
Feto
El Debate de las Ideas
La cada vez más cara experiencia de ser humano
Como en su momento los gnósticos, los maniqueos, los cátaros, los albigenses o los jansenistas, hoy vemos la mente y el cuerpo como realidades separadas y antagónicas, en las que predomina la primera sobre la segunda. Paradójicamente, en uno de los momentos de la historia en que más conscientes somos de los límites y de la fragilidad de nuestra salud mental, el dualismo se ha convertido en un pilar de nuestro imaginario colectivo. Esta división explica que en el discurso público el yo es nuestra psique - lo que somos- frente a un cuerpo que simplemente tenemos- que no somos. La corporalidad, como una pertenencia más, no delimita, de primeras, nuestra identidad.
Los consensos morales de las élites occidentales actuales se construyeron sobre una creciente suspicacia hacia unas ideas fuertes del bien, la belleza y la verdad, transformado el concepto de libertad en emancipación. No me atrevo a afirmar que el dualismo moderno es una consecuencia de la concepción de la libertad como emancipación. Sin embargo, sí puedo decir que estos dos conceptos, dualismo y libertad como emancipación, han funcionado como aliados perfectos.
Por un lado, la deconstrucción y el desencantamiento de todas las realidades trascendentes han cimentado que nos concibamos como individuos y no personas, libres de cualquier moral superior y sujetos al único imperativo de afirmarnos constantemente en un mundo sin verdad que debemos interpretar nosotros mismos. Este ejercicio de autoafirmación no consiste simplemente en rebelarse frente a una moral superior al individuo, o frente estructuras sociales precedentes, sino frente a toda dependencia no consensuada que ponga barreras a nuestro ser. La naturaleza dada, como el cuerpo, no es una excepción.
Mientras una concepción clásica de libertad sostiene que estas estructuras morales, sociales y naturales preexistentes a priori no limitan, sino que dan sentido a nuestra libertad, la posmodernidad que vivimos hoy percibe estas realidades como cadenas que nos impiden ampliar nuestra libertad amoral. Como diría Vattimo, en 'Después de la cristiandad', es necesario debilitar la idea de verdad y, en última instancia, de realidad.Con los dioses expulsados y debilitada la carcasa de verdad y realidad que un día definieron Occidente, ¿qué llenó este vacío? El amoral mercado. Vamos hacia un mundo en el que idealmente el mercado definirá todas nuestras relaciones a través de transacciones consensuadas y, teóricamente, informadas. Solo las dependencias acordadas entre individuos pueden tolerarse. En un espacio amoral, el valor lo marcan simplemente la oferta y la demanda, toda otra variable -como el amor paternofilial o el apego a la patria- es susceptible de ser alienante.
En un mundo dualista, en el que la emancipación se erige como único pilar moral, el mercado encuentra un campo fértil. Del mismo modo que el mercado y sus actores son indiferentes ante la familia sin hogar, estos tampoco deben indagar si las decisiones relativas al cuerpo son buenas o malas.
El mercado, falto de corazón, se centra únicamente en maximizar las opciones. En relación con nuestro cuerpo, el mercado nos permite escoger que dependencias se acoplan o no a nuestra voluntad. Ahí reside nuestra libertad, y poco a poco, nos hemos ido liberando a cambio de un módico precio. Primero, liberamos nuestros impulsos sexuales de sus consecuencias. Luego, nos liberamos de nuestros genes: pudimos decidir si ser o no calvos, y más tarde, escoger nuestro sexo. Tras esto, pudimos liberarnos de nuestra edad: decidir si queríamos tener arrugas o no, y más tarde, que la edad no condicionara nuestra fertilidad. Finalmente, hemos conseguido liberarnos de la dictadura de la muerte, pudiendo decidir cuándo paramos el reloj.
Definimos hoy nuestra humanidad, del mismo modo que nuestra despensa, en un supermercado amoral en el cual pasamos por caja realidades que anteriormente simplemente abrazábamos como parte de nuestra historia. Que el único límite de lo que podamos hacer con nuestro ser sea un precio puede ayudarnos a explicar la creciente alianza entre la posmodernidad y el gran capital.
Puede ser que haya entidades que promuevan el odio hacia nuestros cuerpos a sabiendas que de ello depende su cuenta de resultados. Poco importa. Hoy, lo relevante es que finalmente solo el individuo es real, pudiendo liberarse ya de casi todas las dependencias que van más allá de la psique.
Solo un pero. El asalto a los cielos que nos prometía ser más libres debía permitirnos ser consecuentemente más felices. No obstante, hoy la experiencia de ser humano no solo es más dura o, al menos, insatisfactoria, sino que también es más cara.