‘Emet’, de Salmon y Zarco
En esta novela gráfica, el III Reich ha elaborado un plan para servirse de un ejército de criaturas de leyenda para conquistar Europa; entre ellas, está el Golem, el ser humano de barro, animado por la fuerza de las palabras sagradas, cuyos secretos contiene la Cábala.
La mejor definición del Golem la dio Gershom Scholem (1897-1982) en la voz correspondiente para la Encyclopaedia Judaica, que después publicó Riopiedras junto a las demás que escribió el erudito judío, bajo el título Grandes temas y personalidades de la Cábala (1994). El gran profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén nos dice que «el Golem es una criatura, y en concreto un ser humano, fabricada de manera artificial en virtud de un acto de magia empleando nombres sagrados». Precursor de la criatura del doctor Frankenstein, fruto de la impiedad y la osadía, el Gólem representa uno de los mitos del terror más populares de la modernidad. Gustav Meyrink (1868-1932) lo llevó a la novela en 1915 con un título homónimo, que en España publicó Tusquets en 1995. En 1920, Carl Boese (1887-1958) y Paul Wegener (1874-1948) dirigieron la película muda del mismo nombre con el propio Wegener en el papel de monstruo. El tema lo obsesionaba hasta el punto de que le dedicó tres películas. También interesó a Borges (1899-1986), que tituló así un poema de su libro «El otro, el mismo» (1964).
Serendipia Editorial (2024). 98 Páginas
Emet
Ahora Serendipia Editorial ha publicado «Emet» una interesantísima novela gráfica con guion de Mannfred Salmon, dibujo de Paco Zarco y asistencia de color de Jorge Salón. «Emet» reformula el terrorífico mito a partir de la hipótesis fantástica de que los nazis intentasen crear un ejército de monstruos para ganar la guerra. Con un arte que bebe del cómic de superhéroes e incluso del Manga –esos encuadres, esos escorzos, esos planos de las peleas– la trama gira en torno a un plan de Heinrich Himmler (1900-1945), el jefe de las SS, que en su fascinación por el ocultismo concibe el plan de animar un Golem para utilizarlo al servicio del III Reich. Para realizarlo, recluta por la fuerza a un científico y lo encierra para que dé vida a la criatura. No falta la extracción del secreto ni el hallazgo del monstruo, cuya existencia tiene algo de impío porque sólo Yahvé puede crear vida.
A partir de aquí la historia atrapa y cobra –nunca mejor dicho– vida propia. El lector debe prepararse para lo truculento, lo macabro y lo inesperado. El plan de los nazis es espantoso: «Cuando llegue la hora, Alemania marchará imparable sobre Europa». «Seremos grandes a los ojos del mundo». «Mientras el pobre pueblo judío se pregunta cuándo regresará su golem para salvarlo». El castillo de Wewelsburg, en Büren (Alemania), se convierte en un personaje más cuyos pasillos y salas simbolizan la personalidad torturada y atroz del propio Himmler y el carácter enloquecido del propio Reich. Hay un recorrido terrorífico por el mundo de las criaturas que no existen, pero han cobrado vida para el Reich: «Estas son criaturas de leyenda, doctor Macher, seres que oficialmente no existen. Monstruos poderosos. Los he perseguido y recolectado por todo el mundo y los he traído a Alemania».
«Emet» permite una lectura más profunda que la aventura de un científico y una criatura enrolados a la fuerza en un plan de dominación mundial. Hay toda una reflexión en torno al estatuto de la ciencia y la tecnología en la modernidad, que termina conduciendo a la devastación de Hiroshima y Nagasaki y al terror nuclear de la Guerra Fría. Por otro lado, los límites de la posibilidad de crear vida «humana» y la evolución que la criatura pueda tener al margen de su creador. Hay que recordar el inquietante adjetivo de la definición que da Scholem: el Golem es humano.
Toda vida humana tiene algo de imprevisible. También puede ser formidable. Los lectores de «Emet» tendrán ocasión de descubrirlo.