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'Clotilde con traje de noche', 1910, de Joaquín Sorolla

'Clotilde con traje de noche', 1910, de Joaquín SorollaMuseo Sorolla

Sorolla, ese gran mujeriego

En el año del centenario de la muerte de Sorolla, recordamos el papel que jugó en su vida y trayectoria su mujer, Clotilde, una figura clave para entender la trascendencia de su obra

«Ya te he contado mi vida de hoy, es monótona, pero qué hacerle, siempre te digo lo mismo, pintar y amarte, eso es todo, ¿te parece poco?», le decía Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863-Cercedilla, 1923) a su amada Clotilde, el amor de su vida. Su compañía es fundamental para entender al genio valenciano en el centenario de su muerte.

El pintor valenciano fue siempre un gran mujeriego. Sin embargo, según lo define la RAE, el mujeriego es «quien busca habitualmente el contacto con mujeres». El gusto de Sorolla por la compañía femenina no tenía que ver con la sensualidad, sino con una admiración y una comprensión que trascendía las que encontraba en sus colegas masculinos.

Nacido en 1863, en una España dividida culturalmente, Sorolla era provinciano y provenía de un ambiente humilde, aunque gracias a su formación y a su capacidad para la pintura logró destacar. En la Academia de Bellas Artes de San Carlos despegó su formación, y gracias a diferentes becas la completó en Roma y Asís, lo que le permitiría acceder a premios y galardones.

En su momento, tal y como reflejó Max Aub en La calle Valverde (1959), sus colegas valencianos le llamaban con sorna «el pesetero», un término degradante y deshonroso para un joven pintor que debía ganarse la vida aceptando encargos y dedicándose a realizar retratos convencionales. Lo cierto es que tras quedarse huérfano siendo muy pequeño, siempre quiso hacer fortuna con el objetivo de proporcionarle a su familia la seguridad de la que él careció.

Clotilde, María y Helena

Era humilde, tranquilo, casi ascético. No se le conocen vicios, ni gusto por las fiestas o los escarceos; tampoco se permitía lujos personales. Vivía por y para las tres mujeres de su vida: su querida Clotilde y sus dos hijas, Helena y María. Tuvo también un hijo varón entre las dos, también llamado Joaquín, pero de los retratos que le hizo puede inferirse que la naturaleza de su amor era distinta de la que sentía a sus hijas.

'Joaquín', retrato del hijo varón de Joaquín Sorolla, 1912

'Joaquín', retrato del hijo varón de Joaquín Sorolla, 1912

Los tres hijos se iniciaron en la pintura queriendo seguir los pasos de su padre. Sin embargo, Joaquín pronto se desanimó y se decantó por la fotografía. Según Sorolla le confiesa a su mujer en varias cartas, es María quien más esperanzas le despierta al pintor: «Dile a María que trabaje al aire libre, pues los pintores modernos no deben hacer ni puntura ni dibujos negros, sino en colores», le escribe a Clotilde, definiendo los postulados del impresionismo (con el que, sin embargo, Sorolla nunca se identificó, aunque se asemejara a Renoir o Degas).

Sus «otras» mujeres

El Retrato de Mrs. William H. Gratwick (1909) o el magistral Desnudo en el diván amarillo, misteriosa obra de 1912, también conocida como La prostituta borracha, muestran su querencia hacia las figuras femeninas, algo que se sublima cuando pinta por gusto a su propia esposa o a sus hijas. En La maja desnuda (1906), Vicente Blasco Ibáñez relata que el hecho de que Clotilde le sorprendiera estudiando a una modelo desnuda estuvo a punto de dar al traste con su relación, que se salvó gracias a la promesa del pintor de ensayar tan sólo con ella. Clotilde aceptó, y a partir de entonces se convirtió en su única musa.

'Desnudo en el diván amarillo', de Joaquín Sorolla (1912)

'Desnudo en el diván amarillo', de Joaquín Sorolla (1912)

Inspirado por maestros como Velázquez, los pintores del impresionismo (de quienes nace su obsesión por la luz y el color) o John Singer Sargent, en la Exposición Universal de París de 1900 conoció a Zorn y Kroyer, cuyas escenas de playa pueden llegar a ser confundidas fácilmente con las del valenciano. De nuevo mirando a «sus mujeres», en 1895 pinta uno de sus mejores cuadros, Madre, con Clotilde en la cama con su recién nacida hija Helena.

Las protagonistas parecen perderse en la inmensidad de la blancura y la luz del cuarto, resaltando la sensación de fragilidad y, a la vez, de sosiego tras el dolor del parto. También es Clotilde la protagonista de Desnudo de mujer (1902), inspirado en La Venus del espejo de Velázquez. Tras ver el cuadro en Londres, Sorolla escribió a su mujer: «Velázquez magnífico, portentoso... pero a la Venus le sobran cosas». Así que él se permitió el lujo de corregir a su maestro.

'Desnudo de mujer', de Joaquín Sorolla (1902)

'Desnudo de mujer', de Joaquín Sorolla (1902)

Su hija Helena vuelve a aparecer en En el jardín de la calle Miguel Ángel (1906): esta vez, jugando con una muñeca y su cochecito mientras el perro de la familia dormita en un sillón de mimbre. En formato apaisado, se cree que Sorolla lo pintó como acto de amor, por pura afición, ensayando el color y, sobre todo, la luz. En Instantánea, Biarritz, de 1906, la figura principal vuelve a ser Clotilde, aunque en segundo plano aparecen sus dos hijas, una de las cuales va vestida de rojo, detalle que el pintor emplea magistralmente para dotar de una gran profundidad al cuadro.

María en La Granja (1907) aparece la luz reflejada en quien dicen que era su hija predilecta, y aquella en la que tenía puesta su esperanza. Se trata de uno de sus cuadros más alegres: Sorolla la retrata porque la joven acababa de superar la tuberculosis, razón por la que se la lleva consigo a la sierra, a donde acudió para retratar a Alfonso XIII.

'Instantánea, Biarritz', cuadro de Joaquín Sorolla en 1906

'Instantánea, Biarritz', cuadro de Joaquín Sorolla en 1906

En La siesta (1911), junto con su mujer y sus dos hijas, comparte el protagonismo una prima hermana de las pequeñas. La familia se encontraba disfrutando de unas vacaciones de verano en San Sebastián, alojados en la finca de su amigo, el doctor Madinaveitia. Las figuras blancas resaltando sobre un océano de verde esmeralda permiten detectar un cierto acercamiento al fauvismo. Aunque la obra desprenda una clara impresión de espontaneidad, Sorolla retuvo varios días a sus familiares en Donostia para que posaran para él hasta que lo concluyera.

Clotilde, su tranquilidad

Clotilde fue su musa (la retrató en más de 70 obras), su mecenas, la administradora de su agenda y de sus cuentas (se refería a ella a veces cariñosamente como «ministro de Hacienda») y la gran protectora de su inmenso legado (el Museo Sorolla no existiría sin ella). Fue también la madre de sus hijos y su principal apoyo desde la adolescencia hasta la muerte del pintor, solo separándose de él por sus obligaciones profesionales. Y cuando estaban en la distancia, se enviaban cartas el uno al otro constantemente –se escribieron más de 2.000 misivas–, que han quedado como la mejor fuente para establecer un recorrido biográfico del artista y como testamento del gran amor que se profesaban.

'La siesta', de 1911, cuadro de Joaquín Sorolla en unas vacaciones en San Sebastián

'La siesta', de 1911, cuadro de Joaquín Sorolla en unas vacaciones en San Sebastián

De algún modo, Clotilde sabía que vivía con un genio y se esforzaba por proporcionar a su marido el ambiente ideal para que desarrollara todo su potencial artístico, que, aunque inmenso, a todas luces se veía superado por su capacidad de trabajo, su espontaneidad y su impulsividad. Esa energía incansable le llevó a tener que dejar de pintar tres años antes de su muerte, que se produciría en 1923, tras sufrir un ataque de hemiplejia mientras retrataba a la mujer de Ramón Pérez de Ayala.

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