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Joaquín Antonio Peñalosa

Joaquín Antonio Peñalosa

El barbero del rey de Suecia

El hombre es teótropo

Don Joaquín Antonio Peñalosa, sacerdote, nacido en San Luis Potosí, México, en 1921, fue un poeta de altos vuelos y pies ligeros, que supo conjugar lo divino y lo cotidiano con una gracia franciscana que termina ganándonos hasta a los más tomistas. Cultivó una poesía que, sin perder el norte celestial, tenía los pies bien plantados en la tierra. En España la ha divulgado con entusiasmo Miguel d’Ors y la ha estudiado con rigor Fernando Arredondo. Peñalosa derramó una mirada concentrada sobre las cosas pequeñas de la naturaleza, como si cada pájaro y cada flor fueran una postal enviada por el Creador. Su obra abarca más de 140 títulos: incluye once libros de poesía, estudios sobre autores del Siglo de Oro, ensayos sobre México y los mexicanos, y hasta curiosos folletos sobre temas tan dispares como los chistes religiosos, la oratoria o el matrimonio.

Esa veta del humor ha sido destacada por el poeta y crítico Carmelo Guillén Acosta, que señala títulos y razón de ser: «Basta asomarse a libritos suyos como Humor con agua bendita –con más de 30.000 ejemplares vendidos en su país–, o a su Manual de la imperfecta homilía, para darse cuenta de que, como él mismo dijo: «No hay amor sin humor, ni humor sin amor»». Peñalosa explicaba bien sus propósitos: «A la lista de obras de misericordia quisiéramos añadir la que más necesita un mundo angustiado y cabizbajo: hacer reír al triste, tan urgente como dar de comer al hambriento».

Ha sido un acierto, pues, de Ediciones Cristiandad publicar su Diario del Padre Eterno, donde se concentran todas las características de Peñalosa: su fe, su humor, su poesía, su sencillez… El libro deja la palabra al Padre, que nos cuenta el Génesis y la redención (saltándose, muy significativamente, la caída de Adán y Eva). Él se recrea en su creación recreativamente. Dijo C. S. Lewis, para explicar su delicioso Cartas del diablo a su sobrino, que era más fácil reírse y relatar el mal que el bien. Peñalosa demuestra que literaturizar el bien también es posible.

Una curiosidad: cita a otros autores sin recato ni comillas. Tiene su lógica. El Padre es el Creador y, como tal, conserva los derechos de Autor, compartidos con los poetas y los pintores, salvo con los surrealistas que siguen el manifiesto «Non Serviam!» de Vicente Huidobro. Los demás han de ver con naturalidad que el Padre tire de sus versos e imágenes, que nacieron de la contemplación del mundo que Él les regaló como materia prima. Peñalosa recoge haikus de los primeros haijines en español, los mexicanos, con José Juan Tablada a la cabeza, y hace algún guiño al libro El Pobre de Asís de Nikos Kazantzakis. Esos, entre los que yo he visto, que habrá otros guiños intertextuales.

Pero ya es hora de dejar la palabra al Padre Eterno, en transcripción de don Joaquín Antonio Peñalosa, que tenía el oído finísimo para los susurros de Dios:

Me quedo con el nombre que usó Jesús para dirigirse a Mí: Padre. Mi apellido es sencillísimo: Nuestro.
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Hágase la luz, mi criatura primogénita de la tierra.
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El fósforo es la estrella de bolsillo.
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Los pajaritos que entrecomillan el cielo.
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Balzac: «Yo entendí un poco lo que es Dios desde que tuve un hijo».
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Las flores … disfrazadas de pájaros, locas de alegría, …, aguas de colonia, … fuego frío, …frascos de perfume, … gemelas de las mariposas…
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[A Adán:] Por eso la primera bendición que te doy es el trabajo.
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Y tú, cinta milimétrica para medir el campo, serás caracol.
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Verás si soy feminista, Adán, que a mí se me ocurrió la mujer.
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Adán se acercó a Eva y la tomó de la mano sonriendo. Nacía en ese momento el amor, el beso, el hijo, el arrullo y el sesenta por ciento de la poesía que se ha escrito en el mundo.
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[Eva, ante la muerte de Abel, la primera Pietá.] Padre, perdí un paraíso, hoy he perdido dos. Dime por quién debo llorar más, si por el hijo asesinado o por el hijo asesino.
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Gracias a Dios, los ángeles no somos impacientes.
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[San Gabriel cuenta la Anunciación:] —Me puse tan contento con su aceptación, que luego vine a darte la noticia, Padre. No me acuerdo si del gozo me despedí de María. Voy a ver que dice el Evangelio de Lucas que narra la escena: «Después de estas palabras, el ángel se retiró» (1, 28). Válgame Dios, qué vergüenza no haberme despedido de la Reina de los Ángeles.
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Voy subrayando con lápiz rojo las veces que Cristo dijo «Padre» en el Evangelio; fue la palabra que más repitió.
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El pan es oro molido.
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«Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar», que es el Amor.
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«Su Padre del cielo manda su lluvia sobre los justos y los injustos» (Mt 5, 45) ¿Sabes, Padre, qué me impresiona más en esta frase de Jesús en el Evangelio? El adjetivo posesivo «su». ¡Eres el dueño de la lluvia!
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Se deja de ser niño cuando ya no se pide.
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Los querubines estaban admiradísimos de contemplar venas, ojos, labios… [cuando Jesús asciende al Cielo en cuerpo glorioso]
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Si el Padre Eterno tuviera lágrimas, acaso habría llorado de ternura al oír esa confesión de una niña de siete años: –Me acuso que me robé una flor para traérsela a la Virgen…»
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Paseábase el Padre Eterno por el cielo cuando, al pasar cerca de Gabriel, luminoso como un río puesto de pie, le dije para elogiarlo:
—Eres un ángel.
—Y Usted un cielo, contestó Gabriel.
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[A sus hijos ateos:] Ahora que negarme, y con tanta insistencia, es una forma de acordarse de mí. Por favor, no hagan de su ateísmo un dogma de fe.
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Miren el heliotropo, esa flor que, a lo largo del día, va girando su corola por donde camina el sol. El hombre es teótropo que busca el Sol aun sin saberlo y aun negándome busca.
*
Nos veremos un instante después de la muerte. […] Y empezará el alborozo sin fin.
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