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Portada de «El gran impostor» de Carlos Cuesta

Portada de «El gran impostor» de Carlos CuestaLa Esfera de los Libros

'El gran impostor': crónica tras el cara a cara con un gran impostor

Una investigación documental y testimonial del periodista Carlos Cuesta acerca de lo ocurrido durante este quinquenio sanchista

Hace apenas un año, Sánchez impulsó en los medios monclovitas, la Ser y afines una campaña de desprestigio contra Núñez Feijóo tras ser elegido para encauzar al Partido Popular. Los portavoces esparcieron la especie de que carecía de experiencia, que gestionar al pueblo gallego no le capacitaba para presidir un gobierno en Madrid, que, como líder de la oposición, era un fiasco, pues desconocía la macroeconomía, y que su reconocimiento como gestor estadista sería un bluf. Tras sus debates senatoriales contra un orador siempre situado en inferioridad de condiciones, Sánchez llegó a convencerse de su superioridad dialéctica. Leía informes preparados creyendo que por leerlos los hacía suyos, como también llegó a creer que un manojo de informes ministeriales constituía una tesis doctoral porque su nombre figuraba debajo como autor. Ha bastado un cara a cara de dos horas en condiciones de simetría para que Sánchez y sus corifeos se den un baño de realidad ante siete millones de espectadores. El impostor quedó descubierto en cuanto le despojaron de los postizos del atuendo que vestía.

Tras el debate pocos podrán de buena fe dudar de que el objetivo de esta impostura, que vistió de legalidad a un gobierno de coalición entre socialistas y comunistas, tenía por fin desmantelar el pacto constitucional de 1978 mediante un programa consensuado para acomodar la legislatura a las condiciones dictadas por partidos anticonstitucionales cuyo apoyo era imprescindible para la continuidad del gabinete. El PSOE se prestó a desfigurar sus señas de identidad para adaptarlas a las pretensiones de los comunistas, enemigos de la Monarquía Parlamentaria, y de los traidores separatistas, rebelados contra una Constitución que libremente juraron respetar.

La historia de esa impostura, que ha orientado la política del gobierno de coalición durante un quinquenio, ha dejado un rastro de señales inequívocas sobre el alcance de su pretensión. Probada la capacidad para el camuflaje, ahora es momento de disponer de constancia documental y narrativa de las pruebas que se han ido acumulando para enfilar la meta a la que conducía el proyecto. Es especialmente necesario cuando la investigación histórica ha sido sometida a una legislación que ajusta su memoria a la ideología de quien legisla.

Proporcionar las fuentes documentales que prueban el acontecer es, en estos tiempos, tarea urgente para prevenir posibles intentos de tergiversar lo ocurrido, porque podría llegar otra nueva hora en que fuera necesario exhibir testimonios fehacientes de este periodo. De modo similar a como se pretende hacer pasar el trágala de que no fue el pueblo español, la Guardia Civil, la Policía y la resistencia política de los gobiernos precedentes al de Zapatero lo que acabó con ETA, también la frustración sanchista intentará presentar el blanqueo del terrorismo y el amparo legal a la rebelión independentista contra el Estado de Derecho como un servicio a la transformación de la unidad del Estado en una confederación asimétrica. El mejor favor que se puede prestar a esta tarea de prevención es la investigación documental y testimonial de lo ocurrido durante este quinquenio.

Este es el principal valor aportado por el libro El gran impostor, publicado por el periodista Carlos Cuesta en estos días. Se comprende que en menos de una quincena se hayan agotado las dos primeras ediciones de ocho mil ejemplares y pase por número uno de ventas en Amazon. En su presentación del libro en el Círculo Bellas Artes, Isabel Díaz Ayuso, presidente de la CAM, reparó en que este minucioso trabajo periodístico y de rastreo de fuentes realizado por Carlos Cuesta desbarata cualquier maniobra manipuladora de la memoria de esta etapa en la que un profesional de la impostura ha presidido el gobierno de España para subordinar toda iniciativa política al fin prioritario de asegurarse la continuidad de su mandato: «necesitamos ahora más que nunca periodistas valientes como Carlos Cuesta... porque sin un periodismo libre no hay democracia... Aporta argumentos, valentía y verdad. Es decir, todo lo contrario de lo que Sánchez representa», dijo la presidenta madrileña.

Portada de «El gran impostor» de Carlos Cuesta

la esfera de los libros / 296 págs.

El gran impostor

Carlos Cuesta

El libro es un relato de cómo un gobernante ha de conciliar presiones ideológicamente pugnaces de su equipo de gobierno, una crónica a medio plazo de los condicionamientos en que se ve envuelta su voluntad política y una biografía que trata de explicar desde la asepsia obligada por el distanciamiento periodístico la constante de las fluctuaciones de una personalidad que esconde su debilidad tras la máscara de la arrogancia. Su avidez por mantenerse en el poder es presentada como una ofrenda al servicio de los ciudadanos, los cuales han de corresponder con el acatamiento a los designios del liderazgo. Si toda biografía describe un drama, esta investigación hurga objetivamente en los interiores dramáticos de su personaje corroborando con pinceladas pulcramente documentadas los rasgos de una personalidad pagada de sí misma.

No es lugar para hacer un resumen de lo que el lector conoce por la propia vigencia del relato. Son cinco años de la vida del lector, que puede tener mayor o menor conciencia de cómo se ha pretendido hacerle cómplice de una impostura en la que recíprocamente se alimentan los intereses personales con la trama política fraguada para sostenerlos. De aquí el calculado título de El gran impostor, que remeda el de El gran dictador donde Charles Chaplin representa la caricatura del que hubiera sido el mayor impostor de su época si, para rebasarlo, no se contara con coetáneos como Lenin y Stalin.

Esta crónica biográfico-política, escrita con la desenvoltura propia de un experimentado periodista, aporta una riqueza documental, cuyo rigor expositivo consigue entrelazar las circunstancias sociales y políticas con las alteraciones psicológicas de su personaje. El periodista describe las distintas hebras que dan cuenta al lector de cómo puede un transformista de la actividad pública producir a la vista de todos, un cambio de rumbo contra natura, entendiendo por «natura», que un gobernante sea garantía de estabilidad de la concordia constitucional entre disidentes. En estas páginas hay una respuesta minuciosa de cómo ha podido permitirse atacar desde dentro del propio gobierno, alentado por alianzas inconfesables, a un ordenamiento jurídico de cuya adecuación constitucional el presidente habría de ser el principal seguro. No solo Pedro Sánchez no ha sido garante de la Constitución, sino que, cercado por una precariedad representativa disimulada por la promiscuidad parlamentaria, se ha prestado a servir a los intereses anticonstitucionales como procedimiento para ocultar la fragilidad de la coalición y la dependencia de sus socios.

El PSOE se prestó a desfigurar sus señas de identidad para adaptarlas a las pretensiones de los comunistas

Al destapar con datos las motivaciones ocultadas por la apariencia, Carlos Cuesta no solo sugiere, muestra, que Sánchez carece de convicciones. Esto lo intuye o lo sabe el lector sin necesidad de que nadie se lo cuente. Mas este libro sirve a la memoria no solo porque proporciona detalles con precisión, sino porque la exposición precisa de una urdimbre de decisiones intencionalmente interconectadas habla por sí sola.

Por eso, lo importante de estas páginas es el rigor al aportar el detalle menos accesible a la experiencia vivida por el ciudadano. De esta narración se desprende no solo que la política del protagonista podría haber sido diferente, sino también que su circunstancia personal ha quedado presa en planes que han sido pergeñados previamente por otros y que encontraron en el presidente del Gobierno aquel oportunista sin escrúpulos que necesitaban para llevarse a cabo. Sánchez resulta ser un instrumento de un designio que no era suyo. Habló con frecuencia contra los poderes económicos y mediáticos conservadores para justificar sus excesos, pero no aludió a los conciliábulos políticos, mediáticos y económicos que remontan al conocido Pacto del Tinell, ni de quienes utilizaron su versatilidad ideológica y su propensión al narcisismo como ariete de un programa previo respecto del cual no fue más que un advenedizo que supo adaptar la ocasión para nutrir su narcisismo. Este es el motivo por el que muchos han creído que los triunfos en la contabilidad parlamentaria obedecían a la pericia de un estratega, cuando no era más que el arte de un trilero presto a presentar cada mentira como un cambio de opinión.

La penetración en el detalle de los entresijos y la indagación que enhebra la casuística del libro de Carlos Cuesta, desmonta el camuflaje y descubre la dependencia de un plan que excede la capacidad del protagonista para hilvanarlo. El desvelamiento de esa trama es lo que da hondura a la contundente información que, reunida en estas páginas, va más allá de una mera acumulación informativa. El lector precavido podrá percibirlo en los trazos de coincidencias que no pueden ser mero fruto de la casualidad y cuya exposición es la clave que da interés a una tramoya que trasciende el personaje fingido por la intensa propaganda dedicada a enaltecer su figura.

Su astucia supo transformar su debilidad en firmeza, su falta de criterio en fuente de fortaleza. Pero el final ha quedado claro que el gran manipulador ni siquiera era tan grande, y que bastaba asistir a un debate de dos horas en televisión con un señor nacido en una aldea orensana para dejarlo en evidencia.

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