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Avance del ejército; escena del campamento en la columna de Trajano

Avance del ejército; escena del campamento en la columna de Trajano

Trajano, Gan Ying y Sahadeva: el encuentro de Roma, China y la India en el siglo II

A través de un evocador ensayo, el catedrático de Historia Antigua Fernando Wulff nos acerca a uno de los temas más atractivos e interesando de los estudios del Mundo Antiguo: la conectividad entre Oriente y Occidente, y los frutos de esta

Una cuenta de cornalina procedente del Guyarat, en la India, hallada en una fosa común de Repton, en Inglaterra, datada en época vikinga; una estatuilla en marfil procedente de la India hallada en las excavaciones de Pompeya; una estatuilla de Buda en una ciudad egipcia de época imperial… Y así podríamos seguir, enumerando objetos cuyas biografías materiales dejarían anonadado al viajero más experimentado. En contra de lo que podría pensarse debido a nuestra mentalidad post Revolución industrial –y por ende post revolución de los transportes– en la Antigüedad existía una conexión entre las grandes sociedades del Viejo Mundo (Europa, Asia y África) mucho mayor que, por ejemplo, la que tienen en la actualidad algunos países que comparten fronteras.

A orillas del tiempo. Historias entre mundos dos mil años atrás

Siruela. 528 páginas

A orillas del tiempo. Historias entre mundos dos mil años atrás

Fernando Wulff

En la Antigüedad el contacto entre Oriente y Occidente era sumamente fluido, y con él había intercambio cultural e intelectual, material y político, social y religioso. Y es precisamente en este interesantísimo ámbito por el que nos guía el especialista Fernando Wulff en A orillas del tiempo (Siruela, 2024).

Para hacerlo, Wulff, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Málaga, ha seleccionado a tres personajes que hacen las veces de parte por el todo, y representan

magníficamente tres de los mayores imperios de la Antigüedad: el emperador romano Trajano, el legado chino Gan Ying y el legendario Sahadeva, el menor de los cinco

hermanos Pandavas del poema épico hindú Mahabhárata, como representante del gran Imperio kushán. A través del hilo narrativo que el autor establece entretejiendo las vidas

y miradas de estos tres personajes se pretende romper con la perspectiva que tradicionalmente ha concebido estos imperios, estas civilizaciones, como compartimentos estanco que nada tenían que ver entre sí, y cuyos devenires no tenían paralelo alguno. Como afirma Wulff «es esa perspectiva que lo aísla todo la que hace que no se conozca suficientemente que durante los siglos I y II de la llamada ‘era común’, la China Han y el Imperio romano conocían de la existencia de sus dos imperios, que había redes comerciales que los comunicaban», o que en más de una

ocasión los embajadores kushanas pisaron Roma con el objetivo de establecer relaciones con los hijos de Rómulo, o que el budismo nacido en la India viajaría

incontrolablemente a China, y de aquí partirían peregrinos y monjes para entrar en contacto con la tierra que vio nacer a Siddharta Gautama.

Y en medio de todo, Alejandro, el gran rey macedonio que expandió hacia finales del siglo IV a.C. la cultura helenística desde Tracia a la Bactriana y la Sogdiana fundando desde el Nilo hasta el Oxus ciudades que llevaban su nombre, y que se erigían como centros aglutinadores de las culturas local y extranjera, dando como resultado algo totalmente distinto. Perfecta representación de ello es el relieve procedente de

Gandhara, donde una imagen de Buda es acompañada de Heracles Vajrapani, esto es, el Hércules «que porta el rayo», que protege a Buda mientras este medita: encontramos

unas figuras cuya estética posee una evidente influencia occidental. La importancia de Alejandro y el helenismo que propagó resulta fundamental para entender no solo este

ensayo en concreto, sino ampliamente la conectividad de aquella Antigüedad en que unos cortesanos armenios podían entender perfectamente las Bacantes de Eurípides, y

un legado parto recitar algún verso en griego de memoria. Alejandro no solo consiguió una proeza militar, sino también cultural y geográfica. Después de él, las tierras

occidentales del Asia Central se convirtieron en algo más que una zona de paso; se convirtieron en punto intermedio entre los Imperios chino, kushán y grecorromano.

Da gusto poder leer un ensayo, además de la altura de este, sin tener que recurrir a citas ni aparato bibliográfico. Todo cuanto necesita el lector, se encuentra en el texto.

Wulff se ha desprendido en este volumen del pesado fardo que impone la academia al investigador, y se muestra como un escritor que disfruta con la escritura y el

conocimiento sin trabas. Y eso es perceptible por el lector. Las ideas fluyen de manera natural, sin forzar orden ni constreñir contenidos: toda la información se inserta

adecuadamente en forma y contenido. El resultado es un libro para el disfrute. Así lo afirma el mismo autor, quien señala «cada capítulo de los setenta y cinco de este libro

contiene al menos un fragmento, una tesela de un mosaico con el que dar pie a la imaginación». Y así lo hace Wulff, llegando a pergeñar el sueño de los que habría podido acontecer en un encuentro entre Trajano y Ban Chao, el gran diplomático y explorador chino.

En fin, poca justicia podemos hacerle a este volumen con otras palabras que no vayan dirigidas a la recomendación de su lectura. Con este libro evocador, original y cargado de historias que se entrelazan una y otra vez el lector interesado tiene la oportunidad de asomarse, como Trajano en el Golfo Pérsico, a un mundo que de extrema belleza y lleno de posibilidades, de pensar lo que fue y, especialmente, de imaginar lo que no fue.

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