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Portada de «Cartas de la Wehrmacht» de Marie Moutier

Portada de «Cartas de la Wehrmacht» de Marie MoutierCrítica

'Cartas de la Wehrmacht': la Segunda Guerra Mundial contada por los soldados alemanes

Marie Moutier

Los que hemos tenido oportunidad de vivir en ella, sabemos que Berlín es una ciudad que nunca deja de sorprender. Es tal la riqueza de su patrimonio cultural e histórico que, por mucho que uno porfíe en recorrerla arriba y abajo, siempre acaba descubriendo pequeños museos y galerías que pasan desapercibidos ante la mirada del viajero e, incluso, de los propios berlineses.

Este es el caso del Museo de Comunicación, un bello edificio señorial que, entre otros tesoros, alberga en su seno más de 16.000 cartas de soldados alemanes que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Esta colección, de indudable interés histórico, había pasado inadvertida hasta que la historiadora francesa Marie Moutier la descubrió. El resultado es este volumen titulado Cartas de la Wehrmacht, publicado por primera vez en España de la mano de Crítica.

Lo primero que cabe elogiar del trabajo de Moutier es su sensibilidad a la hora de respetar la privacidad de los soldados. A pesar de que fueron las familias receptoras las que voluntariamente donaron las cartas al museo, Moutier apuesta por mantener en el anonimato a sus autores, indicando al inicio de cada misiva únicamente el nombre y la inicial del apellido.

Portada de «Cartas de la Wehrmacht» de Marie Moutier

crítica / 352 págs.

Cartas de la Wehrmacht

Marie Moutier

Igualmente, hay que ponderar la selección que la compiladora hace de las cartas. Las casi cien cartas de la colección abarcan tanto la enorme variedad de frentes donde lucharon los soldados alemanes –que fueron todos los de la guerra, exceptuando el del Pacífico– como los diferentes temas de los que podían hablar los soldados en sus cartas, ya fueran de índole militar o personal.

Ciertamente, el lector puede tener la sensación de estar ante una sucesión de cartas muy parecidas entre sí, llenas de detalles del día a día en el frente que resultan algo reiterativas. En parte, ello se debe, como señala Moutier en la introducción a la obra, a que las cartas sufrieron una doble censura. Por un lado, el régimen nazi se cuidó de eliminar parte del contenido, tanto la información militar considerada demasiado específica como las expresiones derrotistas que empezaron a poblar las cartas a partir de la derrota en Stalingrado. Por otro lado, los propios soldados a menudo se autocensuraron a la hora de describir sus penalidades para no preocupar en exceso a seres queridos.

Y es aquí donde encontramos uno de los aspectos más interesantes de esta obra, pues los seres queridos a quienes iban destinadas las cartas se nos presentan como los otros grandes protagonistas de esta historia. La lectura de esta correspondencia nos permite ponernos en piel de los padres, esposas e hijos que recibían las cartas, a quienes podemos imaginar atemorizados por el destino de sus seres queridos y con el alma en vilo cada vez que recibían una carta desde el frente, para comprobar si su familiar seguía vivo o si, por el contrario, se trataba de la trágica notificación de su muerte.

Los soldados, conscientes de ello, a menudo se muestran en sus cartas agradecidos por los desvelos de su familia. En ese sentido, llama la atención el encendido reconocimiento que Aloïs S., soldado destinado en el frente oriental, hace de la labor de su esposa Frieda al frente de su familia: «Mientras esté entre soldados no seré un hombre libre, sino un hombre frenado y atado, sin posibilidad de hacer nada por ti y por nuestro hijo (…) Te sacrificas y vives un heroísmo callado, tan grande y tan sublime que lo supera todo. El mundo guarda silencio y nadie te concede una distinción por lo que haces. Y, sin embargo, lo tuyo es heroísmo».

Este conmovedor fragmento es un magnífico ejemplo de la principal aportación de esta obra: la humanización de los soldados alemanes que combatieron en la Segunda Guerra Mundial. Y es que ni todos los combatientes de la Wehrmacht eran nazis –muchos de ellos eran ciudadanos corrientes reclutados forzosamente–, ni los que efectivamente eran fieles seguidores de Hitler eran bestias inhumanas carentes de sentimientos.

En ese sentido, conviene dejar claro que Cartas de la Wehrmacht no supone, en ningún caso, un blanqueamiento de las atrocidades nazis durante el conflicto. En efecto, en sus cartas no se ahorran crudos relatos de los numerosos crímenes cometidos por el ejército alemán. Lo interesante es que en algunas ocasiones los soldados alternan estas descripciones –no exentas de un indisimulado orgullo– con muestras conmovedoras de humanidad y amor hacia sus seres queridos. Se nos presentan, por tanto, como personas, capaces todas ellas de lo peor y de lo mejor, unos hombres que, por mucho que nos cueste admitirlo, ni siquiera en sus actos más oscuros perdieron su condición humana.

Cartas de la Wehrmacht nos recuerda, en definitiva, que todo conflicto bélico, tanto en el pasado como en el presente, tiene muchas caras, y que en todas ellas nos encontramos, en definitiva, con la compleja y poliédrica naturaleza del ser humano.

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