Los motivos por los que, a pesar de tener entrada, no verás al Bob Dylan que esperabas
El cantautor estadounidense comienza el miércoles y el jueves en Madrid su gira de 12 conciertos por España dentro de su Rough And Rowdy Ways 2021-2024
Hace tiempo que Robert Allen Zimmerman, Bob Dylan, no es aquel que deslumbró al mundo con los poemas esplendorosos que hicieron llorar a Allen Ginsberg la primera vez que escuchó Hard Rain's Gonna Fall porque sintió que la antorcha que el autor de Aullido empuñaba había pasado a la siguiente generación. Dicen que se puso Dylan por Dylan Thomas, el poeta galés, aunque tampoco está muy claro.
Lo que sí es seguro es que se inspiró en el poema que Thomas, que leía sus versos por la radio, le dedicó en 1948 a su hijo de 9 años para comenzar las hermosas estrofas de su gran canción: «De este lado de la verdad/ quizá no veas, hijo mío/ rey de tus ojos azules/ en el país cegador de la juventud,/ que todo está por hacerse/ bajo los cielos indiferentes/ de inocencia y de culpa/ antes que intentes solo un gesto/ con la cabeza o el corazón,/ todo se ha unido y disgregado/ en la ventosa oscuridad/ como el polvo de los muertos».
Dylan usó esta belleza inmarchitable para crear otra, y luego otra y así... y siempre dio la impresión, como sintió Ginsberg, de que la llama profunda perduraría para siempre, incluso después de muerto Dylan, por supuesto, e incluso, y sobre todo, estando vivo. Hace mucho tiempo que aquel gran joven poeta inmortal con guitarra y armónica dejó de aparecer solo ante el público. A finales de los sesenta ya le abucheaban sus fieles porque se atrevió a salir y a grabar con un grupo. Le había dado color a aquellas imágenes en blanco y negro en que le versionaban, admirados, Joan Baez o el impresionante Pete Seeger.
Pasó el tiempo de los festivales de folk donde se hizo leyenda, para adaptarse al rock y al pop por lo que al principio le llamaron traidor. Eso fue una cosa y el tiempo siguió pasando. Antes, había escrito sin cesar sus grandes canciones, sus grandes versos que, en una exageración impropia, significaron más de medio siglo después el Premio Nobel de Literatura. Es verdad que uno a veces escucha esas canciones y por momentos, los minutos que duran, uno le daría el premio con los ojos inundados hasta que para la música y la realidad aparece.
Bob Dylan, de 82 años, no interpreta ya aquellas canciones, sino solo las nuevas. Y no es lo mismo. Tampoco es lo mismo porque sigue tocando con su grupo y no él solo, a campo descubierto ante cientos de miles de personas, aspirando sus armónica en todas esas canciones iguales y sin embargo diferentes, embrujadoras como escuchar los poemas de Dylan Thomas por la radio: el silencio del espectador y del oyente ante esta voz lírica y ante aquella voz nasal inimitable, aparentemente dejada, vulgar, y sin embargo trabajada hasta la extenuación, primero en la imitación de Woody Guthrie, hasta que encontró en un claro de la inspiración la suya propia.
Pero se fue, aunque esté. Bob Dylan vive y sigue adelante y es admirable. Como si no hubieran pasado los años, como si la evolución prosiguiese también en él, un anciano que sigue cantando y escribiendo, y que siga, hacia adelante, con su fresco timbre original pasado por mil botellas de cazalla y la juventud conservada en las viejas canciones que no verás tocar.