuera (donde se forjan las verdaderas carreras), y se marchó a Florencia. Allí fue admitida en el programa de jóvenes cantantes del Maggio Musicale, donde muy pronto llamó la atención de sus enseñantes. Al poco tiempo, estaba ya actuando en el escenario florentino alternándose con primeras figuras en roles secundarios. Poco a poco fue ganándose el ascenso.

La temporada pasada ya participó en la misma inauguración de la temporada de La Scala junto a las divas Anna Netrebko y Elina Garanca. Cantó la breve pero relevante parte de «la voz del cielo» en el «Don Carlo» retransmitido a todo el mundo, recibiendo por ello muy buenos comentarios. Y en el mismo curso intervino en una de las óperas escogidas para conmemorar el centenario del fallecimiento de Puccini, «La Rondine», que constituyó uno de los principales éxitos de la pasada programación milanesa.

«La Bohéme» y «Las bodas de Fígaro», en la prestigiosa Semperoper

Pero no, de momento no aguarden para verla en los teatros españoles (pese a que en su día ya ofreció un magnífico concierto con el reconocido barítono serbio Zeljko Lucic en su tierra natal). A ella no debiera preocuparle demasiado, porque en esta próxima temporada se va a producir su auténtico ascenso a la Champions: la Scala vuelve a contar con ella, pero ahora para un papel protagónico, la Nanetta de «Falstaff», la última obra maestra de Verdi.

Allí, a partir de enero, la artista compostelana intervendrá en todas las funciones previstas de una de las producciones históricas del coliseo lombardo, desde que se estrenó allá por los 80, concebida por uno de los más relevantes nombres del teatro europeo, el añorado director Giorgio Strehler. Y además, tiene previsto cantar «Las bodas de Fígaro» de Mozart y «La Bohème» en la prestigiosa Semperoper de Dresde, una de las principales plazas líricas internacionales.

No me imagino a Rosalía hablándole a la audiencia sobre el color de sus bragas en el programa que Broncano se apresta a estrenar, en una semanas, como gran apuesta de La Primera de TVE para el nuevo curso. Pero, ¿no sería posible que, al menos de vez cuando, las cadenas públicas abrieran una ventana en sus infectas programaciones para divulgar la interesante labor que desempeñan estos y otros jóvenes, por más que los goles que marcan, tan celebrados en las ligas foráneas, sean de otra naturaleza que la meramente balompédica?

Por cierto, otro día les hablaré de otro fenómeno, el trompetista (también gallego, qué le vamos a hacer…), Esteban Batallán. La Orquesta de Filadelfia acaba de arrebatárselo a la Sinfónica de Chicago en un un fichaje parecido al caso aquel de Figo, cuando el Madrid logró birlárselo finalmente al Barça, para entendernos…

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