La pregunta de Vargas Llosa que retrató a toda Hispanoamérica
Es el interrogante multiuso que la literatura le cedió a la historia y, de paso, a la política para tratar de entender el porqué somos como somos y estamos como estamos

Mario Vargas Llosa, en una imagen de archivo
Solo una frase de su vastísima obra alcanza para convertirse en la pregunta fundamental para buena parte de Hispanoamérica. Allí, en las primeras líneas de Conversación en La Catedral, inquiere: «¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?». Solo bastaría reemplazar a Perú por Colombia o Argentina, Bolivia o México, Brasil o Venezuela. Es el interrogante multiuso que la literatura le cedió a la historia y, de paso, a la política (esas dos grandes pasiones de su autor) para tratar de entender el porqué somos como somos y estamos como estamos.
Mario Vargas Llosa, fue capaz de plasmar ese interrogante y pasó buena parte de su vida empujando a que hallemos la respuesta. Cada uno la suya, muchas veces semejantes entre sí en el fondo, pero con otros nombres propios.
«Varguitas», como lo apodó su familia y se referían a él muchos de sus lectores que lo siguieron hasta la idolatría, nos deja una obra inconmensurable, pero también reflexiones, debates, peleas monumentales y todas en el terreno de las ideas. Esa pista laberíntica que transitó, prácticamente, sin dejar recoveco alguno. Fue desde su marxismo juvenil a un liberalismo sin cortapisas, pasando por la Democracia Cristiana y flirteando, por momentos, con la socialdemocracia. Atributos le sobraban. Más para el análisis coyuntural y para pelear con esbirros y dictadores de toda laya que para pelear candidaturas. Las pruebas abundan.
Supo llegar a límites impensados para un escritor de su generación. Cuando la región y el mundo necesitaban entender y definir el sistema político del México posrevolucionario, bajo la égida del PRI (entonces el partido de Estado), lo sintetizó como nadie. Como si anduviese buscando título para una novela sobre el país azteca como alguna vez lo hizo con La guerra del fin del mundo (1981), reinterpretando a Euclides de Cunha y su no menos magistral Os Sertoes, sobre la guerra de los Canudos en el nordeste brasileño. La dictadura perfecta.Supo llegar a límites impensados para un escritor de su generación
Puso en juego su prestigio como literato en pos de sus ideas. Batalló con cuanta dictadura se fue amasando en el continente y hasta arriesgó su buen nombre y honor en una candidatura a presidente en aquel país, desarticulado por la inflación y sangriento por el conflicto interno, que era el Perú del primer gobierno de Alan García (1985-1990). No le alcanzó. Un desconocido Alberto Fujimori, con la anuencia y colaboración de «Caballo Loco» (como apodaban a Alan), frenó sus intenciones.
A partir de allí, comenzó otra etapa en la vida de Vargas Llosa. No eran pocos los que abrieron interrogantes en cuanto a su carrera literaria. El hombre respondió de inmediato con Lituma en los Andes (1993), El pez en el agua (1993), Los cuadernos de don Rigoberto (1997) y una de sus obras más trascendentales en la segunda etapa de su vida, La fiesta del Chivo, donde se dedicó de lleno al desenlace histórico de la Dominicana tras el asesinato del dictador Rafael Leonidas Trujillo (1891-1961). Una prueba fidedigna de lo bien que le sientan los dictadores, tanto en la literatura como en el debate político, como Fidel Castro o Hugo Chávez o su enemigo íntimo, Fujimori, al que supo combatir en todos los frentes posibles.
Las «batallas» por las ideas y los boicots en Argentina
Fue aquella posición ideológica, aquella fe inquebrantable en la democracia liberal y en el libre mercado, la que lo llevaba por el mundo, cuando la literatura le daba un respiro. Fue la necesidad de consolidar el liberalismo en Argentina lo que lo había traído a la ciudad argentina de Rosario, en marzo de 2008. Cristina Kirchner ya había sucedido a su esposo en el gobierno, y la pareja ya se había olvidado de su lealtad a Isabel Perón en su juventud, su menemismo exacerbado en los muy neoliberales años 90, para interpretar como al chavismo continental bajo el nombre de «Socialismo del siglo XXI», según «Varguitas» y sus compañeros de militancia global.
Una vez en Rosario sufrió un intento de ataque por las huestes del kirchnerismo que trataban de impedirle el paso a la comitiva que integraba el futuro premio nobel, a la altura de Parque España de esa ciudad.
Gases lacrimógenos, balas de goma y algunos policías contusos fue el resultado de aquella batahola que terminó con Vargas Llosa y el resto de los conferencistas ilesos y a salvo.
Aquella «batalla» por defender ideas fue la primera, pero no la última. En 2011, la Fundación el Libro que organiza la feria homónima en Buenos Aires lo invitó a disertar en su carácter de flamante premio nobel. Desde el gobierno llegaron las primeras objeciones a su presencia en el evento. La voz cantante fue la del sociólogo Horacio González, por entonces director de la Biblioteca Nacional y líder de un grupo de presión compuesto por intelectuales oficialistas, denominado «Carta Abierta».
González le enrostraba su «oposición sistemática a las causas populares», pero el autor de Pantaleón y las visitadoras, lejos de amilanarse, se ocupó de responderle desde su columna de El País.
Se refirió a «los intelectuales kirchneristas» que pretenden impedir que «inaugure la Feria del Libro» porque quieren hacer de Argentina «una nueva Cuba»: «¿Una nueva Cuba donde, en efecto, los liberales y demócratas no podríamos jamás dar una conferencia ni participar en un debate y donde solo tienen uso de la palabra los escribidores al servicio del régimen?».
La Feria del Libro en Buenos Aires
«…la convulsionada Venezuela de Hugo Chávez es su modelo», aunque «la inmensa mayoría de los intelectuales, tanto de izquierda como de derecha, no es partidaria de los vetos y censuras». No deja de ser lamentable que «quien encabezara esta tentativa de pedir (...) que silenciaran a un escritor por el mero hecho de no coincidir con sus convicciones políticas» fuera Horacio González, «alguien que ocupa ahora el sitio que dignificó Jorge Luis Borges»: la Biblioteca Nacional.
La discusión fue subiendo de tono día a día. La guardia policial fue reforzada alrededor de la feria y la prensa esperaba algo parecido a una batalla campal. Pero tan solo unas horas antes obró el milagro. «La Doña», la por entonces, «María Felix» de la política argentina, ordenó, según uno de sus allegados «un repliegue estratégico». Le pidió a González que se retractara y envió una emisaria con cierta fama en el mundo para conversar con el Nobel. La que obró como emisaria no fue otra que la extinta presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, para avisar que habría paz y la cosa no pasó a mayores.
Están los que valoran más al Vargas Llosa polemista que al escritor. Algo así como un fenómeno de los tiempos. No obstante, en el escritor monumental que nos lega una obra en permanente movimiento, el que motoriza a ese otro yo, del hombre-político. Quedó más que claro en aquel Foro Atlántico Democracia y Libertad, celebrado en Madrid en junio de 2023, la última vez que me tocó asistir a una disertación del Nobel.
Ya el físico le pasaba algunas cuentas adicionales, pero allí había dado el presente para cuestionar los embates autoritarios del salvadoreño Nayib Bukele. Se mostraba decidido a seguir batallando en ambos frentes: en la política en defensa de la libertad y en la literatura, con su última novela Le dedico mi silencio (2023) y ahora sí, si bien la respuesta que espera Zavalita y que tanto le preocupaba a su autor aún no llega, sabemos fehacientemente que sin sus obras y su pasión por el debate, a nosotros, lectores apasionados y respetuosos de las ideas, ya podemos señalar el momento exacto en que nos hemos jodido: el día que se nos fue 'Varguitas'.