Andy Warhol, el déspota visionario que hablaba con voz de niña y se bañaba en perfume para no oler a ajo
Toda la creación del máximo exponente del pop art, incluido su personaje, fue una huida de una infancia terrible y del miedo hipocondríaco
La vida y la actitud de todo hombre se comprende mejor sí se conocen sus antecedentes. Los de Andy Warhol explican muchas cosas. Se conocen pocos personajes tan estrafalarios como el creador y el emperador del pop art, pero todo tiene precisamente una explicación. O muchas. La infancia de Andrej Warhola (este era su verdadero nombre, hijo de inmigrantes eslovacos) fue muy difícil. Sufrió enfermedades desde niño (se le despigmentó la piel debido al síndrome de Sydenham, lo que también le provocaba espasmos descontrolados en brazos y piernas [el baile de san Vito]) y fue muy pobre.
Los demás niños se reían de él porque tenía la nariz siempre roja a causa de la escarlatina que sufrió a los pocos años. La adolescencia no mejoró en nada su existencia triste y profunda, ensimismado, pero observador clínico de cuanto le rodeaba. El acné acabó por torturarle definitivamente. La hipocondría le dominaba y atacado por todos esos frentes se hizo fuerte en sí mismo reinventándose y reinventando sus gustos a su alrededor para convertirlos en el superficial antídoto de sus pesares.
Puedo ser excéntrico, y esto no sorprenderá a nadie por mis canas. Cuando tienes canas, cada movimiento parece 'joven' y 'alegre'
La paradoja, el absurdo, fue la característica más importante de su existencia que trasladó al arte, su modo de vida. Andrej Warhola inventó a Andy Warhol como inventó su arte. O más que inventarlo lo creó como se creó a sí mismo sorteando el laberinto de sus contradicciones. Primero adaptó su físico camuflándolo. A los 23 años decidió teñirse el pelo de blanco, aunque la mayor parte de su vida usó pelucas (blancas):
«Decidí teñirme para que nadie supiera cuántos años tengo y parecer más joven ante los ojos de los demás. Pensé que ganaría mucho después de hacerlo: primero, tendré problemas con las personas mayores, que son más fáciles de tratar. Segundo, todos se sorprenderán de lo joven que me veo y, tercero, me libraré de la obligación de comportarme como un hombre joven, puedo ser excéntrico, y esto no sorprenderá a nadie por mis canas. Cuando tienes canas, cada movimiento parece 'joven' y 'alegre'».
La voz de Jackie Kennedy
Quiso ser joven y alegre, pero nunca lo consiguió. Se hizo enormemente rico, una de sus obsesiones debido a sus penurias infantiles, pero vivió lleno de miedos y aprensiones que fueron creciendo a medida que se hacía mayor. Era la imposible conjunción entre el hombre real, el de ficción y el personaje a los ojos del público, lleno de contradicciones y de hallazgos que no lo eran, pero que él hizo que lo fueran con su visión futurista, visionaria, entrenada en años de confinamiento sombrío, mientras soñaba con luces y colores. Era débil, pero era fuerte. Hay que serlo para salir adelante como un emperador del arte, en medio de los focos, buscado y perseguido, fotografiado hasta la saciedad, en lo que fue casi un milagro.
Se dice que era un déspota caprichoso al que no le temblaba el pulso tembloroso para despedir a los empleados de su fábrica de arte, la Factory, y a sus amantes y personas de confianza, como si simplemente quitara piezas de su construcción. Como si se hubiera prometido no sufrir nunca más después de todo, creando, deshaciendo u ocultando todo, desde su propia voz cuyo timbre confesó haberlo copiado de Jackie Kennedy, hasta el olor a ajo que comía en abundancia por sus amplias propiedades curativas bajo litros de perfume.