Asesinato en el Hotel Paradise (XXVII)
¿Por qué querría matarte?
3 de agosto, 10:00
Silvia estaba en una encrucijada. En cuanto cruzó el hall para volver a comisaría, una mano se alzó al final de las mesas. Lo reconoció de las declaraciones y se acordaba de sus primeros apuntes sobre él.
Memoria brillante, fantasioso, culto, irónico.
–Paco, ¿necesitas algo?
El hombre se quejaba al admirar un tapiz.
–Esto no es así.
Silvia observó los colores pasteles, azules, ocres, dorados y lilas que decoraban el cuadro. Cuatro jarrones enmarcados entre columnas romanas con detalles dorados dentro de lo que parecía un palacio.
–¿A qué se refiere?
–Hay una razón por la que los jarrones estaban en el hall. Las columnas, el espacio y los colores se parecen a los del salón de la entrada, y el cuadro lo hace parecer más amplio. En esta esquina no solo pierde su sentido, sino que, además, pasa totalmente desapercibido.
Silvia giró la cabeza hacia el salón Escorial, apenas un par de metros cerca y volvió su mirada hasta detrás de las cortinas al lado, identificando el pasillo oculto. ¿Podría ser…?
–Pero ¿qué hace?
La inspectora se había abrazado al tapiz, asomándose por una de las esquinas y bordeándolo con sus brazos. Paco se colocó en el otro extremo, sin entender nada, elevándolo para poder apartarlo de allí.
Descubrieron una mancha oscura en forma de óvalo vertical y alargado, como si alguien se hubiera chocado la pared.
–¿Qué es eso?
El color era más oscuro que la sangre y de ser tal, una herida que produjera una mancha así no podría esconderse fácilmente. A no ser… Silvia se acercó hasta la mancha. Parecía pintura seca. No… ella sabía perfectamente lo que era. Acercó un dedo hacia el manchurrón y consiguió separar la capa de la pared cuando escuchó gritos y pasos apresurados. Silvia y Paco se miraron frunciendo el ceño.
Esta corrió hacia el otro extremo donde por las escaleras de caracol Óscar saltaba con el corazón en un vuelco.
–¡Es Floren! ¡Joder! ¡Va a matarme!
Silvia colocó una de sus manos en el mango de su pistola, en guardia por lo que pudiera pasar.
Óscar respiraba entrecortado, ojos desorbitados, camisa a medio abrochar y calzoncillos. Inspiró una bocanada de aire.
–Ella ha intentado matarme. Sé que está involucrada en los asesinatos. Tenía Lo sé.
El cerebro de Silvia comenzó a pensar con velocidad. No había encontrado nada sobre ella que lo relacionara con las víctimas. Recibió una vibración que indicaba un mensaje en el móvil. La continuación de su última pista.
–¿Por qué diablos querría ella matarte? Los testigos la vieron en todo momento. Es una de las pocas personas que tuvo imposible acercarse a Calisto. Y por mucho que descubriera a Gonzalo. No tiene móvil. Mucho menos para matarte a ti.
Notó los ojos rojos brillantes de Óscar. El temblor de sus manos. Las miradas furtivas hacia las escaleras.
–Porque no estaba sola. Probablemente había un hombre con él. De unos treinta y pico.
Silvia ató cabos en cuestión de segundos y supo a quién estaban buscando.
–¿Cómo sabes todo eso?
Óscar titubeó. No podía ocultarlo por más tiempo.
–Porque fuimos culpables de la muerte de su padre.