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Elīna Garanča dará vida a Luisa Fernanda en el Teatro de la Zarzuela

Elīna Garanča, la aclamada mezzosoprano debuta en el Real: «España es para mí una elección del corazón»

La gran estrella actual de la ópera debuta por fin en el Teatro Real con Luisa Fernanda, Federico Moreno Torroba, otra muestra de su afinidad hacia la música española

Elīna Garanča (Riga, Letonia, 1976) lleva un par de décadas largas moviéndose por el exclusivo circuito de los más relevantes teatros líricos y festivales del mundo. El pasado agosto causó sensación su Kundry en el Parsifal de Wagner que inauguró Bayreuth, una interpretación alabada como el punto culminante del último estío musical europeo. Ampliamente reconocida por el público por la extraordinaria calidad de su voz y sus excelentes dotes actorales, que la han convertido en la Carmen de nuestros días, la mezzo letona es además «cantante de cantantes», de quienes aprecian sobre todo «el arte del bien decir».

Su recorrido imparable por los más acreditados centros líricos del planeta le había impedido debutar hasta ahora en el principal coliseo lírico madrileño. Por fin lo hará hoy (Teatro Real, 19:30h) con una tarjeta de presentación muy especial, interpretando por segunda vez a la protagonista de Luisa Fernanda de Moreno Torroba, que el viernes pasado ya ofreció con gran éxito junto a la Filarmónica de Grancanaria, bajo la batuta de Karel Mark Chichon, en su sede insular. De ese modo, la Garanča renueva ahora su bien conocido compromiso con la música española antes de regresar a la capital, el año próximo año, con una ópera representada, Adriana Lecouvreur.

Es conocida su admiración temprana por la gran Teresa Berganza, que le inculcó su madre, en Letonia, siendo usted muy joven. ¿Fue a través de ella que nació su flechazo con la música española? No suele ser tan habitual entre los cantantes del Norte esta apasionada defensa de una parte tan importante de nuestra cultura. Con los años, sus muchas interpretaciones de «Carmen» por todo el mundo (con Carlos Saura, también en Valencia), y ahora que pasa una parte importante de su vida entre nosotros, en Andalucía, ¿ha llegado a sentirse también un poquito de aquí?

–La música española fue una parte inseparable de mi infancia musical, y mi madre, que más tarde se convirtió en mi maestra, solía cantar piezas de Falla, Guridi, Granados y Obradors. Más tarde, después de descubrir a Teresa Berganza, me sentí aún más atraída por la música española, y la fascinación inicial se transformó en un estudio muy meditado. A pesar de haber nacido en Letonia, mi camino personal siempre estuvo vinculado a la calidez del sur. Haciendo mi gran debut en «Carmen» y conociendo a mi esposo, con el tiempo, España se convirtió naturalmente en una elección del corazón. A veces, casi me siento celosa de mí misma: un día paseando por la playa con mis hijas y luego de vuelta en casa, en Letonia, con el corazón aún lleno del sol español, recogiendo setas en el profundo bosque. Aunque es muy probable que un poco de ese temperamento ardiente, ahora, se encuentre permanentemente bajo mi piel; al menos eso dicen mis amigos letones cuando soy la más ruidosa en la sala (risas).

Andreas Schager y Elina Garanca al final del montaje de realidad aumentada de 'Parsifal' en el Festival de BayreuthFestival de Bayreuth

Muy pocos de los cantantes españoles históricos han cantado zarzuela regularmente en un escenario, aunque algunos la grabaron y llevaron por el mundo en sus programas de concierto. ¿Por qué ha decidido que su debut en una zarzuela completa sea ahora con «Luisa Fernanda»? ¿Existe alguna posibilidad cierta de verla algún día sobre las tablas del Teatro de la Zarzuela, interpretando este u otro título representado?

–Mi esposo y yo estuvimos pensando en hacer una zarzuela completa en algún momento, pero la pandemia se interpuso y nuestros planes se quedaron «en pausa». Si hay un excusa para la elección de esta obra en particular, se debe a que «Luisa Fernanda» siempre ha gozado de gran popularidad entre el público; los espectadores adoran su historia y su música. Además, nos brinda una gran oportunidad y un desafío desde el punto de vista artístico, ya que debemos estar a la altura de las expectativas y al mismo tiempo ser capaces de aportar algo emocionante y nuevo a una obra ya de por sí brillante. También es cierto que ni Daniel Bianco ni el Teatro de la Zarzuela han mostrado interés en realizar un proyecto de este tipo. Por eso agradezco que el Teatro Real haya tenido la visión de encajar la obra en versión de concierto que, dadas las circunstancias con las agendas, era la única posibilidad en estos momentos, el primer paso para hacer realidad otro sueño de la pequeña niña letona.

Precisamente con su vinculación con la música española (de la que ha grabado varios discos, como ese Sol y Mar Vida en el que incluso aborda el No puede ser de La tabernera del puerto o un par de canciones de autores gallegos), parece tener todo el sentido que su demorado debut en el Teatro Real sea ahora con la obra maestra de Moreno Torroba. Sin embargo, los aficionados se preguntan cuándo podrán disfrutar de usted en una ópera en el coliseo madrileño y por qué tarda tanto en llegar este momento…, ¿qué puede decir al respecto?

–Uno puede planificar tanto como quiera, pero al final es la vida la que nos lleva a donde debemos estar en cada momento. Aunque si las estrellas siguen alineadas y no hay interrupciones importantes que cambien nuestras vidas nuevamente, debería estar en Madrid el próximo año y aparecer en el papel de la Principessa di Bouillon en Adriana Lecouvreur de Cilea, lo cual me emociona mucho.

A raíz del Don Carlo que cantó recientemente en Nápoles (de nuevo España, esta vez a través de los ojos de Verdi), y de la Kundry (Parsifal) del reciente verano en el templo wagneriano de Bayreuth, parece cada vez más claro que usted es de las escasas cantantes de nuestro tiempo que resistirían cualquier comparación con las mezzosopranos legendarias del pasado, las Stignani, Barbieri, Simionato, Domínguez, Farrier, Cosotto o la propia Berganza …, ¿ha llegado a sentir esta conexión con la gran tradición, incluso el peso de la responsabilidad de formar parte de algo que va más allá de los límites de su época, de la propia historia del canto?

–Si estuviera pensando en la magnitud de la responsabilidad que va más allá de mí todo el tiempo, simplemente no sería capaz de levantarme de la cama por la mañana y hacer cualquier cosa (risas)… Pero, por supuesto, esta responsabilidad de alguna manera me impactó más adelante en Bayreuth, después de la primera noche de «Parsifal». Racional y lógicamente, estaba claro que se trataba de un gran debut y que estaba haciendo historia como la primera cantante letona en aparecer en el Festpielhaus y cantar en ese lugar, pero emocionalmente todo cobró sentido durante los aplausos, y toqué el suelo, no sólo para asegurarme de que no estaba soñando, sino también para cerrar el círculo entre mí misma, Elīna, y la historia. Me considero todavía bastante joven y pensar en mi propia importancia me parece una pérdida de tiempo. Prefiero enfocarme en el trabajo a mi alcance, estudiar nuevos roles, encontrar maneras de desarrollarme aún más y en cómo tocar los corazones de tantas personas como sea posible, de aquellos que escuchan.

Elina Garança en el auditorio Alfredo Kraus de Gran Canaria

Paco de Lucía, el gran guitarrista español, decía que en su tierra, Andalucía, que usted conoce tan bien, a trabajar ocho horas sin descanso, estudiando con el instrumento, se le llama «tener duende». ¿Cuánto hay de intuición y cuánto de preparación para alcanzar esa musicalidad de la que usted parece poseer el secreto?

–Creo que se trata de un equilibrio muy sutil entre lo que podemos controlar y lo que no. Uno puede pasar tantas horas como desee trabajando en su instrumento o voz, pero si no hay unas predisposiciones físicas innatas, será tiempo perdido. Y, por otro lado, uno puede tener todo el talento del mundo, pero si no invierte suficiente tiempo en descubrir y profundizar en sus propias habilidades, para encontrar su propio lenguaje del alma, resultaría imposible esperar un gran éxito artístico a largo plazo. He nacido con ciertas cualidades por las que estoy inmensamente agradecida, pero también he pasado y sigo pasando innumerables horas por mi cuenta y con mi profesor, como dijo Paco de Lucía, cultivando mi propio duende.

En diciembre, usted inaugurará la temporada de La Scala milanesa con Don Carlo en una nueva producción de Lluís Pascual, en la que además partcipará una jovencísima soprano española, Rosalía Cid. Su rival en el amor del infante será esta vez la soprano rusa Anna Netrebko, con la que parece mantener una relación algo tensa a raíz de su pasada proximidad con Putin, al que usted detesta especialmente. ¿Cómo se llevan este tipo de desencuentros, digamos, éticos, cuando es necesario compartir escenario?

–Comparto el escenario con Anna Netrebko como otros artistas y profesionales, en la misma producción, que cumplen sus contratos ya firmados con el teatro desde hace mucho tiempo. Por mi parte, no hay mucho más que agregar, ya que no mantenemos comunicación entre nosotras.

Después de la princesa de Eboli y de Amneris, ¿habrá más Verdi en el futuro? Alguna vez se habló de «Lady Macbeth», que han cantado desde Christa Ludwig a Grace Bumbry o Shirley Verret. Y desde luego, también está la Azucena de otra ópera española basada en una historia española, «El Trovador» de Antonio Gutiérrez. ¿Qué nos puede adelantar sobre estos u otros posibles debuts en su cerrada agenda o para el futuro?

–Lady Macbeth es un personaje realmente sorprendente para interpretar, pero vocalmente no lo siento natural para mí y para mi voz. Tengo la partitura y la he revisado, pero en este momento no puedo verme cantándola en los próximos siete u ocho años, ya que me considero mezzosoprano no solo en términos de voz, sino también de personalidad. Nunca me atrajo realmente el estatus de Primadonna de la noche y no lo busco. En el futuro cercano, me espera un personaje muy interesante, Judith en El Castillo de Barbazul de Bela Bartok, y espero tener la oportunidad de cantar a Azucena en algún momento. Han sido unos años muy ricos en debuts para mí, además de entrar en el mundo wagneriano, y en este momento siento que hay mucho espacio para disfrutar y descubrir estos roles, para incorporarlos completamente a mi repertorio.

En el audiovisual se ha incorporado estos días la figura del «asesor de intimidad» para evitar los malos entendidos en las escenas digamos «más calientes». Y parece que la ópera también va a incorporar este novedoso elemento, al menos en los países anglosajones. ¿Realmente es necesario que alguien vigile la intensidad de los besos en escena? ¿Alguna vez se ha llegado a sentir incómoda por la actitud de algún colega?

–Así como en el pasado de la historia de la Humanidad, también ahora, cada nueva conquista en el terreno de las libertades trae consigo aparejada unas ciertas limitaciones. Puedo entender la importancia de las advertencias previas en términos generales, sobre todo para proteger a la audiencia más joven y sensible, en vez de controlar cuánto va a besar Dalila a Sansón. La provocación y la tensión nunca se producen en el escenario de manera obvia, de todos modos, sino más bien mediante la posibilidad de realizar una escena sugerente o utilizando símbolos. Siempre es lo no dicho lo que crea el espacio dentro de nosotros para llenarlo con nuestra propia fantasía interna y pasión. Y no, nunca me he sentido incómoda ni fuera de control con ninguno de mis colegas. Al final, todos quieren volver a trabajar…

Tuve ocasión de ver su aclamada Kundry de este verano en Bayreuth, pero me perdí todos esos elementos que incorporaba la versión en 3D, para la que se necesitaban unas gafas especiales. ¿Cree que este tipo de «inventos» sirven de verdad para llevar nuevos públicos a la ópera?

–Tampoco obtuve absolutamente nada de la «realidad aumentada» porque estaba en el escenario y no teníamos las gafas durante los ensayos. Aparte de los momentos en los que podía ver a mi compañero de escenario realmente grande en la pantalla, detrás de él, no experimenté nada más, aunque algo escuché sobre pájaros, calaveras, sangre y flores volando a nuestro alrededor. Espero que la experiencia de «realidad aumentada» hubiese funcionado para los espectadores que tenían las gafas, y tengo curiosidad por ver si serán introducidas de nuevo en futuras temporadas. Dado que mi hermano es un artista virtual, ya he experimentado la «realidad aumentada» en espacios grandes y exposiciones programadas, y creo que definitivamente se puede llevar cierta virtualidad al mundo de la ópera; solo tienes que encontrar el espacio, la manera y la expresión adecuados para despertar la curiosidad de un posible público nuevo.

Como gran estrella del firmamento operístico, usted apenas debe sentir la crisis de público, pero otros cantantes la padecen, incluso cada vez con mayor virulencia en teatros como el Met o las óperas de Munich, París o Viena. Desde su punto de vista, ¿estamos, entre todos, matando la ópera? ¿Quién tiene la culpa?

–El mundo, la humanidad, la economía, el clima, la naturaleza, la educación, la cultura… todos nos encontramos en un momento difícil de transformación y cambio inexorables. Y no es la primera vez que esto sucede en la historia. Por supuesto, los cambios y la reciente pandemia, las guerras tienen un impacto masivo en las necesidades esenciales de las personas y, en última instancia, en el teatro y la ópera también. Créeme, yo lo siento en mi propia piel al igual que otros cantantes. Pero no me parece que nadie esté matando la ópera de ninguna manera. Tan pronto como la sociedad se adapte a las nuevas estructuras que todavía se están formando, se desacelere y se estabilice un poco, la necesidad de belleza y cultura volverá a surgir.

Su amigo Daniel Barenboim impulsó una orquesta, la West-Eastern Divan, para propiciar, entre otras cosas, el diálogo entre judíos y palestinos. Tocando juntos, con el lenguaje común de la música, parece que estos chicos podrían aprender a entenderse mejor, a convivir respetándose… pero ya ve que la realizad es más tozuda que todo eso. En un mundo desbocado, que no parece aprender nunca de sus errores, ¿la cultura aún sirve de algo?

–Estoy convencida de que la Humanidad es buena en sí misma y que todos aspiramos por igual a lo mismo: seguridad, amor y un sentimiento de pertenencia. Sin embargo, como especie, tenemos un defecto y tendemos de forma natural a sentirnos atraídos por lo que es similar o conocido para nosotros, y a rechazar lo contrario. Si la cultura y la música de alguna manera, significativa o insignificante, pueden ser el lenguaje que conecta a dos naciones diferentes, entonces existen muchas formas posibles de iniciar un diálogo y, con suerte, acercarnos más los unos a los otros.

¿Le quedan sueños aún por cumplir?

–Mi sueño es poder algún día transmitir todo mi conocimiento a cantantes más jóvenes, quizás en una academia. Y no me refiero solo al canto. Teniendo un repertorio amplio y la posibilidad de haber trabajado con los mejores cantantes y directores de orquesta del mundo, colaborando con maravillosos directores de escena, agentes y periodistas especializados, creo que hay mucho que puedo compartir y dar a aquellos que sueñan con cantar, como solía hacerlo y como todavía hago.