«Pensilvania»: ríete tú de los americanos
Juan Aparicio Belmonte firma una caótica novela autobiográfica con tono de stand up comedy que arranca tras la muerte de su madre de acogida en Estados Unidos
No conozco a Juan Aparicio Belmonte. Precisamente por eso he ido a buscarlo, al reclamo del «humor afilado» que se le atribuye, en busca de algo de solaz en el panorama lastimero de la narrativa contemporánea, donde de un problema se hacen dos y se gestan épicos naufragios en vasos de agua. Algo distinto, por favor.
Del autor sólo sé que es viñetista (o humorista gráfico, si prefieren), que ha ganado algún premio literario, que tiene varios libros en el zurrón y los últimos tres editados por Siruela, lo cual no está nada mal. Por cierto que hace ya un tiempo que los datos puramente biográficos (edad y lugar de nacimiento) han sido vetados de las solapas, vaya usted a saber por qué. Del repaso de un puñado de sinopsis de obras previas se desprende un gusto por la sátira y la farsa, por personajes bizarros y circunstancias caóticas. A Juan Aparicio Belmonte lo emparentan con Woody Allen y Eduardo Mendoza, y nada me parece más atractivo ni más peligroso que eso.
Lo que encontramos al abrir Pensilvania tiene poco que ver con lo que descubrimos apenas nos internamos en él. La novela arranca en tono elegíaco, a modo de carta dirigida a Rebecca, la madre de acogida del protagonista durante el año en su juventud que pasó en dicho estado norteamericano dentro de un programa de intercambio. Rebecca acaba de fallecer y entendemos que su muerte motiva la obra. Bien es cierto que, a excepción de pequeñas menciones, esta madre coyuntural sólo empieza a tener peso en la segunda mitad del libro y nunca comprendemos bien por qué dejó tan honda huella en el autor.
En esta falsa misiva, Juan Aparicio Belmonte repasa hitos de su vida (o la de su protagonista): hay trabajos precarios, cuatro visitas hospitalarias, sus pinitos literarios, un matrimonio peculiar… Tiene mucho de autobiográfico este libro: el autor da claves suficientes para que lo reconozcamos como tal. Pero la peripecia de su vida, que nos lleva de los 80 a los 2000, se confunde en exceso con la de su personaje literario, de manera que parece que Juan Aparicio Belmonte se desdibuja a sí mismo como Francis Bacon en sus retratos. Y eso, que puede ser un valor en su obra más ficticia, como recurso expresivo y satírico, lo aleja justo en el momento en que debería buscar la cercanía y la complicidad. No encuentro trazas de la prometida «emotividad», la verdad.
Todo recuerda a Woody Allen, en efecto, pero en pocos momentos el humor logra esa sinapsis que nos hace detener la lectura en medio de una gran sonrisa o ante un destello de brillantez reveladora
Pensilvania está plagado de guiños coloquiales, de referencias literarias a menudo forzadas y diálogos obsesivos. La verborrea y el histrionismo marcan el humor de Aparicio con un tono que recuerda a una larga stand up comedy o a un monólogo a cámara rompiendo la cuarta pared. Todo recuerda a Woody Allen, en efecto, pero en pocos momentos el humor logra esa sinapsis que nos hace detener la lectura en medio de una gran sonrisa o ante un destello de brillantez reveladora.
Resulta que lo más interesante de este libro está justo en lo que prometía desde el mismo título: en Pensilvania, en el choque cultural entre este «católico ateo» y una madre de acogida protestante con rastros fundamentalistas, junto a un esposo que recorta cupones de descuento para los supermercados. El tono de invectiva contra ellos despierta al lector, comienza a implicarlo en un relato concreto, focalizado, pero el autor opta nuevamente por la dispersión. Creo que el libro hubiera ganado mucho invirtiendo la dinámica, es decir, centrando el grueso en esa contraposición y lucha soterrada (en la que cabe el afecto, sí) entre huésped y hospedadores, con el añadido de fondo del resto de anécdotas y peripecias vitales del protagonista. En cambio, los americanísimos Rebecca y Jim y hasta Amanda, la chica popular estándar del college, quedan en segundo plano, arrollados por un exceso de biografismo atomizado.
Aparicio no para quieto en este libro, pone un pie en Madrid y otro en Pensilvania, no se decide claramente por ninguno y de este modo la novela se lee con cierta sensación de futilidad. «Con cuatro o cinco elementos se pueden lanzar infinitos argumentos para un cuento, para una novela o para una vida desastrosa», asegura el autor, profesor por otra parte en escuelas de creación, preocupado por el oficio a tenor de las numerosas claves sobre el proceso literario que va desgranando. Tiene razón en su aserto: basta poco para confeccionar una novela. Pero la acumulación caprichosa de esos elementos no hace por fuerza una buena obra. A veces, todo lo contrario.
siruela / 228 págs.