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George Clooney, Taylor Swift y Ricky Martin

George Clooney, Taylor Swift y Ricky MartinGTRES

Los artistas de 'la ceja' estadounidense confirman su pérdida de influencia tras la victoria de Trump

El cambio significativo está en la enorme ventaja lograda por el ganador, que la opinión de estos nombres no ha podido salvar

La democracia que les gusta a unos no tiene por qué ser la única, ni la verdadera. A los artistas españoles conocidos como de 'la ceja', aquellos que apoyaron a Zapatero con el conocido gesto, solo les gustaba lo suyo, su candidato, de la misma forma que ocurre con los muchos artistas estadounidenses que dieron su apoyo expreso y público (una campaña como aquella en toda regla) a Kamala Harris.

La enorme ventaja de Trump

En aquella ocasión los de 'la ceja' ganaron. Pero esta vez los de 'la ceja', haciendo un símil 'progresista' entre ambos partidos, a pesar de las muchas diferencias y del paso del tiempo, han perdido. Y es raro, o no tanto porque las pasadas elecciones ganaron los demócratas liderados por Joe Biden, con Harris en la vicepresidencia, aunque lo raro, en realidad, o el cambio significativo, mejor dicho, está en la enorme ventaja lograda por el ganador, que la influencia siempre notable de los artistas no ha podido salvar.

Algunos como el escritor Stephen King, ferviente opositor a Donald Trump que prometió marcharse de Estados Unidos si ganaba su odiado político (veremos a ver qué hace ahora, si verdaderamente se exilia o hace un «Rufián»: las redes del país se han llenado de memes sobre esta afirmación del escritor, secundada por otros muchos), no parece habérselo tomado muy bien al afirmar que la democracia se ha vendido: «Hay un cartel que se puede ver en muchas tiendas que venden artículos hermosos pero frágiles: HERMOSO CUANDO LO MIRAS, DELICIOSO CUANDO LO SOSTIENES, PERO UNA VEZ QUE LO ROMPEMOS, SE VENDE. Lo mismo se puede decir de la democracia».

Otra que tal baila (o mayormente canta) es Barbra Streisand, gran artista ganadora de Oscar, Grammy o Emmy, multimillonaria como todos los demás, perteneciente a un mundo que no es el real de los ciudadanos, y que quemaba las naves por la victoria de Harris el mismo 5 de noviembre, día de votación, con el siguiente mensaje extremista y desesperado, en línea con la consigna global de la «ultraderecha»: «Tienes que elegir: Elegir el bien sobre el mal.../ La bondad sobre la crueldad.../ La honestidad por encima de las mentiras.../ El amor sobre el odio.../ Kamala Harris sobre Donald Trump. / La libertad sobre el fascismo».

Aquellos dóberman que Felipe González puso en su vídeo electoral para representar al PP de José María Aznar parecen corderitos comparados con el mensaje de la encantadora Streisand. La también ganadora de Oscar, Emmy y Grammy, la famosísima Cher, también puso su figura al servicio de la candidata demócrata: «Voy a votar por @KamalaHarris y @Tim_Walz, espero que tú también lo hagas».

El cantante portorriqueño Ricky Martin hizo campaña a favor de Harris. Junto a unas fotos en las que aparece sonriente junto a la todavía vicepresidenta y acompañado de sus hijos, escribió: «Clase de historia para mis hijos. Fue un placer actuar en su mitin en Filadelfia. No olviden votar, familia». Miley Cyrus se las prometía felices entre risas con Kamala:

Y así prácticamente todo el mundo artístico: Lady Gaga, Robert de Niro, Tom Hanks, Bruce Springsteen, Taylor Swift, Whoopi Goldberg, Katy Perry, Jennifer López, Beyoncé, George Clooney, Oprah Winfrey, Madonna, Samuel L. Jackson, Eminem, Sean Penn, Sharon Stone, Bryan Cranston, Jane Fonda, Ellen DeGeneres...Y la lista es larga. Mucho más larga que los que no opinan y mucho más larga aún que los que apoyan a Trump, pero su longitud, tan importante hasta ahora, como se ha visto en el resultado de elecciones anteriores, esta vez ha significado poco.

El cine sonoro y el cine mudo

Las redes sociales hacen el efecto del cine sonoro sobre el cine mudo. Las viejas estrellas no lo son en la modernidad de la que creían ser los dueños. De repente, todos aquellos actores admirados perdieron el interés que despertaban respecto a la influencia en su arte, que había cambiado, y por lo tanto en el mundo, tan parecido a lo que acaba de suceder en las elecciones estadounidenses. Es el descrédito que reciben de los ciudadanos en el sentido de que ya no se dejan guiar por lo que opinan sus cantantes o actores favoritos, que bien pueden (y deberían) seguir siéndolo (sin «cancelar» a nadie por sus ideas), en una democracia real, con independencia de que les digan a qué candidato tienen que votar y puedan no hacerles, ahora sí, ningún caso.

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