La falsa leyenda del «director fascista»
Este año se cumple el décimo aniversario de la desaparición de Rafael Frühbeck de Burgos, uno de los pocos directores de orquesta españoles con una auténtica, relevante carrera internacional
En 2020, durante los estragos de la pandemia, casi ninguna orquesta tocaba conciertos en público. Para mantenerse vinculados con sus parroquianos, la mayoría de estos conjuntos decidieron volcar en las redes sus archivos sonoros, inundando los aparatos de los melómanos con grabaciones de todo pelaje para hacer más ameno el encierro y, en el caso de las agrupaciones europeas, justificar de paso los salarios de los músicos y el personal técnico, que las distintas administraciones siguieron abonando religiosamente. Primero porque todos ellos eran funcionarios públicos o algo similar. Y después porque en esos días inciertos, y solo durante esos días, algunos parecieron creer en la importancia de la cultura como asidero espiritual, refugio o consuelo frente al dolor o la más dañina incertidumbre.
La integral de las nueve sinfonías
Ese año debía conmemorarse el 250º aniversario del nacimiento de Beethoven, cuyos fastos resultaron más bien deslucidos, cuando no postergados, por las fatales consecuencias del virus. Pero entre otras orquestas, la Nacional de Dinamarca se empeñó en rendir su particular homenaje al compositor, como fuese posible. En su caso, se decidió poner a disposición de todo el mundo, a través de su propio canal, las grabaciones en vídeo (realizadas con amplio despliegue tecnológico, en primoroso HD), de la integral de las nueve sinfonías del coloso de Bonn, que unos pocos años antes habían logrado registrar bajo el mando del que fuera su director musical durante un breve periodo, hasta que la salud le obligó a retirarse definitivamente, en 2014, cuando murió.
Aquel maestro era Rafael Frühbeck de Burgos, un director nacido en esa misma ciudad castellana, en 1933, hijo de padres alemanes, al cual su talento, y el tiempo, habían situado en el Olimpo de la dirección orquestal, reclamado una y otra vez como frecuente invitado por los mejores conjuntos del mundo. Y a pesar de ello, en España, una buena parte de la crítica casi le perdonaba la vida, y nunca le solicitaron que dirigiera ópera alguna en el Teatro Real desde su reinauguración y hasta su fallecimiento. Detalle curioso, pero nada extraño en este país (ahora, sin ir más lejos, ocurre lo mismo con Miguel Ángel Gómez Martínez), tratándose de alguien que había sido responsable de la Ópera Alemana de Berlín, donde puso en pie, entre otras joyas, una fantástica producción de Los maestros cantores de Nuremberg que aún constituye una de las versiones más interesantes entre las preservadas en devedé de esta obra maestra de Richard Wagner.
Los bulos no lograron empañar su carrera internacional
Nunca se sostiene abiertamente en público, porque este tipo de comentarios llevan siempre impreso el estigma indeleble de la cobardía que se resuelve impunemente entre chismes y chascarrillos, promovidos entre gente mediocre; pero, a poco que se frecuenten los círculos musicales de este país, resulta habitual escuchar la misma cantilena: «Frühbeck era un fascista, por eso duró tanto en la Orquesta Nacional. En una ocasión en que Franco le requirió para que acudiese a entrevistarse con él, incluso acudió al Pardo vestido con el uniforme militar».
Él mismo situaba «la patada en el trasero» del duque De Alba consorte, Jesús Aguirre, en 1978, como el definitivo despegue de su amplio y distinguido periplo por el extranjero
Gracias a estas y similares tonterías, desmentidas por el propio interesado en vida (por ahí andan las entrevistas), seguramente Frühbeck pudo construirse su extraordinaria carrera internacional fuera de aquí, lo que le llevaría a ejercer la titularidad de orquestas como las sinfónicas de Viena y de la Radio de Berlín, Düsseldorf y Montreal, y a frecuentar los podios de las filarmónicas de Londres y Nueva York o las principales agrupaciones de Los Ángeles, Pittsburgh, Filadelfia, Chicago o Boston (con esta última se presentó durante varias ocasiones en el prestigioso Festival de Tanglewood).
Él mismo situaba «la patada en el trasero» que le había propinado el duque De Alba consorte, Jesús Aguirre, en 1978, despidiéndole como director de la Orquesta Nacional tras un largo y fructífero periodo, como el definitivo despegue de su amplio y distinguido periplo por el extranjero. Aunque esto no fuese del todo cierto. Ya durante su época con la ONE, había alternado el cargo con otros puestos internacionales, como el de principal director invitado en la Orquesta de Washington, y sobre todo se había granjeado un notable prestigio a través de su incipiente discografía.
Victoria de los Ángeles le dio el espaldarazo discográfico
Al morir Ataúlfo Argenta, además de «heredar» la ONE, Frühbeck había logrado continuar con el valioso legado de grabaciones del repertorio de zarzuelas iniciado por el gran maestro cántabro. En esos días, Victoria de los Ángeles, que ya era una gran soprano de celebridad mundial, le sugirió a la EMI que le contratase como responsable musical de uno de sus discos de mayor éxito, Música española del siglo XX, que reúne canciones de Rodrigo, Esplá, Toldrá, Granados, Montsalvatge, …, un registro del que él estaba muy orgulloso (escucharlo aún hoy supone una gozada).
Al reconocimiento de las esclarecedora grabación del oratorio Elías de Mendelssohn, se une el redescubrimiento, para algunos, de su interesante Carmen
Aquella experiencia, plenamente satisfactoria en lo artístico y saldada incluso con buenos rendimientos comerciales, propiciaría la llegada de otros lanzamientos más que, en estos últimos años, transcurrida una década desde su fallecimiento, parecen estar cobrando ahora una nueva valoración, esta vez bajo una perspectiva más positiva hacia su apreciable trabajo. Por ejemplo, al unánime reconocimiento que en su día ya cosechó su pionera, esclarecedora grabación del oratorio Elías de Mendelssohn, se une el redescubrimiento, para algunos, de su interesante Carmen con un reparto sencillamente inigualable en nuestros días, encabezado por la mezzo Grace Bumbry, el tenor Jon Vickers y la soprano Mirella Freni.
Frühbek volvería la ONE años después, de la que además sería nombrado director Emérito, y por Navidad no solía faltar su interpretación de la «Novena» beethoveniana con la Sinfónica de Madrid, una obra que incluso se avino a dirigir en Burgos con un coro amateur. Seguramente lo hizo allí, no en las condiciones ideales, en testimonio de aprecio a su tierra, la que había acogido a sus padres hasta el último suspiro y donde se labró su devoción musical: durante la infancia, los discos que escuchaba en el gramófono de su casa castellana le abrirían el apetito, de un modo parecido a lo que le sucedería a Zubin Mehta en la suya, también bajo la influencia de un padre melómano.
Un favorito de la afición madrileña
Hay que decir que la afición madrileña siempre le procuró a Frühbeck un cariño muy especial, como testimoniaban sus últimas apariciones con la ONE, o durante aquella maravillosa Tempranica en el Teatro de la Zarzuela. E incluso los críticos más hostiles frente a su indiscutible valía, dueños de juicios basados tantas veces en absurdos prejuicios ideológicos, irían envainando sus dagas ya hacia al final, en cuanto el aluvión de comentarios laudatorios, glosando sus triunfos un día con la Sinfónica de Boston y otro con la Filarmónica de Nueva York, encabezaban los titulares de las crónicas (más proclives a valorar sus méritos sin monsergas), que habitualmente llegaban de América.
Era un director venerable, unánimemente respetado entre los músicos de las orquestas por su precisión, rigor, conocimiento y dominio
Resultaba que aquel rudo maestro forjado en la rutina que pintaban algunos, bendecido por el régimen («una vez muerto el César Visionario… al personal hay que airearlo para que la democracia funcione», escribió Paco Umbral, que de música no sabía nada, cuando Aguirre lo destituyó de la ONE), era en cambio un director venerable, unánimemente respetado entre los músicos de las orquestas por su precisión, rigor, conocimiento y dominio pleno de un repertorio que abarcaba fácilmente seiscientas obras. El cual, más allá de la belleza, sabía además perseguir discretamente la verdad agazapada entre cada nota.
El tiempo casi todo lo cura, y aquella falsa leyenda del «director fascista» también pasará, dejándolo en gran director, uno de los pocos que, habiéndose formado en una España con muchas menos posibilidades y medios que la actual, logró con tesón y trabajo el reconocimiento y la admiración de quienes juegan en la auténtica «Champions League» de la música. Si tienen ocasión, no desperdicien la oportunidad de buscar ese ciclo de las «Nueve sinfonías» beethovenianas, con el excelente conjunto danés, citado al inicio de estas líneas. Aparece en Youtube. No hay bailes, acrobacias ni caídas de ojos (si acaso las sonrisas complacidas, y cómplices, de los músicos). Tan solo el mensaje del autor, ni más ni menos, expuesto de manera sobria y clarividente, sin vanas alharacas.