'Utopía': ficción política para seguir preguntándonos cómo mejorar nuestro modelo social e institucional
Libro imperecedero de Tomás Moro, escrito en un Renacimiento marcado por el ascenso imperial de España, las rupturas dentro de la Cristiandad y el avance implacable del absolutismo
Lo primero que hemos de tener en cuenta, al leer Utopía de Tomás Moro (1478–1535), es que su autor era —quizá no en el mejor sentido del gentilicio— un inglés. Acceder al texto, sin tener en consideración la vida y personalidad de Moro, supone un error en el que caen muchos lectores, como seguramente previó el mismo autor. Este libro se escribió en latín en el Renacimiento, fruto de la correspondencia de amigos que se sabían muy instruidos, muy inteligentes y, por tanto, distintos del resto de los mortales. Con todo, Tomás Moro aparece y desaparece a lo largo de sus páginas, como le gustaba hacer en la vida real. Siendo hombre grave, sencillo, religioso y familiar, se divertía con simulaciones y chanzas, dejando caer en ellas profundas moralejas y toques de atención a la conciencia. El libro es tan complejo y simple, tan serio y divertido como lo fue el propio Tomás Moro.
En esta obra encontramos referencias a las corrientes católicas que aspiraban a una regeneración interna —sin rupturas— de la Iglesia, y que pocos años después determinarán la creación de la Compañía de Jesús, reformas monásticas y la aparición de los grandes místicos, como Teresa de Ávila o Juan de la Cruz. También hay en Utopía citas constantes de los clásicos, comenzando por Platón, Homero, Lucano, San Agustín, Cicerón, Salustio, Aulo Gelio, Terencio, etc. Al mismo tiempo, debe tenerse en consideración el contexto que supone su época: la expansión del absolutismo, los problemas internos de Inglaterra, las controversias religiosas, la España que se transforma en potencia unipolar, el descubrimiento de América.
tecnos / 344 págs.
Utopía
La ironía y el sarcasmo explican el verdadero sentido e intención del libro, porque Utopia no significa, sin más, un «no lugar». Parece que Moro pretende decir: «no creo que pueda existir un lugar así, ¿pero eso debería entristecernos?». El Santo vecino de Chelsea y Lord Canciller, como buen británico, hace uso abundante de lítotes, con la pretensión de ponerse otra piel y dejar que la mera descripción suponga una crítica oblicua o implícita que quizá sólo el lector inteligente detecta y celebra. En Moro hay mucho de provocación, de sorpresa. Y consigue su efecto: desconcertar y generar reflexiones sobre la propiedad privada, las leyes, la justicia, la sociedad, las buenas costumbres, la pena de muerte, etc. En este libro, Moro casi no se sincera plasmando ninguno de sus puntos de vista personales sobre los asuntos que aborda; sin más, se complace en repartir las cartas, para recordarnos que ninguno de estos temas tiene sencilla solución.
Por eso, en Utopía hay también un reverso tenebroso, definido por su pretendida naturaleza «cátara» (o sea, pura): los utopienses son igualitarios entre sí, pero cuentan con una especie de sub–pueblo servil que les realiza el «trabajo sucio». Así, ninguno de los utopienses —que son «puros»— se mancha las manos con la guerra ni con las labores de matarife. Sin embargo, sostienen campañas bélicas con cierta frecuencia, conquistan territorios de otros países, y, por supuesto, comen carne. Hoy, sin duda, dictarían la Agenda 2030. Por otro lado, en Utopía hay pocos sacerdotes, porque sólo hay sacerdotes de acendrada santidad…
Utopía no es, por tanto, un «mundo ideal», sino un mundo imaginario que nos inquiere y nos inquieta; es el mundo de «¿qué pasaría si…?». Para Moro, la isla de Utopía era más hipótesis que propuesta; era una estrella que guiaba y no puerto al que dirigirse, según la interpretación de Antonio Poch (edición de Tecnos). En esta isla nos sentimos como en el pasadizo de espejos deformados de una feria: ¿hasta qué punto lo que vemos nos refleja, o nos acentúa los aspectos más polémicos de nuestra forma de gobierno? Al igual que en el relato de Lewis Carroll, el país de Utopía, bajo la apariencia de feliz y fantasioso, se encuentra repleto de escotillones y trampantojos. Al escuchar cómo se configura la república utopiense, nos preguntamos hoy: ¿dónde está el truco, qué falla en esta descripción? Hay un acertijo tácito. Y un contrapunto a los ensayos políticos del coetáneo Maquiavelo.
En España hay excelentes y variadas ediciones de esta obra. Quizá las dos más aconsejables puedan ser la de Tecnos —estudio preliminar de Antonio Poch; traducción y notas de Emilio García Estébanez; introducción de Miguel Ángel Granada— y la de Rialp —a cargo de Andrés Vázquez de Prada, quien ya había publicado en esta misma editorial una formidable biografía de Tomás Moro.