«La oligarquía de las bestias y otras ficciones políticas»
Un Pessoa político
Conjunto heterogéneo de narraciones políticas heterodoxas del autor de los heterónimos: más coherencia (en la incoherencia) imposible. Pessoa no busca convencernos de ningún cuerpo de doctrina sino insuflarnos un espíritu de interés inquieto por la política
Reunir en un solo volumen las prosas políticas más o menos narrativas (algunas son más ensayísticas) de Fernando Pessoa (Lisboa 1888-1935) tiene su razón de ser. Aunque sin lugar a dudas el texto de más entidad sea, como suele ocurrir en estas colecciones temáticas, el que ya era más conocido. Se trata del relato El banquero anarquista (1922). Los otros quedan por debajo de ese nivel, pero nos permiten comprender mejor la difícil figura personal e intelectual del gran poeta portugués en su dimensión política.
El volumen también se justifica por el atinado prólogo de Manuel Moya, responsable de la selección y de la traducción. Nos traza el perfil político de Pessoa, tan complejo como era de esperar en el hombre de los heterónimos. ¿Un ejemplo? Se confesa monárquico, pero, «si hubiese un plebiscito, votaría, con dolor [sic], por la república». Más: es cristiano, pero fiel a «la Tradición Secreta», esto es, masón. Anticomunista, antisocialista y, ay, anticatólico.
De lo que no renegó jamás, a pesar de los problemas económicos que le persiguieron toda la vida, fue del orgullo de su origen familiar. Suele pasar. Sus querencias aristocratizantes emergen aquí y allá en estas ficciones políticas. Seguía con gran interés la actualidad de su país, dejándose llevar por fobias personales como cualquier tertuliano de radio. Creía en la misión universal de Portugal, y la sublimó en ese asombroso libro de poesía (el único que publicó en vida) llamado Mensaje. No son lecciones desaprovechables. Ni para quien cree que los poetas han de mirar con desprecio el destino de su patria ni para quien asume que todo intelectual tendrá que ser izquierdista por una especie de ley de la gravedad ni tampoco para quienes consideran que un gran hombre es infalible en sus juicios políticos. Los tres tópicos —uno tras otro— los desbarata esta antología de Pessoa de un plumazo.
Selección y traducción de Manuel Moya / EL PASEO / 200 PÁGS.
La oligarquía de las bestias y otras ficciones políticas
Muchas narraciones están incompletas, repletas de corchetes con puntos suspensivos o espacios en blanco. Pessoa pretendía volver luego a rematar su pensamiento. La belleza de esos corchetes se hace evidente: son ventanas que se abren a su proceso creativo. Gracias a que no llegó a completarlo, comprobamos que priorizaba el tono dramático. Los desarrollos de los argumentos propiamente políticos los dejaba para después. En ese orden de los factores atisbamos sus preferencias o, en todo caso, las de su musa.
Hay un vago parecido con el Juan de Mairena de Antonio Machado, por la amplitud de intereses y el tono a la vez didáctico y escéptico. Abundan las ideas brillantes, un poco sueltas, muy valiosas. Interesa especialmente un elitismo que no se rinde: «Dentro de poco no podremos vivir aquí, a menos que nos sumemos a esa canalla, claro». (p. 50); «El hecho es éste: para tener una opinión realmente propia e independiente, base de la democracia, hay que tener un temperamento trabajado según uno mismo, con independencia de los demás» (p. 77) «Una idea expresada es una fuerza; nunca está de más hacer valer los derechos de la Inteligencia» (p. 160); y «La aristocracia es la forma de poder pensar en libertad […] Decían bien los hombres de la Edad Media que veían la libertad, no como un derecho, sino como un privilegio» (p. 161).
Más a menudo, trata temas o muy pegados a la historia de Portugal o a su concreta actualidad de entonces; y el lector español de hoy se pierde, aunque sin dejar de admirar su don para el improperio.
El texto más sugerente, como se ha dicho, es El banquero anarquista. Pessoa tira de talento y de ambigüedad para abrir debates hondos. Hace una crítica implacable de las tiranías a las que aboca el dogmatismo político de cualquier signo. Pero uno se pregunta: esa defensa acérrima del individualismo capitalista como forma óptima para un anarquista de disolver la sociedad tradicional, ¿es sólo un juego de ingenio irónico? ¿No parece que las grandes fortunas actuales estén siguiendo al pie de la letra la fórmula? Cabe hacer también otra lectura más constructiva y tomarse en serio la defensa del individualismo como medio para conseguir otros fines. En varias ocasiones, he defendido una especie de «El liberal distributista» frente a buenos amigos de más estricta observancia chestertoniana. En mis argumentos de antaño observo un inquietante paralelismo con la teoría del banquero anarquista. El anarquismo para quien se lo gana, dice Pessoa. «El distributismo para quien se lo trabaja», llegué a escribir yo.
Disculpen la confesión personal, pero vale como prueba de la gran virtud de este volumen. Junto a los zurriagazos constantes a los tópicos y los encasillamientos, uno se lleva a casa un buen puñado de preguntas esenciales.