Marisa Paredes fue Blanche Dubois en el cine y en la vida real a propósito de Ayuso
Almodóvar colocó en la ficción de la ficción a su entonces actriz fetiche en la figura del inmortal e infortunado personaje del dramaturgo del Misisipí
En un fotograma de Todo sobre mi madre aparece la protagonista, Cecilia Roth, delante de un cartel de la obra de teatro de Tennessee Williams Un tranvía llamado deseo. El rostro de Marisa Paredes como Blanche Dubois ocupa toda la pared. Podría decirse que esa imagen es definitoria y premonitoria.
Definitoria de la carrera de Pedro Almodóvar porque señala, se diría que instintivamente, el espejo en el que se mira (o se miraba) el director manchego, y premonitoria porque colocaba en la ficción de la ficción a su entonces actriz fetiche en la figura del inmortal e infortunado personaje del dramaturgo del Misisipí.
Quizá sea injusto y puede que equivocado identificar el perfil de una estupenda actriz que hizo casi 80 películas, además de teatro, con esa imagen no especialmente simplista de un rol con tantas caras y aristas; pero, quizá, también, es posible que exista la posibilidad de haber acertado en esto, aunque solo sea un poco.
Divismo natural
En su mejor momento (incluso en sus peores), el divismo caracterizaba el ser de Marisa Paredes. Y era un divismo natural que se fue ajando, o esa es la sensación desde demasiado lejos, al estilo de Norma Desmond, pero sin mansión vacía. Más bien de piso de Madrid ante cuyos espejos pasaba su dueña, viéndose siempre, inmarchitable, como en La flor de mi secreto.
Pero ella se ha muerto de repente y aparecen todos estos pensamientos. Todos los recuerdos, más o menos nítidos en la pantalla y borrosos fuera de ella o hasta extrañamente clarificadores de la realidad fuera del divismo natural, del personaje o de los personajes, como cuando en la capilla ardiente de Concha Velasco, al enterarse de que había llegado Isabel Díaz Ayuso, dijo: «¡Pero que hace aquí!, ¡fuera!».
Uno no la vio nunca más Blanche Dubois que entonces, pero sin confiar en la bondad, o en lo que sea, de los desconocidos. El divismo congénito no ocultaba aquí la ideología o el sectarismo. Es lo peor de mostrarse lejos de las tablas y de las cámaras, donde al actor se le caen todos los papeles, casi como arruinándolos.
Pero Marisa Paredes, actriz sobresaliente, tenía ese comodín innato para mostrarse lejos de su hábitat. Lo vio Almodóvar y lo filmó en aquel fotograma, como si toda ella fuera dramaturgia, incluso en la vida común, como si Blanche Dubois fuera el personaje de emergencia, el real, para no dejar nunca de parecer artista.