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29 de septiembre de 2024

Mario de las Heras
Mario de las Heras

Enrique Ponce abre la Puerta Grande en una despedida soñada de Madrid

Generoso, pero sensible de sensibilidad un segundo apéndice para la gloria final del maestro valenciano. Buenos detalles de Galván y oreja para el confirmante Navalón

Madrid Actualizada 22:05

Enrique Ponce a hombros entre la multitud en el exterior de Las Ventas

Enrique Ponce a hombros entre la multitud en el exterior de Las VentasEFE

Lleno (casi) para despedir a Enrique Ponce en Las Ventas. Emocionante ovación de regreso y de adiós. El confirmante Navalón se fue a portagayola y luego recogió despacio al primero de los tres Garcigrandes. Pero muy despacio. Había empujado bien el toro serio en el caballo sin vuelta del picador, al que derribó. Misterioso primero no se movió en banderillas, casi esquivaba, y luego hasta reculó como si se oliera algo malo.

Un toro sin pitón

Pero luego hizo caso al engaño y Samuel le sacó una tercera tanda sobresaliente in crescendo de la primera y la segunda. Al natural le pasó muy cerca, guiándose siempre con la espada. Por allí no había tutía, así que volvió a la derecha. Tenía condiciones el toro, aunque le costaba demasiado para ligar y encantar al torero en faena notable donde se escuchó un aviso. Tardó en colocarlo porque no se dejaba. A la segunda lo estoqueó mientras sonaba el segundo aviso. Al límite del corral lo descabelló.

Un momento de la confirmación de alternativa de Samuel Navalón con Enrique Ponce y David Galván de testigo

Un momento de la confirmación de alternativa de Samuel Navalón con Enrique Ponce y David Galván de testigoEFE

No pareció querer estar muy cerca Ponce de un toro sin pitón. Literal. Se quedó sin vaina Cantero y le colgaba el tuétano. Un desbarajuste en el palco que no lo mandó al corral con poco respeto a la plaza llena. Hasta Ponce salió desnudo al tercio a protestar. Luego el valenciano apareció con la muleta y no hubo nada porque no podía haberlo. Levantó la mano de desdén y se fue a matar entre aplausos por el desplante a la presidencia.

Buen hacer de Galván

Lo de Galván a continuación fue bonito. Muy despacio en dos capotazos mínimos, pero auténticos. Brincaba Ecuatoriano. Un par de banderillas en el morrillo de lo que esperaba. Había ganas de David y este brindó en los medios llevándose la montera al callejón. Quiero, quieto, hasta con susto, empezó la faena con estatuarios. Ligó con la izquierda y le sacó una tanda primorosa, muy vertical y al mismo tiempo horizontal, con redondeces preciosas.

Pero se le acabó el toro, que tenía clase, mientras trataba de seguir toreando. Le intentó alargar con la genuflexión, abriendo el pecho en la salida y lo logró un poco con mucho valor y sapiencia para terminar en lo alto o en lo medio por lo que había bajado la emoción antes de hundir la espada a la primera, lo que no fue suficiente, necesitando el descabello.

Un momento de la actuación en el cuarto toro de Enrique Ponce

Un momento de la actuación en el cuarto toro de Enrique PonceEFE

Daba órdenes Ponce para cuidar a Requiebro y también para que se llevaran al toro y pudiera salir a saludar Fernando Sánchez por un par de banderillas de locura. Se puso a torear Ponce molesto por el viento. Se le metía el animal y se fue corriendo a mojar la tela para darle tres muletazos, tres, que parecieron, y cómo. Llamándole. Toreando en la cercanía, con el codo doblado. Fue la única forma y fue bonita. Estaba metido en faena (la tenía en la cabeza y en el corazón) y se enfadó Enrique cuándo le llamó desde lejos con la punta por los pitos. Y tenía razón.

Con dos redondos genuflexos, esas poncinas, paró el tiempo. Había sido una faena de pintor, un lienzo pinturero. Muletazos de gran belleza y solera. Y mató como un dios. Era la oreja y era Ponce que saludaba y se iba. Pero al final fueron las dos para despedirse entre abrazos de sus subalternos. Lloraba el dios entre los areneros. Era la última vez en Madrid y fue el sueño.

Enrique Ponce se abraza a uno de sus subalternos tras cortar las dos orejas del cuarto toro

Enrique Ponce se abraza a uno de sus subalternos tras cortar las dos orejas del cuarto toroEFE

No tuvo carácter el quinto, pero sí Galván, y estética en los muletazos sueltos. Lo único posible. El sexto se le colaba al buen torero Navalón, que fue cogido. Se levantó y le hizo faena acercándose. Caló la emoción en los tendidos que ya venía de antes. Estocada y oreja. Y por la Puerta Grande de Las Ventas salió otra vez, la quinta y la última, el maestro Ponce tocando el cielo todavía un poco azul de su otoño y del otoño de Madrid.

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